Terminé el colegio en una nocturna con especialización en computación. Era la época del DOS, y el 3.11 en inglés parecía salido de Star Wars. De hecho, allí toqué una computadora por primera vez en mi vida. Teníamos un compañero que había hecho un curso de programación y parecía que se sabía todo el programa de la materia: en las horas de computación no hacía nada, o se iba; y no daba los exámenes: 10 derecho. Su problema eran las otras materias… O, tal vez, su actitud: terminó dejando.
Una clase, la profesora, la Tana, da un problema para que hagamos el diagrama de flujo. Y el chabón este, Calabaza, o Caballasca, o algo parecido, dice “se hace así”, y todos los moscardones alrededor de la comida (podría decir de la caca, pero ni eso era Calabacín) van detrás de sus palabras, y es así. Entonces Galo Eter dice: “Es asá”, seguramente tras un prudente exordio y con un tono abreparaguas. Y la Tana, la Gorda, con la que teníamos buena onda por interpósita profesora, dice: “Tiene razón Galo”.
Y esa vez, por una puta vez, me sentí reivindicado, y sentí, y se lo dije: “¡Cuántas veces hubiera necesitado esto en la vida!”. Tener razón, y que alguien lo viera, y lo dijera, y que la gilada la tenga que ir a buscar adentro del arco.
Esa vez fue una Revelación para mí y un trámite docente para ella. Para ella, que decía que “los alumnos pasan y los profesores quedan” porque también creía en ese sistema de castas que prevalecía sobre la condición de personas de unos y otros, aunque a veces, o quizá por eso mismo, le pintaba la justiciera con las notas, o la celestina desatinada –tratando de unir alumno con alumna, claro–, o haya sido guardaespaldas cuando un grandote mosqueado de ojos rojos me quiso fajar.
Paradójicamente, ella no se quedó: justo para la fecha de su cumple se fue a Europa, mucho antes de que explotara la crisis de 2001-2002. Nos mantuvimos en contacto por correo postal, por casetes, por teléfono cuando había descuentos en llamadas de larga distancia; por el centenar de postales que me mandó, que no pudo incluir una de Palestina liberada, como le pedí. Más adelante por mail, compartiendo su lista de contactos con todas sus amigas conchetas egresadas de universidades privadas, recién mudadas a Nordelta, etc.
Después de preanunciar su venida tantas veces, un verano, finalmente, visitó BA. Me dio el teléfono de una de sus amigas para contactarla, la cual me atendió marcando una distancia que no trató de disimular, y aunque le dejé mi teléfono a esta señora, no solo no nos vimos en toda su estadía, sino que no me llamó, ni siquiera para despedirse antes de volver a viajar. La relación siguió, pero yo ya sabía que no integraba su mundo real.
Más tarde reapareció en su vida aquella interpósita profesora, que se había hecho muy amiga de ella en el cole y que por motivos que nunca me dijo se había distanciado de mí luego de que tuviéramos una relación de mutuo afecto. Vi su dirección en el campo CC de un mail y le escribí. Su respuesta fue reenviárselo a la otra. Y la Tana, la génoise, la genevoise, tomó partido por su amiga: “Me das lástima”, me dijo, e “injusto”, “demoníaco” y que “pareces la loca de Glenn Close en el film Atracción Fatal, que le hervía el conejo a Michael Douglas”…
Las postales comenzaron a escasear, tanto como los mails. Salvo alguna tarjeta electrónica para las fiestas o mi cumple, los suyos eran “RE:”: siempre respondía, pero nunca comenzaba el intercambio, y a mí ya no me daba escribirle. Los pocos que llegaban iban a toda su lista de contactos, y los míos solo eran respuestas de compromiso. El último que le mandé, tras un silencio de meses (cuando el paidófilo que publicaba en Paidós cayó en cana, porque ambos lo conocíamos), me vino de vuelta.
Me inspira y me agobia la tristeza de lo perdido, aun cuando no teníamos nada que ver el uno con el otro, cuando muchas veces parecía que no entendía nada, aunque de vez en cuando metía un bocado que demostraba que sí entendía. (Aun cuando una noche, ya no recuerdo dónde ni por qué, pintó hablar de drogas, y yo dije que nunca había consumido. Y la Gorda, sin filtro, como solía ser, dijo “no te creo”. Y la otra, su amiga, la que me invitaba a la casa, dijo “yo sí le creo”. Mucho después se me ocurrió que podían estar jugando al policía bueno y al policía malo: en el momento y por años sólo pude detenerme en que me molestaba más que pensara que podía mentir y no tanto que creyera que era un falopero).
Quizá se relacionara con las personas de otra forma, muy distinta de la mía; o conmigo en particular porque era un alumno, pasajero, integrante de una relación lateral, circunscripta a ese ámbito de su vida, y siendo en él uno más, el mejor, pero uno más al fin, y sin dejar de serlo. O tal vez no hubiese nada demasiado recóndito o interesante que entender.
Whatever, si ese lugar no nos hubiera cruzado –y era el único en el que nos podríamos haber cruzado–, no habríamos tenido algunos momentos de afecto.
(Espero que el uso del plural se corresponda con la realidad).
Aunque el último mail no hubiera rebotado, no le mandaría uno de feliz cumpleaños. Pero no me olvidé de ella, y cuando recuerdo aquel momento, sustancias vinculadas con el placer y la alegría se producen en mi cerebro.
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1 comentario:
Dice el refrán "Bien ama quien nunca olvida"
Supongo que salvando las distancias...es aplicable a este caso.
Y la verdad, con este escribo llegaste hasta poder (casi), por un ratito, sentir (repito el "casi") esa sensacion de "perder" afectivamente a alguien.
Muy lindo lo que has escrito, dejaste mucho sentimiento en el...y llego...al menos a mi
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