Trato de no ser esclavo del tiempo, pero sus esclavos acaban esclavizándome.
No me importa –trato de que no me importe– si es lunes, jueves o domingo, si son las 3 de la mañana o de la tarde. No tengo a dónde ir, ni qué hacer, y si lo tengo, siempre busco que sea algo que no me requiera adaptar mis horarios a eso.
Apenas me molesta cuando, a veces, varias tardes seguidas se me escapa el sol. No tengo nada contra el sol; sólo contra el sol de la mañana, que debería ser abolido.
Pero mis vecinos son sus metódicos esclavos: laburen o se hayan jubilado, tengan que pagarse la cuota del auto, el aire, las vacaciones o la Play para los chicos (para amenazarlos con no dejarlos jugar si se portan mal), viven a su merced y le ofrendan horas de su vida en el altar del despertador, que puede sonar, pipipipí pipipipí, o estar impreso, inconsciente e indeleblemente, en su ADN estatal-laboral. Para ellos sí hay lunes, y jueves, y sábados, y mañanas y noches. Y pretenden que todos vivamos a su ritmo.
Si querés irte a dormir un sábado temprano, dicen que “hoy es sábado”, lo cual los autoautoriza a meterse en tu casa y en tus oídos y en tu cuerpo hasta la hora que les parezca.
Si querés dormir un lunes a las cinco de la mañana, “yo me levanto a esa hora para ir a trabajar” (JODETE, PELOTUDO), y pasos impetuosos te despiertan.
Si querés suprimir la vivencia de Navidad, los forros tira petardos te lo van a impedir.
Si querés olvidar esa cosa colegial de lunes-lengua, martes y jueves-matemática, jueves y viernes-historia, olvídalo: el lunes y el jueves viene la mucama, el miércoles y el viernes le traen al nieto, el martes a veces no viene nadie y puedo dormir; los fines de semana los otros chicos no van al colegio y joden todo el día.
Si querés dormir un sábado ocho menos cuarto de la mañana, un tableteo de cama contra la pared te despierta, y tenés que vivir el mañanero de los vecinos nuevos cuando llevás dos meses sin garchar.
En la lógica de la esclavitud, o la del gallinero, el sometido tiene que someter a otro; y ellos me someten a mí, todos los putos días.
LA CONCHUDA MADRE QUE LOS PARIÓ DEL ORTO.
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