lunes, 6 de febrero de 2017

La vida de los hijos es la muerte de los padres

Y ellos rehúsan morir. Incluso cuando ya están muertos y llevan años a merced del viento.
"Quiero que [quien esto escribe] se relacione conmigo como cuando tenía 25 días de vida", programó mi madre en su control mental. (Entre tantas otras cosas similares que habrá programado y que desconozco).
"El departamento lo ponemos a tu nombre, pero tenés que firmar un papel que diga que no vas a poder usarlo hasta que yo me muera", propuso mi padre aquella vez.
"Todavía no me morí", dijo mi madre cuando expresé mi deseo de que se vendiera este departamento y que me dieran mi parte.
"Vivir solo es para el que tiene buena salud", dijo mi padre, seguramente cuando regresé a trabajar tras ausentarme algunos días por enfermedad, y esa fue su única referencia a mi determinación –solo posible en los 90– de ahorrar, tan espartana como infructuosamente, para comprarme un depto.
Y la idea de comprar, en mi plena niñez, una parcela con tres lugares en el cementerio, como que me ponía un límite, como que también dice algo a este respecto…

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