Eso le oí decir a José Pablo Feinmann en su programa de filosofía del canal Encuentro. Y lo repitió, haciendo notar la repetición, como revelándonos una verdad. No aclaró por qué lo decía, sólo mandó el eslogan.
Este Feinmann fue el ideólogo del 24 de marzo en que se tomó posesión de la ESMA, fantaseando con una improbable sublevación popular que coronara la subida al banquito de Bendini y el descuelgue de los cuadros.
En cambio, solo participaron los sempiternos habitantes del maniqueísmo y el pasado. De ese mismo pasado en el que ellos condenaban al rock y a los rockeros como integrantes de una movida conservadora y pasatista impulsada por la industria discográfica, antagónica de la praxis revolucionaria, motivada por lo comercial y signada por su falta de compromiso.
A mí, por el contrario, no me extrañaría que el opio fuesen Marx y las pajas de las so called vanguardias esclarecidas.
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