Al final, voy a tener que irme a vivir a un cuarto de ambiente –sin balcón–, blindado con Durlock acústico, vidrios dobles y cortinas gruesas. Y en el verano seguramente tendré que comprarme el aire para no morir transformado en una pasa.
Y no quiero. Contrariamente a lo que algún despistado podría pensar, no me gustan las burbujas. No quiero aislarme de la módica expresión ciudadana de lo natural. Quiero ver cómo va pasando el sol sin que me lo tape una cortina, quiero dormir con la ventana abierta aunque haga quince grados, quiero que el aire fluya sin quedar retenido.
Quiero escuchar los pájaros, la bocina del tren en la madrugada, el arrullo de los motores a lo lejos.
Quiero dormir cuando se me canta el orto. Quiero mi casa como era antes de que vinieran estos pelotudos que tengo encima de mi cabeza.
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