viernes, 20 de diciembre de 2019

Set that shit on fire


De tanto decir voy a prender fuego esto, de tanto tiempo organizándolo en mi cabeza y esperando una ocasión adecuada para hacerlo, de tantos años (seis, treinta y cuatro) viendo la inmovilidad de los libros en la biblioteca al pedo, juntando polvo y humedad, finalmente agarré algunos, los más destartalados, más una biblia y un par de tomos del diccionario de Littré y traté de quemarlos en el patio de casa.
Una docena de fósforos y media botella de alcohol después, asumí mi incapacidad pirómana. A algunos, chamuscados, los tiré a la basura. Bah, iba camino a tirarlos en el contenedor cuando el homeless intermitente de la esquina me dirigió la palabra para preguntarme qué onda y terminé dándoselos, aun con la advertencia de "mirá que están un poco quemados", y sin darle cabida a su intento de prolongar la conversación acerca del porqué del fuego.
Un tomo del Littré volvió a la biblioteca, incólume, y el otro quedó en mi pieza, esperando, quizá, una nueva ignición. Algo así como un mes más tarde, finalmente sucedió. I wrote my name (Olga) in gasoline and set that shit on fire. Bueno, no fue gasolina, ni siquiera tíner, como también usé la vez pasada, sino, de nuevo, alcohol. Pero esta vez encendió de una y mantuvo la llama viva durante bastante tiempo.
Es una práctica bastante aburrida mirar el fuego. Podés tomar algunas fotos (porque, si no queda registro, el hecho que fuere no imprime en la memoria con la misma potencia), ver que no se apague muy pronto y, también, que no amenace con crecer más allá de lo deseado… y no mucho más. Al rato me puse a ver tele, y después a boludear con la compu, dando por finalizado el asunto al no ver llamas. Incluso salí a la calle, a tirar la basura y también, cuatro cuadras más, a pesarme en la farmacia. Pero resultó que el fuego sobrevivía bajo los papeles o dentro de ellos.
Lo noté al volver, cuando saqué las hojas carbonizadas que iban quedando en la superficie y las llamas se reavivaron con un plop semiexplosivo. Esto será una obviedad para alguien que tenga la costumbre de hacer asados o de presenciar su cocción, para alguien que maneje los conceptos de "brasas" y "rescoldo". Para mí, en cambio, resultó una novedad.
Una de las veces que retiré una palada de hojas reducidas a negro, cuando ya daba por consumido el fuego, se reavivó incluso en la bolsa donde juntaba los despojos, que quedó medio derretida. Cuando, de nuevo, parecía controlado, y salí a la calle para tirarla, una brisa atizó el color naranja y tuve que soltarla sin poder llegar al tacho de la esquina.
Luego, el viento intermitente que empezó a levantarse, y a consolidar mi resfrío, aumentó la intensidad de las llamas de un modo que me hizo pensar en los incendios forestales, en el sorprendente y enorme poder del viento en casos así.
El asunto es que tardó muchísimo en quemarse todo, más de dos horas, y, aparte del aburrimiento, el humo y el olor se tornan muy fastidiosos. Durante la fogata y bastante tiempo después. "Las partículas permanecen adheridas a los días (hasta cuándo)", dijo alguien alguna vez, y, sin querer, lo hice literal realidad.
Finalmente, lo único que quedó intacto fue la gruesa tapa del libro junto con un par de hojas contiguas. Las guardé, todavía calientes, de nuevo en mi pieza. Pegué una manguereada al patio para sacar las huellas de papel carbonizado que pudieran delatar lo sucedido, y la oportuna lluvia de la tarde siguiente ayudó a limpiar un poco, llevándose esa energía y esos restos de olor montados en el aire.
La lluvia fue breve y, cuando terminó, retiré lo que quedaba de la bolsa para terminar de quemarlo o sencillamente para tirarlo. Junto con la tapa y un par de hojas chamuscadas y los restos, carbonizados o cenizos, desprendidos, salió un olor negro y horrible, que me apuró a deshacerme de lo que liberaba esa forma de la enfermedad que, sin darme cuenta, había alojado a dos metros de mi cama.
Una vez liberado el lugar de objetos, tiré perfume en el piso para contrarrestar el olor, y me quedé con una decepción más: finalmente, prender fuego las cosas fue una forma de consolidar la presencia, en lugar de aniquilarla. Así que no voy a quemar más nada. Al menos, no en mi casa.
Ese fracaso de lo fantaseado tanto tiempo se suma a todos los demás, y seguramente anticipa el próximo, que, tal vez por intuirlo, vengo demorando. Y, la verdad, no sé cuándo sucederá lo de dejar atrás al muerto de una puta vez; que, en mi caso, incluye enfrentar a la viva, que le paga un alquiler al muerto y se caga en mí como durante toda su vida enferma ("deseo que se relacione conmigo como cuando tenía 25 días de vida").
Hasta cuándo.

1 comentario:

Y.o. dijo...

Ojalá algún día puedan decir de mí "servicio interrumpido por accidente con persona".