miércoles, 21 de julio de 2021

Clínica de obra (II)

Cuando uno entabla relaciones con personas manipuladoras, en general no lo sabe de antemano. Entonces, va dejando pasar las que después entiende que eran las primeras señales. Especialmente si esa relación es profesional y, por lo tanto, muy asimétrica: el escritor premiado y asesor editorial (sic) por un lado, alguien ignoto del otro. “Será así”, “capaz no es para tanto”, “es el precio por tener otra mirada sobre lo que escribo”, piensa uno, y sigue adelante con la comunicación, que, al ser virtual y por escrito, carece de gestualidad, de tono y de una percepción de la energía que sirvan como alertas.
Más difícil es darse cuenta si no tenés a casi nadie con quién hablar de lo que pasa: la falta de referencias nubla todo por más tiempo. Si esto sucede en un ámbito donde no hay testigos, no en un taller o una clínica grupal, sino en una relación uno a uno encerrada en Google Drive, estamos en el terreno favorito del manipulador, un micromundo cerrado hasta la asfixia emocional.
Hasta que se acumula un número indeterminado de cosas que hacen ruido, y al final uno piensa “che, esto no debería ser así, no da que esto sea así”, hasta que la única persona a la que tuve oportunidad de comentarle algo me respondió “nadie que diga eso puede pretender que se lo escuche”, es decir, que se lo tome en serio. Hasta que te cae la ficha de que estás tratando con un enfermo.
Y el psicópata de manual te psicopatea. El problema es mío, de mi forma de interactuar. La persona agresiva soy yo: no el que descalifica cada cosa que digo, no el que ningunea lo que escribo, no el que me pone en un lugar infantil cuando dice que tengo que dejar de lado los caprichos y no hacer berrinches, no el que me culpa de lo que pasa y responde agresivamente a mis limitaciones, no el que se dirige a los participantes del taller con el nombre de un insecto.
Aunque, igual que en el meme del hombre araña, terminamos los dos señalando al otro, y no hay nadie para desempatar: a nadie le interesaría leer todos los mails para ver qué pasó. Pero como el triunfo del manipulador es el encierro, saco de ese lugar nuestro intercambio para que la luz sane.

