miércoles, 14 de enero de 2009

Déjà vu

Este blog y yo somos militantemente antisionistas. En ese sentido, no quería dejar pasar la ocasión de hacer algunos comentarios sobre la situación en Gaza y, en general, en el Cercano Oriente.
Sin embargo, me cuesta encontrar qué decir; y eso ocurre porque (casi) todo ha sido dicho antes. En especial en la última guerra del Líbano: como hace poco más de dos años, hay que hablar de masacres de civiles, del uso de armamento prohibido, de bombardeos arrasadores sobre ciudades y también del de refugios de la ONU y de camiones que transportan víveres, de que todo eso constituye crímenes de guerra; del silencio execrable de Occidente, de la inacción escandalosa del Consejo de Seguridad de la ONU…
Para borrar aquella derrota de la memoria ante la inminencia de las elecciones, los gobernantes israelíes se embarcaron nuevamente en una acción sádica sobre la población palestina. Con excusas increíbles que repiten hasta el hartazgo, supongo que ya despreocupados de si les creen o no, porque su impunidad es total, justifican sus actos monstruosos, su regodeo con la destrucción.
Así, los mismos criminales de guerra impunes que bombardearon el refugio de Qana, como lo habían bombardeado 10 años antes, ahora bombardean el de Jabaliya. Y sonríen perversamente, como el corrupto Olmert; ponen cara de circunstancias, como la cínica Livni, o usan anteojos, como el psicópata Barak. Porque no se trata sólo de Ariel Sharon; no era este la encarnación del Mal: se trata de la ideología sionista, para la que la vida de un israelí equivale a la de cien palestinos, se encarne en quien se encarne y la ejecute quien la ejecute.
La finalidad declarada, el cese del lanzamiento de cohetes por parte de Hamas, no puede ser alcanzada, y creo que no es el verdadero objetivo. Creo que este es abonar la idea de inviabilidad de la solución de dos Estados, seguir alimentando el odio para reforzar el statu quo y saciar la voluntad de sangre y la necesidad de sentirse el macho del condado que tienen los sionistas.
Vemos las bombas de racimo, vemos las ambulancias bombardeadas, vemos las imágenes editadas; no vemos las imágenes completas, no nos operan sin anestesia, no nos matan al azar.
Sólo el presidente Chávez dice claramente las cosas (más allá de cierto tono grotesco que bordee a veces, o de su voluntad de autocracia); por acá, apenas Felipe Solá alza la voz entre los pulcros políticos del mainstream y dice que Israel parece alguien cazando en el zoológico y que quien no hable ahora será cómplice.
El Consejo de Seguridad de la ONU se revela inútil y tarda 13 días y más de 700 muertos para emitir una declaración que no sea vetada por EE. UU. El dictador y represor Mubarak no abre la frontera de Rafah. El genuflexo gobierno de Abu Mazen controla a los palestinos que viven en Cisjordania y los disuade de comenzar una tercera intifada esperando vaya a saberse qué, salvo las palmaditas complacientes –y la ayuda financiera– de Occidente.
Todos son impotentes ante el poder de los Estados Sionistas y, salvo Chávez, nadie quiere dejar de serlo. Y se ve palmariamente a cuántos les conviene la prolongación del conflicto: no sólo a Israel, para mantener funcionando su maquinaria militar, seguir recibiendo dinero y armas de EE. UU., afianzar sus ideas fundamentalistas y convertirse en la primera línea de contención contra la incomprensible otredad árabe y musulmana; también a los países árabes, que desvían el descontento de sus pueblos hacia el Estado ocupaSionista para poder seguir siendo corruptos y totalitarios fronteras adentro.
Vemos la guerra psicológica, no vemos sus consecuencias. No vemos a los mutilados. Ya veremos cómo se manifiesta el odio en una nueva generación de palestinos despojados.
Veíamos en 2006 a los pobladores del sur del Líbano, bombardeadas sus casas, amenazados por los volantes de advertencia que arroja el Ejército israelí, huir con lo puesto, a veces a pie, por las rutas y los caminos. Sin importar la edad ni el sexo, todos escapaban, y esa imagen representaba en mí la imagen de la Catástrofe palestina. Habrá sido así, pero más grande, me decía entonces.
Ahora vemos nuevamente los volantes amenazadores, pero, a diferencia del 48, de los libaneses, los palestinos de Gaza no tienen a dónde ir. Las fronteras están cerradas, los refugios son bombardeados, y ellos deambulan a merced de la voluntad de exterminio de los sionistas, de la decisión de confinarlos a una cárcel eterna a falta de otra solución, de humillarlos permanentemente, de recordarles aterradoramente quién manda, de matarlos como a hormigas.
Encima, nos encontramos con el periodismo pago que de la marcha de Fearab sólo muestra a D’Elía y que repite la valiente declaración de Chávez para asociar a esos personajes desprestigiados con lo que machaconamente llaman el “terrorismo de Hamas”. Feinmann, Longobardi, una “periodista venezolana” a quien sacan al aire para que despotrique contra Chávez; el sorete mal cagado de Pilar Rahola diciendo, por suerte en España, que “si Israel fuera derrotada, serían derrotadas la modernidad, la cultura y la libertad. La lucha de Israel, aunque el mundo no quiera saber, es la lucha del mundo!!!!”. Claro, los otros están fuera del mundo, su cultura no es cultura… y para llegar a la paz hay que matar a los que se oponen a ella.
En C5N Tognetti parece conservar algo de dignidad: presenta a un “periodista e historiador” de apellido judío aclarando que fue vocero del Ejército de Defensa de Israel (sic). El muchacho de labio caído dice que si los civiles se quedan en lugares desde los que Hamas lanza cohetes, por ser rehenes de Hamas, que no los deja irse, o porque no tienen a dónde ir, “no son inocentes” (sic). Pasan unas imágenes. Tognetti dice que la sociedad israelí es una sociedad en armas y pide que repitan las tomas en que la gente, de civil, lleva su Uzi al hombro. La vuelta a estudios los encuentra hablando, y la nota tiene un final extrañamente precipitado.

Tal vez solo quede decir BASTA DE MATAR. Es en vano: el Poder llevó a cabo la invasión a Iraq pese a millones de personas manifestándose en múltiples ciudades del mundo. No es dable esperar nada.
Pero aún así decir basta de genocidio, basta de argumentos, BASTA, ISRAEL, BASTA. Manifestar de alguna forma el rechazo y la repugnancia por los masacradores, y mantenerlos cuando el conflicto se vaya de la vista de los medios, como se fue el genocidio del neozar Putin en Chechenia; como nunca están las decenas de conflictos en ese lugar fuera del mundo llamado África.
En este sentido vemos con agrado el repudio de un grupo neocelandés a la tenista israelí Peer. Deben saber a cada paso que no son bienvenidos quienes no condenen explícitamente el terrorismo de Estado sionista, deben saberlo hasta que caiga este apartheid como cayó el sudafricano. Deben saber que no creemos sus mentiras, ni sus excusas, ni sus argumentos. Deben entender que ya BASTA.
Son doblemente monstruosos; lo son por serlo, por lo que hacen, y lo son por su impunidad. Son uno de los cánceres de la humanidad.

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