El otro día interrumpía mi zapping un programa del canal Encuentro sobre “viviendas sociales” en el que se mostraba como ejemplos de diseño orientado a la comunidad al Barrio Parque Los Andes, a Ciudad Evita y al Barrio Simón Bolívar, unos monobloques que están cerca del Parque Chacabuco, en la avenida Eva Perón.
Se entrevistaba a vecinos de cada uno de ellos, a un arquitecto, a un artista plástico que ha hecho del peronismo el leit motiv de su obra; todo con la narración vacilante de una chica que actuaba de estudiante de arquitectura, o algo así.
Los vecinos hablaban maravillas de sus respectivos barrios. El arquitecto decía que Bereterbide había ubicado en el eje central del Barrio Parque lo común, en lugar del habitual uso que ese espacio tenía para el rey, el príncipe, etc.; y que así había un patio en el centro, lo que se debía a sus ideas socialistas. Una vecina decía ¡favorablemente! que eso remitía al conventillo, donde también eran comunes los lugares centrales, como la cocina y, sobre todo, el patio.
El bloque dedicado a los monobloques exhibe esas moles, y el arquitecto se declara aliviado al ver que no han puesto rejas que protejan el parque que rodea los edificios. Muestran esa opresiva entrada con gruesas y asfixiantes columnas, y el tipo dice ¡favorablemente! que “todo pasa por la planta baja”. En todos los edificios la planta baja es un punto de encuentro, pero parece que en estos monobloques eso es tan notorio que amerita el comentario del profesional.
Y en realidad no se trata sino de otra forma de control social, de una forma que tal vez sea propia del socialismo. Si quiero entrar con tres terribles travas, o con tres tremendas trolas, todos se van a enterar, y no es lo que estoy buscando, ¿sabés? En vez de vigilarme el portero, el de seguridad o la cámara con circuito cerrado, me vigila el mismo edificio… (Bueno, en Barrio Parque Los Andes también hay vigilancia privada nocturna, y ya se parece a un country en PH, urbano y cool).
Tampoco tengo ganas de sociabilizar plantando un pino en el parque para que los chicos tengan un árbol de Navidad natural (mucho menos, de festejar la Navidad) ni de que usen el patio central de Bereterbide como canchita de fútbol.
Además de realzar y valorar esto, y de mostrar qué bien se llevan los vecinos, entrevistan a una señora que vive en Los Andes, quien dice, junto a dos de sus amigas, que parecen clones de la vieja conchuda que padecí un año y medio just above my head: “Si no te gusta que los vecinos se metan en tu vida, andate a otro lado”. Así de sencillo: ellas te echan, ellas se han adueñado del lugar, hecho favorecido tal vez por el propio Bereterbide y su concepción socialista de la arquitectura, donde todos estamos en contacto con todos y sabemos qué le pasa a cada vecino. No por chusmas, sino por solidarios, claro.
Si eso es la “vivienda social”, tal vez yo necesite la vivienda antisocial. Una donde el único espacio común sea aquel en el que se exhiben las cabezas de quienes hablaron por teléfono en el balcón, antes de su inmediata detención, del juicio sumarísimo y de la consiguiente decapitación.
Otras formas de vivienda social, en cambio, no son abordadas por el programa: los countries, los megaemprendimientos o las torres, que propician la sociabilización con parrilla, pileta, SUM, solárium y hasta con canchas de fútbol 5. No son progres ni sus arquitectos son socialistas… pero igualmente diluyen la privacidad, exponiéndote ante todos los vecinos en el circuito cerrado de televisión, obligándote a escuchar los pedidos de aplausos para el asador un domingo al mediodía o a encontrar a los vecinos en patas y a los gritos en el palier porque van a tomar sol al espacio verde, donde hablarán por celular o mandarán mensajes de texto con ese mínimo y tan molesto tono de cada presión sobre el teclado.
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