Al principio, estaba todo bien. Leyó lo que le mandé, me aceptó en su clínica, me dio “media beca” (aunque el flyer decía beca completa) y en su primera devolución escribe: Hay poemas casi logrados en su totalidad, lo que le falta para redondear aparece dentro del mismo poema pero de otra forma. Eso es muy bueno para vos, muy alentador.
Después, lo que escribí no alcanza (¿Cómo puede ser que hayan bandas, instrumentos y no se sienta la música? Otra cosa, lo más duro del combate son las formas facazos y combate, no se siente el clima; ni un clima se siente. Le falta un ritmo al poema, intuyo que se lo das vos leyendo. Con eso no alcanza. Lo más claro del poema es que va a tocar una banda y no tenés con quién ir: ¿cómo se une con todo lo otro? Lo más claro en esa unión es la trompeta… entonces ¿por qué todo lo otro?) o directamente no es un poema: Te lo comenté. Falta el poema, la idea está.
Releo y sigo sin saber cómo se responde ese “¿por qué todo lo otro?”. Releo y encuentro ese “falta el poema”, que no había quedado registrado por mi memoria, y se me representa la imagen del jefe que verduguea a sus empleados. No hay ninguneo más grande que decir que lo que es y está  delante de los ojos no es: exactamente eso hace este sorete. Releo y veo la mitad de los versos resaltados en el color verde que significa aprobación, y ni uno con colores de desaprobación. Pero “falta el poema” (?).
Más adelante, aparece el hit, la comparación con una lista de supermercado: De nuevo la dificultad que noto es la enumeración y la descripción como fórmula autosuficiente. Enumerar, se enumera hasta en la lista del super. Describir se describe hasta en los volantes que te entregaban antes en las calles. Ponele que para el chabón la descripción y la enumeración no son poesía, okey. Alcanza con poner el punto final junto a la palabra “autosuficiente”. Pero no, necesita regodearse en palabras despectivas, es una pulsión incontrolable.
Este par esquizofrénico es genial: primero yo intuyo alguien que escribe con cierta conciencia del acto, quiere decir que te lo tomás en serio, que no lo hacés de recreación sino de emoción, de conmoción real; más tarde esta escritura tiene que ver con tus tipos de lecturas (olfateo guiños y homenajes a Casas); yo hablo de articular con el acontecimiento, este tipo de escritura lo ignora; escribe como quien fuma, por costumbre, por hábito.
(Decir que ignoro el acontecimiento es de una pelotudez supina, es lo único que tienen esos textos, el acontecimiento, el intento de traerlo de nuevo mediante palabras, ya que de otra forma no se puede. Y no olfatea un carajo lo de Casas: se lo dije yo).
En un momento arranca con un tono que resuena similar a los gritos del médico que me echó de la guardia del hospital público aquel domingo que consulté con una costilla tal vez rota. ¿Para qué hacés una clínica de obra si no querés tocar nada de la obra? Editá y listo. Publicá dónde sea, cómo sea y listo. (…). ¿A qué venís a una clínica si no querés re-pensar tus posibilidades con la escritura en lo más mínimo? Igual, no puedo hablar mucho de cómo resuena porque tampoco vamos a trabajar en los “no” que vos entiendas porque eso se hace en Terapia y esto no es un diván. De lo que sí puedo hablar, y se lo dije, es sobre la falsedad de su afirmación: “no quiero cambiar nada”, pero de siete textos hice modificaciones en seis…
Después, pasamos a la culpabilización: lo de mis caprichos, lo de mis berrinches, más vale no toques el texto si vas a hacer eso. Perdés tiempo vos y me hacés perder tiempo a mí. Para relucir caprichos jugamos a otras cosas, más vale. Litvinova no me dijo cosas así sobre cómo hacer cambios en los textos, y en uno hice  pequeñas modificaciones en las que no tenía mucha confianza. Le gustaron y llevamos un texto para el lado de los buenos. Con este tipo eso no se puede.
En el medio de todo, empieza a hacerse el picante por internet, diciendo cosas que me gustaría saber si es tan bravo como para decirlas cara a cara: No entiendo el porqué venís a una clínica de obra a retobarte. Y sigue culpabilizándome: Yo te di una posibilidad y te seleccioné excluyendo a otrxs postulantes. Por lo menos valorá el gesto y victimizándonse: Si vos querés que descarte poemas o partes de poemas me tratás como a un servicio de recolección de residuos. No podemos trabajar así.
Todo escala rápidamente y ahora llega al nivel personal: dice que lo agredí varias veces. Me agrediste. Varias veces. No lo merezco. Si es tu forma de interactuar, no soy una interlocutora válida. El tarado entiende por agresión esto: “En una clínica me dijeron que efectivamente hay mucho de narración y de descripción en mis poemas. Y también que no me pelee con eso, con lo que soy. Y aunque quiera pelearme, no me sale, no sé generar algo por fuera de ciertas estructuras”.
Y la clínica se termina en la mitad del tiempo previsto, justo cuando se acaba la media beca (¡qué casualidad!), con la última apuesta al micromundo: Estás haciendo una clínica con alguien que ni siquiera te pidió que leyeras algo de su obra y a quien además le largás todos tus prejuicios (y te responde bien) sin conocer mínimo cómo piensa o a qué se dedica. Ponelo en el valor que se merece.
¿El pelotudo este sabrá que de las otras tres personas con las que hice clínica ni una me pidió que leyera su obra? El pelotudo este no sabe, porque no llegué a decírselo, que con ninguna de esas tres personas tuve problemas, ni siquiera con la señora que, como el tío del pato Donald, tiene tatuado el signo pesos en los ojos. Habría que ver si él puede decir lo mismo, habría que ver por qué en las instrucciones de su clínica decía que no había que tomarse las críticas a título personal.
Estas son las que me acuerdo, seguro hay más, seguro otra mirada descubriría más. Como hubo más que, para preservarme emocionalmente, no había leído antes de responderle el último mail y que descubrí buscando una cita textual: si lo hubiera leído antes, ese mail no habría sido todo lo componedor que intentó ser. (Como hubo más que descubro ahora y que renuevan mis ganas de cagarlo a trompadas).
 
