viernes, 13 de marzo de 2009

Para Lo

La puse en cuatro y le correspondí su dedicado pete con una profunda chupada de orto hasta que se me entumeció la lengua. Ella sabía lo que seguía. Lo deseaba. Apoyé la poronga contra su culo y presioné, firme e incesantemente.
Y entró, sin lubricante, hasta el fondo. Cuando parecía que no había más lugar, descansé mi torso contra su espalda, succionando y mordiendo su nuca, donde no se notan los chupones, y empujé aún más la pija con todo el peso de mi cuerpo.
La bombeé en un rápido crescendo, amasándole las tetas con una mano y despeinándola con la otra, frotando la yema de los dedos contra su mollera. Necesité cambiar el aire, y entonces le dije que agarrara la almohada y que se levantara, pero que no se saliera. Para asegurarme, le clavé dos dedos en la concha, y me incorporé. Y ella conmigo.
Le pedí que pusiera la almohada sobre el escritorio, y la llevé, ensartada, hasta el pasillo. Ahí la aplasté contra el espejo y recomencé el bombeo, intenso y taladrante. Veía sus ojos sacados reflejados, y yo atrás, tan desatado como ella.
Pasé mi brazo por delante de su cuello, lo doblé fuertemente, ahogándola, y le dije:
–¿Te gusta la puta esa? ¿Eh? ¿Te gusta?
–Sí –respondió en un quejido, con la cara enrojecida y la respiración anhelante.
–Parece que le re cabe la pija en el orto, ¿no?
–Sí, le encanta.
–Y a mí me encanta que sea tan puta. Decime que te gusta, decime que la turra esa te vuelve loca –insistí.
–Sí, es muy puta, y me vuelve loca.
–Bueno, dale un beso…
Y le deformé la cara contra el espejo, presionando con mi cuerpo y mi mano libre.
Su boca abierta y su lengua en punta iban dejando huellas de rouge y de saliva en el cristal mientras mis dientes y mi lengua chocaban contra la nuca, el cuello o el espejo intermitentemente empañado.
La agarré de la cintura y empecé a caminar, de vuelta a la habitación, dejando atrás los besos de a tres. “Ponete los zapatos”, le ordené para tenerla a una mejor altura. Se subió a los stilettos rojos sin salirse, y a los dos pasos la doblé contra el escritorio y volví a bombearle el ojete. Le metí dos dedos en la boca, y cuando la otra mano buscó repetir la operación en su concha, la encontró ocupada.
No faltaba nada para llenarle el orto de leche.



Soy tan pajero como vos puta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta ser tu inspiración.
Me gusta cuando deliras y me metes en tus delirios.
Cogeme asi se nuevo, dale...
Me calentaste, nene.

Sergio dijo...

www.anfibiodeciudad.blogspot.com