A esta hora matan a las vacas.
Enfiladas en el brete final,
para ellas no habrá una nueva madrugada.
Palpitan el mazazo, el golpazo: lo ven venir.
Retumban al caer
y ese sismo vacuno signa la zona.
Se atiborra con sus almas
ya sin cuerpo
y su energía
no se disipa:
se acumula
y pesa en la atmósfera.
Como el cadmio, como el cromo,
como el plomo
en el arroyo,
en el aire, en el suelo.
En las miradas.
A cualquier hora matan a la gente.
Y entonces los ojos se afilan,
buscan prever la bala,
el auto, el cuchillo.
Pero rápidamente se agotan,
y adormilan la realidad
en la hipnosis
de la tele y de la cumbia,
en el piercing en el bozo, en la ceja, en la nariz,
en el pelo teñido de amarillo huevo,
en el celular.
Más allá, resignifican la palabra barrio.
Por acá, La Paz es una paradoja.
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1 comentario:
Demasiado enumerativo…
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