viernes, 2 de julio de 2021

De memoria

Acaba de reeditarse un libro sobre los Redondos cuya autoría corresponde a un par de periodistas, que, cual youtubers extranjeros reaccionando a canciones, siguen la veta ricotera que los lleva a superar la media de la repercusión. Me enteré en la web de Página, donde una nota dice que esta “edición corregida y aumentada incluye un prólogo –el orgullo del libro, según sus autores– en el que Mariana Enriquez asegura que cada generación tuvo y tiene su propia versión del grupo”.
En el prólogo, que se reproduce en la nota, Enriquez manda fruta traicionada por su memoria y sin haberse tomado el laburo de chequear. Y ninguno de los autores, periodistas especialistas e investigadores, se dio cuenta del moco, al igual que editores y otra gente que pudo leerlo antes de su publicación.
Mariana dice que una noche en La Plata le dieron un volante de la banda que “promocionaba un show en la disco Garage para el 8 de diciembre de 1988” y que decidió no ir porque “meses antes había sufrido con Los Redondos en el Club Atenas. La cola para ingresar se volvió avalancha cuando el show comenzó, con demasiado público afuera; el apretón fue terrorífico y también era espeluznante estar adentro, con mucha gente caminando por ahí como desorientada, otra en éxtasis y el humo de los gases lacrimógenos arrojados afuera que ingresaba e impedía respirar”.
Mi memoria me dijo al toque que la famosa noche de Atenas con la policía tirando gases fue posterior al 88, me dijo “noventa y uno, más-menos uno”, y empecé a escribir este post basándome en ella, pero tuve la precaución que Mariana no tuvo: googleé un toque. Y lo encontré rápido. Es cierto que habían tocado en Atenas poco antes, el 3 de septiembre del 88, pero el show de los gases y Skay tocando solo hasta que los otros músicos deciden volver al escenario es de 1990, 12 de mayo.
No pasa nada, es un dato más, relevante para mí apenas porque lo retengo en mi (fiel) memoria. Y porque venden (a 1900 pesos de papel devaluado) una edición corregida, aumentada, especializada, cuyo mero prólogo viene con una pifia así. Y porque en la gacetilla de Planeta que reproduce la revista Viva dice “el libro, de gran rigor histórico…”.
No solo la memoria de Mariana Enriquez deja que desear. También falla al transcribir el texto del flyer que, previsora, guardó de recuerdo, y, aunque lo tiene frente a sus ojos, solo menciona a una de las dos disquerías donde se conseguían entradas con descuento: “Encontrarás tu boleto de entrada al Paraíso únicamente en la victrola de costumbre”, cita, agregando por su cuenta el adverbio de modo que no aparece en el volante y omitiendo a la otra, nada menos que Tabú.
Después dice que el asesinato de Bulacio causó “desazón pero no sorpresa. Iba a pasar”. Y con eso estoy muy de acuerdo, todos pudimos ser Bulacio. Y si no tuve chance de ser uno de los muertos de Olavarría es porque me bajé de ese tren hace mucho. (Digo “tren” y me acuerdo del chabón que murió al caer del tren yendo a un recital, digo “googlear” y el buscador me dice que al menos son seis los muertos en recitales de PR –o del cantante– y alrededores).
En cambio, no estoy de acuerdo cuando afirma que “ir a bailar siendo menor era arriesgarse a caer en una razzia” y no estoy de acuerdo porque ¡siendo mayor también, Mariana! ¡Hasta en la esquina de mi casa a la tres de la tarde me paraba la Federal para pedirme documentos! O en la esquina de mi laburo a las siete de la tarde, y en cualquier lado hasta mediados de los 90. Hasta que se derogaron los edictos.
También desacuerdo con sus gustos musicales, porque “jamás me conmovió una sola canción de Charly García; no niego su importancia y menos su genio”, pero gustos son gustos y no hay mucho que decir al respecto. Lo desconcertante es que use el sintagma “artista cortesano” para referirse a García y no al militante oficialista Solari.

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