Sépanlo. Voy a agarrar un fierro y se lo voy a partir en el medio de la cabeza, una y otra vez, hasta que el cráneo pierda la resistencia y la forma, hasta que salga rojo. Y voy a subir y le voy a reventar la puerta a mazazos, y, antes de que pueda reaccionar, le voy a martillar la cabeza a ella también, gorda conchuda y asquerosa. Y voy a ir con la maza en la mano, chorreando sangre y masa encefálica, y al primero que se me cruce también lo voy a machacar. Y voy a agarrar la cuchilla grande y al hijo de puta ese se la voy a clavar por la espalda, una y otra vez: con la primera va a caer, más por el golpe que por la cuchillada, y ya en el piso le voy a dar al mete saca por el mismo medio de su jogging, va a chocar la cuchilla contra las costillas, contra la columna, me va a torcer la muñeca, y la voy a agarrar con las dos manos y le voy a seguir dando hasta que aparezca otro, y me voy a arrojar sobre él, que va a estar atónito y aterrado, y con una certera incisión le voy a seccionar la carótida, y se va a ir en sangre sin más. Y a vos, hijo de mil putas, psicópata del orto, lacra abyecta, qué bueno que te encuentro en la escalera, pam, de un empujón, al piso, con la columna quebrada, no te va a servir de nada tu vozarrón de paraavalanchas.
Y voy a agarrar la cuatro por cuatro del miserable ese, y me voy a subir, y voy a jugar a los jueguitos, pero de verdad. Uno y otro caen bajo las ruedas, el que espera el bondi, el que pasea el perro (y voy a meter marcha atrás para cerciorarme de haber atropellado bien al perro, para dejarlo aplanado contra el asfalto, para que las ruedas lleven su carne, y su sangre, y su piel); y me voy a subir a la vereda para impedir que se me escape la mina con el cochecito. ¡Y mirá quién está en el asiento de atrás! ¡El pendejo maldito este! De un salto salto a donde está y con el mero trámite de presionar mis pulgares contra su cuellito me libro para siempre de él. Mierda, debería haberlo hecho sufrir más.
Me bajo de la camioneta, que se pegó contra una motito de delivery y terminó con el cadete aplastado contra la pared, con esa desarticulación atrayente que tienen los cadáveres, y agarro unos bidones que había en la cuatro por cuatro y los derramo en la puerta de la casa del otro miserable, y le voy a prender fuego la casa, así solucionamos de una vez el problema de la humedad. Y se va a morir chamuscado, va a oler a asado primero, y se va a arrebatar la carne, la de él y la de su familia, al final.
Y después voy a vaciar el cargador de la nueve en la avenida, y el de repuesto también. Y ahí va a hacer su entrada en escena mi Fal con balas de punta expansiva, y ratatatatatá, cada bala que pegue va a agujerear la carne, la va a traspasar, va a dejar un tendal de yacientes, de agonizantes, de ayes desgarrados como sus cuerpos. Y cuando quieran detenerme, ¡bang!, las granadas, una para acá, otra para allá, y la onda expansiva me va a hacer trastabillar, pero me sobrepondré. Voy a cambiar el cargador, y otra ráfaga, y voy a abrirme paso hasta volver al pie de la escalera para cortarle la pija y los huevos al flamante tullido aquel, forro pelotudo sorete, y ya no vas a tener voz para gritar. Y en la puerta me voy a encontrar con la pendeja esa que no me da bola, y no le voy a hacer nada: no me hizo nada, salvo no darme bola. Y le voy a cortar las manos al tullido emasculado, y ya no vas a poder pegarle a nadie, enfermo de mierda. Y voy a salir, y, no, me voy a arrepentir: che, pendeja, podés saludar, ¿no? La otra, que es más linda que vos, me saluda siempre, amable, y jamás me pareció que me estuviera histeriqueando. La voy a correr y, antes de que cierre la puerta, le voy a meter la pata, y no va a poder cerrarla, y va a retroceder, asustada, y va a caer, como Lourdes Di Natale. Antes de irme voy a abrir el gas, y, al pie de la escalera, el otro barrabrava aún tendrá fuerzas para balbucear: ¡bien!, está sufriendo, y voy a sacar la navaja, y, trac trac, sendos puntazos en sus ojos, hasta el fondo.
Cuando salga, justo va a pasar un bondi, y lo voy a balear, agujereando sus neumáticos, y quedará detenido, y voy a subir y voy a matar a cada una de esas vacas humanas que van de un matadero a otro.
Y cuando vengan los ratis, los voy a recibir a balazos, ya por el sexto cargador, dejando brutos orificios en la chapa de los Siena de mierda que tienen y en sus chalecos, y en las cinco esquinas voy a tirarles un par de granadas más, y un par de granadas de humo, y no van a saber por dónde me fui.
Va a ser un día de estos. Sépanlo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario