jueves, 15 de abril de 2010

Desde el balcón

“¿Quién es? ¿Es nueva? Le voy a meter una denuncia que se va a ir la reputa que la parió”, anuncia a viva voz el vecino del piso X, demostrándoles a sus hijos que se interesa por ellos cuando llegan del colegio.
Ayer a la tarde se la agarraba con un vecinx: “Primero, que pague las expensas”, descalificaba a los gritos la queja que le llegó en su condición de miembro del Consejo de Propietarios del edificio.
El otro fin de semana, como tantas veces, su hijo siniestro se desquiciaba con la Play, y él le gritaba, desencajado: “Pedime que la rompa, pedime que la rompa, que agarro un martillo y te la hago mierda”.
Antes, otro día, se habrá quejado de que paga 1000 mangos por el colegio de sus hijos, y habrá prometido una vez más: “Mañana mismo voy yo y te cambio de colegio”…
Antes, otra tarde, habrá amenazado con romperle la boca a su hija de 8 años, con reventarla, mientras ella, nuevamente, se guarece bajo la cama de la furia paterna, exacerbada por la aquiescencia silenciosa de su madre.
Antes, tantas otras veces, no los habré escuchado. Antes, o durante, me habrán despertado o no, los habré escuchado y habré escrito algo sobre ellos o no…
Y antes ni siquiera vivían acá.
Denunciarlo, como supongo que correspondería, es inútil. Ya denuncié a otra vecina, y no pasó nada. La citaron de la Defensoría de Niñxs y Adolescentes, y nada más. Ni una causa, ni una investigación, ni una consulta a los vecinos para averiguar si oían cómo insultaban y le pegaban a una criatura que no tenía dos años.
No hay pruebas, no puedo grabarlo, los chicos no tienen marcas en el cuerpo, ningún otro vecino parece enterarse –aun cuando los del departamento contiguo están en su casa y, entonces, para que registren que escucho los gritos, y también su silencio, me quejo en voz alta-, en el colegio de los 1000 mangos no notan nada, el tipo es tan razonable, alguien dirá que es por las disputas de consorcio…
La nena pide “basta, parala”. Y el señor de la Comisión se enceguece, se saca aún más, si es posible (sí, es posible), y le exige que salga de debajo de la cama. Le exige a esa “mocosa de mierda” que no diga más “basta”, ni “parala”, ni “acabala”. Le exige que no cierre la puerta de su pieza. Su hija, sollozando, dice que quiere estar sola; pero él insiste con que deje la puerta abierta, con que su llanto, su cara seguramente enrojecida, su indefensión queden a la vista.
La otra vez la nena decía “no me toques”. No decía “no me pegues”. Decía “no me toques”. Mientras, él no olvida, ni esa vez ni esta ni ninguna, sentirse ofendido por el comportamiento de sus hijos (¡tan buenos padres con hijos tan maleducados!, cosa de no creer…), ni amenazarlos con golpearlos ni, seguramente, concretar las amenazas.
Todo termina antes de que un patrullero pudiera haber llegado si finalmente me hubiera decidido a llamar a la cana.
Ya pasó, nadie escuchó, no hay rastros visibles…
Un rato después, un día después, nada de esto parece haber ocurrido. Comen juntos, los nenes juegan con la compu, se pelean, lloran, se insultan, se ríen, se informan cómo va el partido, casi no salen. Los padres los amenazan con castigos, con golpes, con que “vas a ver cuando llegue papá”, con que “la próxima patada que me pegás y no tenés cumpleaños”; les dicen mil veces que es la última vez que pasa tal cosa, que es la última vez que se lo dicen. Los niños expresan letra por letra su odio por sus padres, por los objetos o por ellos mismos; afirman que “sos la peor mamá del mundo”, llaman a sus padres para contarles algo, hacen la tarea con su ayuda…
En esa dinámica enferma de la que me obligan a ser testigo pasan de un estado a otro sin que haya una discontinuidad. Sin que haya registro de un afuera donde pedir ayuda, sin que haya margen para que ese odio que merecen quienes lastiman y humillan, declarado por impulso, se mantenga en la calma.
Porque es la puta cotidianidad. No es que el tipo, o su jermu, se sacaron un día por algo, y esa situación es algo a remontar, a rever, a explicar, a tratar de que no se repita. Todo ese maltrato forma parte de la normalidad, de lo habitual. Y eso es lo más siniestro. La naturalización del abuso equivale a enseñarles que esa forma de relacionarse es normal y que la violencia y el cariño son uno, y no opuestos.
Una vez los encontré en la puerta del edificio, y no daba decirle a una criatura de esa edad “no te olvides nunca de cómo te tratan”. No daba porque estaban los padres, y porque no hubiera entendido. En realidad, está claro que no lo va a olvidar, que algún recuerdo conservará de las repetidas escenas de violencia familiar. El tema es qué forma tomará ese recuerdo para ser menos doloroso, para poder cumplir con el mandato de querer a los padres. Y qué cosas no recordará pero quedarán registradas en su inconsciente.
Cuando escuché una discusión por el uso de Facebook, se me ocurrió buscarlos allí y dejarle un mensaje a la niña –la más sensata de la familia–, como si la conociese del colegio, como si fuese una maestra, diciéndole que cuando le peguen o le griten, en vez de esconderse, pida auxilio, que alguien la va a escuchar y la va a ayudar.
Además de recordarles –también al golpeador, para que se rescate– que hay un afuera, un pedido expreso de auxilio da más pie para la intervención. Porque no está claro –para mí– cuándo esa violencia excede los límites que pueden considerarse aceptables ni a partir de qué hechos te toman en serio y prospera la denuncia sin que desestimen tus palabras como las de unx metidx.
Va a ser para quilombo. Pero no voy a seguir siendo cómplice.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Equipo de abogados especializados en Derechos del Niño que atienden las 24 horas, durante todo el año. Recepción de consultas y denuncias institucionales frente a situaciones de amenaza o de violación de derechos de niñas, niños y adolescentes de la CABA
Av. Roque Sáenz Peña 547, piso 6º. Tel: 4331-3232/3297 ó 102

Olga dijo...

Si es como acá...

http://nosoportoalagente.blogspot.com/2008/05/la-denuncia-al-102.html

Y no sé si se necesitan testigos, si es la palabra de uno contra el (violento y vecino) otro, si les hacen algún test a los pibes....

IGual, ahora están más rescatados. O será por el invierno, y las ventanas cerradas. No sé.