sábado, 14 de noviembre de 2020

Destiempo y espacio

Me siento en la escalera de tu edificio. Los que pasan o las cámaras de seguridad no notan nada raro. Podría estar esperando a alguien, esperándote, que llegues, que bajes, que venga el delivery o el cerrajero. Pero nunca nos citamos en tu casa -ni en ningún lugar que no fuera profesional-, y ya no vivís más ahí.
Me tomo tres subtes y un tren (o un tren y un colectivo) y voy hasta la puerta de la casa a la que una vez volviste toda enchastrada porque te habías recibido (a la que volviste todos los días de cinco años, antes de eso). Pero nunca me dijiste dónde vivías, y tampoco vivís más ahí. Y pienso en ir un 24 o un 31 y escuchar tu voz entre las risas, tu risa entre las voces, aunque alguien caminando, o deteniéndose para ver a través del cerco vivo, llamaría demasiado la atención a cualquier vecino, a la patrulla comunal, a los perros de tu casa. Y no tengo excusas si sos vos la que me ve. Aparte, no sé hasta qué hora andan los trenes esa noche.
Me voy hasta tu nuevo edificio y en la puerta digo en voz alta "feliz cumpleaños" aunque no sea el día correcto (no eran las doce), aunque no estés ahí (estabas a equis pisos de distancia, durmiendo, o cogiendo), aunque tampoco me hayas dicho dónde vivís ahora.
Escucho "Tapado de piel" y miro hacia mi derecha. Aunque no estemos en el Konex ni en el Ateneo, aunque esté en mi cama y a mi derecha esté la pared, aunque haga siete años que no nos vemos.
Camino algunas calles, Cachimayo, Goyena, Chile, Saavedra, incluso Cochabamba, Treinta y Tres, y aunque cruce exactamente por el mismo lugar donde cruzamos, no hay nadie a mi lado. Ni nadie se entera.
Les pago a algunas personas para existir en la forma de mostrarles la gilada que escribo para que digan algo, pero si no dicen la palabra mágica ("libro"), y casi nunca la dicen, yo no voy a mencionarla. (Y menos aún avanzaré en el siguiente paso de la hoja de ruta que trazó el Señor de las Elles: no voy a buscar una editorial). Ahora son casi las cinco de la tarde de un martes, y estoy cerca, y voy hasta la puerta del ph al que iba con mis papeles bajo el brazo a mostrárselos a M. Pero es tiempo de pandemia, y no hace clínicas presenciales, nadie ocupa mi lugar. Y yo no voy más porque todo tiene un límite, y a este lo percibí hace tiempo.
Miro a alguna gente en la calle, la parte de la cara que queda a la vista, pero nadie me devuelve esa frecuencia de comunicación.
No necesito esas representaciones de la exclusión para saber que estoy irremediablemente afuera. No soy el loco obsesivo de la escuela de danza. Solo busco -necesito- producir un poco de dopamina. O sentirme en contacto aun estando afuera. O mostrar que son ustedes los que fallan, que yo puedo ir al lugar y hacer mi parte. Son ustedes los que no están.
Bueno, son ustedes los que no quieren que yo esté.

No hay comentarios: