lunes, 30 de mayo de 2011

Eucaliptus

Los eucaliptus se definen, para mí, por las pelotitas esas, de forma cónica, marrones y duras, de las que había tantas en las veredas del parque Lillo, y que en mi niñez yo pateaba, una tras otra, desde la calle 4 hasta la avenida 10, o viceversa, y también por la avenida, todas las veces que caminaba por ahí.
Como en la vereda de esta plaza por la que paso a veces no había ni una pelotita, no estuve seguro de que el árbol ese fuera un eucaliptus. Me parecía que sí, sobre todo por las hojas, pero no más que eso. Y no sé por qué me llamaron la atención las hojas. Tal vez porque primero fue el tronco el que interpeló mis recuerdos, seguro que inconscientemente, porque no podría decir que tenía presente cómo es el tronco de un eucaliptus. La cosa es que miré hacia arriba, me acerqué para verlas mejor, y traté de descubrir algunas pelotitas que aún no se hubieran desprendido de la lejana copa del árbol. Pero no distinguí ni una.
Aunque voy a ese lugar más o menos cada tres meses, no volví a pasar por allí: no volví a salirme de mi camino –que me lleva por otra de las esquinas de la plaza– ni por el motivo desconocido que me desvió esa tarde, ni para buscar de nuevo las pelotitas en la vereda ni por ninguna otra razón.
Hasta esta vez, cuando, de nuevo, elegí esa vereda, de nuevo sin saber por qué. A mitad de cuadra reconocí un ramo de aquellas hojas sobre una baldosa, un ramo que me hizo acordar a los ramos que se bendicen los Domingos de Ramos, y lo levanté de inmediato, como si fuese una de las monedas que suelo encontrar con frecuencia en la calle. Lo levanté sin pensar y lo guardé en la bolsa que llevaba, pese a que había estado a merced de las pisadas de los transeúntes y a que estaba sucio, con un pelo enredado entre las hojas, según vi cuando lo tuve en la mano.
En casa lo miré con minuciosidad, y descubrí los conos en su forma incipiente. En vez de los uno o dos centímetros que mi memoria les calcula a los que pateaba en mis vacaciones necochenses, estos tendrán cuatro milímetros de largo. Y si los apretás hasta desmenuzarlos entre el pulgar y el índice, los dedos se te llenan de un fugaz y purísimo olor a eucaliptus.
Un par de días después estaba boludeando en youtube, y, en un momento, entre las sugerencias que salen a la derecha de la pantalla, apareció un video recién subido. Le di clic más bien porque sí, o porque recordaba una parte de la letra de esa canción, y de inmediato creí reconocer en él la plaza y el árbol, e incluso el edificio al que había ido aquella tarde como otras tantas.
Lo repetí, detuve la imagen varias veces, y finalmente me propuse volver para comprobar si era ese lugar sin esperar a la próxima visita que debiera hacerle a la persona que vive cerca. Porque muchas veces yo sé que es así, pero parece que necesitara una certeza extra. Como la vez que me encontré en la calle con mi profesora de Castellano del secundario y, aunque estuve seguro de que era ella desde el primer vistazo, y más seguro estuve después de quedarme observándola desde lejos mientras ella miraba la vidriera de una joyería, no me animé a decirle: “Disculpame, vos sos Norma, ¿no?”. Y siempre me expliqué mi silencio porque la acompañaba una mina. Onda “mirá si no es y hago un papelón ante dos personas”. Una explicación fraudulenta… (la genuina la desconozco).
Corte que pasaron dos o tres semanas, que ya había llegado el frío, y una tarde se dieron todas las condiciones necesarias para que volviera a la plaza. A la plaza que era la plaza del video. Entonces quise traerme otro ramo de hojas con sus pelotitas incipientes. Me subí al banco de cemento que bordea el eucaliptus, pero no alcanzaba las ramas más bajas. Traté de treparme caminando por el tronco, pero fue en vano, lo mismo que hacer equilibrio por la parecita donde están las rejas, procurando alcanzar otra rama que parecía estar al alcance de la mano, y que quizá lo esté, siempre y cuando uno sea más alto.
Hasta salté un par de veces, ya en la vereda, buscando arrancar unas hojas de un manotazo. También fue inútil. Y ya estaba llamando la atención. Por los saltos, por el jugo Ades que se cayó sonoramente del bolsillo de mi campera y por quedarme quieto, haciendo nada, mientras esperaba que la gente que bajaba de los colectivos o cruzaba la calle terminara de pasar y despejara mi área de acción.
Se me ocurrió buscar por el resto de la plaza, a ver si había otro, y no: es el único eucaliptus… Así que debí conformarme con traer una ramita que había caído junto a la base del tronco. Como me conformo escribiendo esto acá, compartiendo sólo con el teclado uno de los aromas de mi niñez, el que tengo en la yema de los dedos.

4 comentarios:

Olga dijo...

Este blog ya no es lo que fue. Ni lo que pudo haber sido.
Igual, por ai alguien todavía pasa y le interesa, el fin de semana, a más tardar lunes o martes, actualizo.
Cuando se vaya el frío que todavía no llegó.

Soy la muerte de Gatti dijo...

http://www.sonidoambiente.tv/

oiga Olga entre a esa pagina y vea el episodio 18


ese pibe tien un don, a mi no me joden

0. dijo...

Hoy, que hay sol y da sacarse la remera, lo vi.

TRE MEN DO

Un clásico en ciernes.


De nuevo, el agradecimiento por compartirlo.

0. dijo...

Check this out!!!!!!!!!

http://www.ustream.tv/recorded/9272596



PD: Cómo mierda me lo perdí??????