Veía a Jessica Cirio decir que su ojete vale 100 lucas, no para garcharlo, sino para ponerlo en una publicidad. Y además de pensar en cómo serán los soretes que salen de él, si tienen otra forma u otro olor, sentía vergüenza ajena, y repulsa, y un poco de lástima por esta mina cuando la escuchaba. La lástima se me iba al pensar en las 100 lucas, pero veía cómo decía una cosa, y al rato la contraria: que tengo celulitis, que no, que no tengo; que tal cosa sí, no, que no… Chiche Gelblung la gastaba onda La Noticia Rebelde, y ella, con esa manera de hablar de tontita aprendiente, para la cual aprender es repetir lo que le dicen que diga, soltaba sonrisas en forma de “¡ay!”, y miraba todo el tiempo para el costado, a sus asistentes, managers, quien fuere, buscando su asenso, que le dijeran qué decir.
Esa artificialidad patética demolía cualquier atisbo de interés sexual pajero.
Y recordaba a Luisana Lopilato, bien aprendida, bien previsible, bien repetidora de ese discurso vacío y monótono; tan boluda como la Jelinek, pero resguardada por sus manejadores y por la prensa que responde a sus manejadores. Ahora la Barbie evangélica ya sabe que en invierno hace frío.
Y la veía a Pampita, contoneándose, esforzada y afectadamente, en el programa del sorete del caño, con una remera con la lengua stone y un flequillo presuntamente rolinga. El musicalizador pone Satisfaction, y la pobre, ¿en un gesto que ella creerá “stone”?, como un perro pavloviano, antes de bailar en el caño, comienza a contorsionarse y retorcerse haciendo mohínes, olvidando esperar que el conductor le dé el pie, dando-me una profunda lástima.
Y después hace el gran esfuerzo de mostrar sus tetas, pero no sus pezones, y me la imagino siendo convencida por asistentes, productores, managers, Dottos y Tinellis para mostrar un poco más, que si no lo hacés, te quedás afuera y te perdés la promoción, y bla bla…
Aquí, en cambio, sí me late la vena jeropa cuando pone la espalda paralela al suelo, agarrándose del caño con las manos mientras mueve alternadamente sus piernas extendidas y los gloriosos cantos que las coronan; ahora sí daban ganas de tomar carrera y embestirla, y llevarla puesta hasta la pared más próxima.
Y una vez satisfecha esa pulsión, con la garompa aun desvaneciéndose en su ojete, le preguntaría “¿vale la pena esto, Caro?”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario