El tipo, de unos cuarenta y pico o cincuenta años, habla con otros dos en la puerta de la ferretería; se nota que se conocen. Mi camino me acerca a ellos, y lo escucho decir: “Pensé que iban a largar el 80, pero salió el 70 otra vez. Y yo sabía, ¿eh?”.
Cuando me alejo, su voz estridente insiste: “Y si ustedes también lo juegan, tan equivocado no estoy, ¿eh?”.
En las cuadras siguientes me viene a la mente un profesor de computación que padecí en el colegio. Antes, apenas lo oí, experimenté el rechazo que me genera gente como esta.
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