sábado, 9 de agosto de 2008

Esa sí que tenía la manija

Me fijé en Altosex, y las chicas que más me gustaron fueron Sol y Jenny, atractivas pese a que las caras estaban pixeladas. Además, el mobiliario que se veía le daba pinta de lugar real. Había alguna otra foto tentadora, pero que las dos estuviesen en el mismo privado aumentaba las chances de encontrar a una de ellas.
Llamo, y la 840 me dice que están las 24 horas, que hay un plantel de 15 señoritas, que puedo pasar sin compromiso a conocerlas… Me da la dirección, Ibarrola 6703, en pleno Liniers, a dos cuadras de Rivadavia, y me pasa unos precios interesantes: desde $25 un bucal hasta $50 la hora, completo con participaciones libres. Obviamente, cuando la limosna es grande, hasta el ciego desconfía; pero, debido a que la leche ocupaba gran parte de mi cerebro, desestimé el riesgo. Aunque surgió la primera inquietud: si hay quince chicas y publican dos, es para ahorrar en publicidad o es porque las otras trece son unos bagres.
Decido pasar a ver. Llego tipo 7 de la tarde y me encuentro con que la entrada es una gran reja con un cartelito de madera donde está pintado el número. La reja estaba abierta, y dos metros hacia adentro hay un gran vidrio, tipo vidriera de local, con una puerta, también de vidrio, y toda una especie de local vacío con una escalera al fondo. Mamita, dije, qué raro. Desde afuera, mirando hacia arriba, se ve que la construcción es todo cemento, como una fábrica abandonada, y que las ventanas están tapiadas desde adentro.
Ya en el lugar, jugado y sin fichas, no existía la opción “recular”. Toco el timbre y aparece la 840 con la que seguramente había hablado: una rubia teñida, gordita, bastante desaliñada, y fea, que no venía a abrir con una llave, ¡sino con una manija! Quiero decir: traía la manija para ponerla y abrir. En un momento de lucidez pensé: “Si me quiero ir de acá solo, estoy al horno porque de adentro no voy a poder abrir”. Pero ya les dije que había cruzado el punto de no retorno.
Subo. Subimos. El lugar por dentro está arruinado; ella dice que lo están refaccionando, pero realmente es tétrico. Paredes húmedas, cemento a la vista sin pintar, habitaciones con puertas de madera que no cierran y simplemente están entornadas.
La mina me pregunta qué quiero hacer. Le digo que vi el aviso y le hablo de Jenny y Sol. “Ellas salieron a hacer un domicilio; pero hay otras chicas muy lindas. Andá a la habitación 2 y esperá ahí, que van a ir viniendo las chicas”. Entro a la habitación y ahí sí la leche se diluyó de golpe, y me di cuenta de que la cosa no venía muy bien. No sé qué fue primero, o si fue simultáneo, pero mi deseo y mi pene se encogieron, y noté que la sangre tampoco irrigaba la piel, porque me sentí pálido. Pieza totalmente oscura, sin ventanas, paredes pintadas de rojo, bombita roja tenue, colchón sobre el piso, sin sábana ni nada, parte de las paredes despintadas y rajadas, piso de cemento –sobra decir que estaba más que sucio– y un tacho de basura. Nada que ver con el escenario de las fotos, más luminoso y con muebles…
Yo no veía ni la hora en mi reloj, menos iba a poder apreciar a las señoritas. Si me mandaban un hombre con peluca, pasaba. Bien, me quedo esperando a las chicas, y empiezan a tardar, lo cual a mí no me gustaba nada. ¿Tienen esa sensación de cuando vas a un bar y pedís un tostado, y tardan porque fueron a comprar el jamón al almacén de la vuelta…? Pero en un lugar tétrico, cuasi abandonado, y sin que nadie supiera que yo estaba ahí. Empezás a pensar: acá entran dos patovas, me afanan todo, me hacen la carretilla y ¿qué hago? Bueno, esa era mi sensación.
