Ya cayó la noche en esas veredas que caminé mil veces, en la calle San José, en la zona de las zapaterías y los restoranes. Pasa un 102. Hay muchas luces, en el bondi, en la calle, en los negocios.
Me esfuerzo por que sea la última noche de remera, y siento que algo se desploma sobre mí y me obnubila. Tanto que pierdo el sentido de la angustia, y sigo andando: se oscurece la calle llegando a Belgrano; el olor a meo de gato en la cuadra siguiente ha sido reemplazado por un edificio nuevo, y doblando la esquina me acerco al cyber de la mamá –y el papá– de Martina…
Que no está más.
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