lunes, 13 de septiembre de 2010

Alimento para perros

Caminando la otra noche por la avenida Independencia se me juntaron unas neuronas. El resultado tal vez califique como idea. No sé. (No importa, tampoco). Se me ocurrió que en el alimento para perros que se vende en los innumerables negocios del ramo, los cuales se multiplican como canchas de paddle, videoclubes o parripollos, tal vez como consecuencia de la agobiante proliferación de perros en casas y departamentos… En el alimento para perros, decía, podría ponerse un colorante que les dé fluorescencia a sus heces.
Sucedió luego de tener que frenarme de golpe en la oscuridad ante una mancha en el piso, luego de pisar algo menos sólido que una baldosa y de caminar varios metros, hasta un poco de luz, con el temor de haber pisado mierda. Pero no, la suela está limpia. Zafé. ¡Bien!
Si la caca de perro fuera fluorescente, en cambio, no sólo la reconoceríamos y podríamos evitar pisarla en la penumbra, o cuando se disuelve por la lluvia. De paso, alumbraría un poco las oscuras veredas que Buenos Aires nos depara incluso en sus avenidas céntricas.
Ojalá alguien recoja el guante (ya que son tan pocos los que recogen la mierda) y verifique la viabilidad de mi cuasi idea.
De todas formas, no alcanza para todos. A los ciegos no les alcanzaría la fluorescencia de la caca para evitar pisarla. Quizá, además del colorante, podría añadirse al alimento canino un metal no tóxico que emita una señal solo captable por un receptor añadido a los bastones, de modo que estos vibren o repelan la mierda como se rechazan los polos opuestos de los imanes, llevando al ciego para el otro lado.
Aunque bien podría ocurrir lo que me ocurre a veces, que quedo encerrado por la caca de perro, que llego a un punto en el que todos los posibles lugares donde poner el pie están cagados por los perros…
No sé. En todo caso, que se hagan cargo ellos, a ver si con sus capacidades diferentes se les ocurre algo. O capaz que esas mismas capacidades los libran de pisar las toneladas de mierda de perro que imagino que deben pisar a diario.

Yo, mientras, sigo deseando vivir en una ciudad sin perros.
Aprovecho para decirlo: no tengo nada contra los perros en sí. Tengo algo contra ellos, una profunda detestación, cuando abren la boca para ladrar, para babearte, para morderte… Y cuando abren sus orificios excretores para evacuar en lugares públicos.
Y que no venga ningún defensor de perros a decirme que la culpa no es del pobre animalito, sino de su maleducado dueño. Porque si no hubiera perros, los dueños tendrían que ejercitar su mala educación de otra forma, pero no en las veredas donde camino ni en los departamentos contiguos al mío.

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