De repente entra una mina, se presenta, me da un beso y sale. Como les dije antes, imposible analizar con cuál me iba a quedar porque no se veía nada. Así pasaron cinco chicas, y luego vuelve la primera y me pregunta a cuál elijo. Yo le contesto que a ella; creo que me sonrió y me dice: “Me tenés que pagar antes. Son $30 los 20 minutos, $40 la media hora y $60 la hora”, lo cual obviamente distaba de lo que me habían dicho: típica inflación de privado.
Entonces fue cuando cometí el peor error. (Ya había cometido varios: el primero, entrar). Exigiendo mis derechos como consumidor, mando a llamar a la 840, la cual no solo viene, sino que viene acompañada de un nene, un nene grande, grandote. Yo estaba medio caliente de enojado, pero al ver al nene como que me cagué un poquito; es más: creo que me manché un poco el calzón. La señora me encara y me pregunta cuál es el problema, y le digo que lo que me habían dicho por teléfono no era lo que me acababa de decir la señorita, a lo cual me contesta textualmente: “Mirá, conmigo no hablaste, así que no sé lo que te dijeron por teléfono. (pausa de 3 segundos). ¿Por cuál te decidiste?”.
De manera muy correcta y con los mejores modales que aprendí en mi vida, traté de explicarle que no quería pasar con ninguna y que además sólo tenía $25 y no me alcanzaba ni para lo mínimo, a lo que me responde: “¿Estás seguro que sólo tenés $25?” (todo esto con el patova atrás, que parecía un gorila de pecho plateado que parado delante de la puerta no dejaba entrar ni la luz).
Con mejores modales incluso que los aplicados anteriormente, le digo que bueno, que me voy a fijar. ¿Cuál era el problema? Que yo sabía que tenía más, pero con la poca luz no la iba a poder caretear e iba a tener que abrir bien la billetera para saber qué sacaba, y era obvio que ellos iban a notar que había más billetes de los que decía tener. Pero otra no me quedaba porque la 840 insistía con qué mina iba a pasar y cuánto me iba a quedar. Entonces le digo que voy a pasar con la que ya había elegido, sólo 20 minutos; y cuando manoteo un billete, porque preferí manotear antes que abrir y que ellos vieran, tengo tanta mala leche que saco uno de 50.
Trascartón, la mina, sin comentar nada sobre lo que yo había dicho de que no me alcanzaba, me pregunta si tengo profiláctico, y le digo que no, ¡y no saben lo caros que están los forros ahí! Me dice: “Bueno, son 30 más 5 de preservativo: 35. Cuando salís, te doy el vuelto”. Ahí sale la 840 con el gorila, que nunca dijo nada: parecía un goruta mudo de un capítulo del superagente 86 que transcurre en un castillo, una noche de lluvia.
Hasta que vino el gato pasaron otros diez minutos de amansadora. Y la cabeza ya te empieza a dar vueltas mal: en un momento pensé en llamar al 911 y denunciar que estaba ahí; pero al toque me cayó la ficha de que iban a derivar la denuncia a la comisaría de la zona, la cual, obviamente, debe estar arreglada, e iba a ser peor porque iba a venir el patrullero, y me iban a coger de parado ahí y encima después en la comisaría.
Al final, aparece la mina, servilletas en mano, y un forro; se desviste, mucho olor, tal vez porque la falta de luz potencia el sentido del olfato. Me dice “acostate”, me pone el forro y me la entra chupar mecánicamente. De coger, ni las ganas me quedaban, así que nunca se me paró, aunque trabajaba con la boca y después a paja limpia. Al rato, ¿quince minutos?, la mina se acordó de mí para decirme que se había acabado el tiempo.
Salí, por suerte la 840 tenía mis 15 pesos de vuelto preparados y me los dio. Debo reconocer que no se los hubiera pedido: mi única meta era llegar a la puerta de salida. La mina bajó conmigo, y con la manija, me abrió, y salí mirando el piso y pensando en que al final era más práctico relojear a alguna boliviana por ahí y hacerme una paja en casa.

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