domingo, 12 de diciembre de 2010

Carta de Dios

Nuevo Schoenstatt, 13 de septiembre de 2007

Querida hija mía:

Probablemente te extrañará recibir una carta mía. ¡Te escribo montones a diario y siento que no siempre te llegan! Déjame que hoy me acerque a ti, en el silencio, aunque sólo sea un momento, y te hable al corazón, y te diga todo eso que un padre puede decir a su hijo más querido, a su hijo más especial.
Continuamente estoy escuchando tu voz. Conozco tus búsquedas, tus tropiezos, tus limitaciones. Mi pequeña hija, ¡si supieras del momento en que pensé en ti! Aquel día toda la tierra se paró, todo el cielo te miró, y yo mismo te formé, eres una obra nacida de mis manos. Y entonces pronuncié “tú eres mi hija amada”. Te apreté fuerte contra mi pecho y sentí tu corazón latir al mismo ritmo que el mío. Y en el Día de tu Bautismo, aquel ………………………………., sellé una alianza contigo para siempre. Desde entonces tu nombre está grabado en mis entrañas, en las palmas de mis manos, y lo repito con frecuencia como el más precioso de todos. Hija mía, me duele tu dolor; tus heridas son también las mías. A veces te veo mendigando amores que pasan y siento pena. ¡Si supieras cuánto te quiero! ¡Si conocieras un poco del amor que te tengo! Déjame que, de nuevo en este día, te lo haga llegar. ¡Ojalá lo sintieras! ¡Ojalá descubrieras que este amor mío te puede llenar, te puede hacer feliz!
Me hacen sufrir las oscuridades del mundo en el que vives, aunque muchos creen que me resulta indiferente, o peor aún, que todo ese dolor es culpa mía. ¡Y pensar que nunca en mi proyecto contemplé ni una pizca de angustia para nadie! Pero lo que más me duele, lo que más entristece mi corazón, es la indiferencia en que viven, su falta de solidaridad. ¿No los hice hermanos, responsables los unos de los otros? ¿No los modelé a cada uno con igual ternura? ¿No puse en su corazón todo el amor que podía contener mi corazón de padre? ¿Por qué no son capaces de vivir en fraternidad? ¡Si descubrieran la belleza de mi proyecto inicial para toda la humanidad…! Pero sigo confiando en ti, mi hijita más querida. Y sigo optando por tu tierra, y el hecho de haberte creado hija, a imagen de María, es lo más hermoso que pude pensar. Sigue luchando por asemejarte cada día más a ella.
Te envío de nuevo a Jesús. ¡Él es mi Carta Viva para ti! Lo puedes descubrir caminando a tu lado. Muchos se quejan de que no lo ven… Quisiera que a ti se te purificara la mirada, que se abran tus ojos y lo descubras de una vez, presente a tu alrededor. Él, en su aparente debilidad, en su supuesto fracaso, será para ti y para tus hermanos salvación, esperanza, confianza y plenitud de lo humano, arco iris que brilla y que anuncia el fin de las tormentas, sol que ilumina y derrota la oscuridad. ¡Anhelo que seas como Él! Así de luminosa, humilde, pequeña y como Él. Que te sepas siempre cobijada en mis brazos, especialmente en las horas más difíciles.
Así te soñé y así te quiero, porque la grandeza del ser humano no está en brillar con luz propia y artificial, sino en recibir y reflejar la única luz que transforma, que es la suya. Jesús es para ti el Sol Naciente. En la oscuridad de este tiempo brilla su luz. ¡El mundo está lleno de luces! Tú eres una de ellas. Te necesito a ti, mi hija predilecta, para que alumbres, para que seas también tú una Carta Viva, que lleve a los hombres y a las mujeres de esa tierra, que viven a oscuras, la luz verdadera, la Buena Noticia: que yo sigo amando a la humanidad, sigo esperando y confiando en ella, sigo soñando con ella, sigo desviviéndome por ella. Ve tú, mi hija mía muy querida, allí donde yo no puedo llegar: te necesito para que seas mis pies, mis manos, mi voz y mi ternura. ¡Y en el fondo lo eres! ¡Llevas grabado en tu interior el rostro y el nombre de tu Padre!
Haz felices a los otros, alúmbralos. Así serás verdaderamente feliz. ¡Yo sólo quiero eso de ti! Nunca olvides el amor que te tengo, aun cuando más triste y pequeña te sientas. Yo siempre estoy aquí, porque te quiero, porque no sabría hacer otra cosa que no fuera amarte, mirarte y alegrarme por ti, hija mía. Te abro mi corazón en el que te llevo impresa, hija mía más querida.

Tu Padre Dios.



(N. de la T.: Dios tiene algunos problemas con la sintaxis y la puntuación, tal vez análogos a los que tuvo durante la Creación; pero, como creyente que difunde Su palabra, los corregí. :P)


Posdata, o algo así, en una fotocopia de la clase de Enseñanza Religiosa de 4° año:

* “Porque los pilares del templo están separados. Y ni el roble crece bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la del roble”.
* En el equilibrio de los valores y de las fuerzas al interior de la comunidad humana, el hombre representa la fuerza centrífuga, que proyecta la vida familiar hacia la sociedad, y la mujer, la fuerza centrípeta, que atrae formando el núcleo vital.
* La mujer que no sabe guardar interioridad, que no aprende la disciplina del silencio, de la soledad interior, de la reflexión no es capaz de superar la debilidad de su ser. Esta es la única manera de vencer los antivalores femeninos como la superficialidad, la inconsecuencia, el sentimentalismo, el subjetivismo, el fanatismo, la complicación, etc.

No hay comentarios: