No todo en mi xp en la Universidad BovinA fue deambular, invisible, y cruzarme con gente petulante.
Uno de los mejores momentos en ese lugar ocurrió una mañana en el aula grande del tercer piso. Esperábamos que la clase comenzara, o se reanudara, y, para mitigar el aburrimiento de la espera, despegué uno de los tantos volantes que había pegados con cinta scotch en la pared, junto a la puerta (sip, mi fobia hace que prefiera sentarme cerca de la puerta).
Las ventanas allí son de tres hojas y se abren girándolas sobre su eje longitudinal, de modo que completamente abiertas las hojas quedarían paralelas al suelo. Esa vez estaban abiertas a 45°, más o menos. Yo hice una pelota con el volante, la apreté bien, medí el lanzamiento desde mi pupitre (no podría precisar la distancia, pero calculo más de cinco metros) y clavé un triplazo que pasó limpito por el espacio que dejaban las hojas entreabiertas de la ventana.
Nadie lo vio, como casi nunca nadie me vio ahí adentro; pero tuve una íntima sensación de euforia que me llevó a repetir la operación. Despegué otro volante, le quité la cinta scotch, lo abollé, lo amasé, hice la mímica de picar la pelota contra el piso para medir bien el lanzamiento, y la bola volvió a caer al vacío sin siquiera rozar el marco de las hojas de la ventana.
Ahí fue cuando dejé la UBA y empecé a gestionar una beca en Duke.
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