Pudo ser peor. Pudo ser por plata, pudo ser la primera persona profesional a la que le mostrara mis textos. Es un alivio insuficiente. Logré inflarme como un erizo y decirle “qué bueno que no fuiste el primero al que le mostraba esto porque dejaba de escribir en el acto”, pero de todos modos medio que dejé de escribir. Algo se rompió. No las ganas, que las tengo, pero cierta conexión con este asunto, cierta confianza, aparte de que me llenó de miedo a mostrarle esto a otra gente. La frase “no soy recolector de residuos”, además de llamar basura a lo que escribo, me desconcierta porque yo a otra gente le propondría eso, decime cuál si y cuál no: estamos viendo eso, no me parece descabellado. Y, más allá de sus formas totalmente enfermas, hay un punto donde coincide con los demás: lo mío no mueve el amperímetro.
Ojalá no dañe más a nadie, ojalá yo pudiera alertar sobre este tipo a alguien que esté por pagarle, ojalá nadie le pague por sus servicios de mierda, ojalá no pueda robar más con esto –porque, además, cobra caro– y tenga que salir a laburar. Ojalá la vida se encargue de él.
Supongo que necesitaba cerrar esto de algún modo, y, como casi siempre, no encontré otra forma que hacerlo aquí. Ahora hay que limpiar esta energía negra, desinfectar y encapsularla en un sarcófago antirradiación.

2 comentarios:

1/2 dijo...

Uno va con las cosas que escribe, tratando de existir y de que ellas mismas existan, contactando a gente profesional que, en vez de tirarte una (aunque sea, un "dedicate a otra cosa", que puede ser un consejo apropiado en ocasiones), habla de sí misma o no te responde.

Hasta que uno responde amablemente y traza un camino, "hacer una clínca, armar un libro, buscar una editorial".

Entonces comienza la peregrinación a Los Escritores con un fin más preciso. De ella, lo más claro que saqué como conclusión es que uno te dice una cosa y otro te puede decir la contraria. Así que mejor no entusiasmarse mucho si uno te dice algo favorable, y no deprimirse mucho si alguien te dice algo desfavorable.

Pero en ese intento te podés cruzar con verdaderos soretes, seres dañinos, en el sentido de alguien que buscar hacer daño. Uno de ellos es Franco R1v3r0, que, desde atrás de un teclado, puede denigrarte sistemáticamente, denigrar lo que leés, lo que escribís, lo que decís, denigrarte como persona.

Si laburás de esto -y encima cobrás carísimo-, lo primero que deberías saber es poder laburar con textos que no se ajustan a tu pajera concecpión de la poesía. Salvo que te creas el descubridor de la magia poética.

Y también deberías saber decir que no. "No me gusta lo que escribís" por tal y tal cosa. Y si tenés un poco de grandeza y de amplitud de perspectiva, llegado el caso podés aclarar "pero a otra gente podría gustarle". Sin embargo, R1v3r0 prefiere regodearse comparando lo que uno escribe con listas de supermercado, con basura o con la nada misma.

No lo dice en la previa, cuando pide que le manden cierta cantidad de textos como muestra. Prefiere decirlo después para echarme en cara que valoro poco el hecho de que me haya aceptado en tu taller de mierda.

Sucede que estamos tratando con un manipulador de manual que un día te dice una cosa ("yo intuyo alguien que escribe con cierta conciencia del acto, quiere decir que te lo tomás en serio, que no lo hacés de recreación sino de emoción, de conmoción real") y antes de que se cumpla un mes te dice la contraria ("esta escritura tiene que ver con tus tipos de lecturas (olfateo guiños y homenajes a Casas); yo hablo de articular con el acontecimiento, este tipo de escritura lo ignora; escribe como quien fuma, por costumbre, por hábito").

Del mismo modo que al comienzo dijo que "hay poemas casi logrados en su totalidad, lo que le falta para redondear aparece dentro del mismo poema pero de otra forma", y poco después quería que yo hiciera un sinnúmero de cambios en ellos, y cuando los hacía... decía que no los había hecho.

Un enfermo capaz de decir todo lo que cito a continuación (además del apelativo ofensivo que usa cada vez que se dirige a alguien, varias veces por mail) y de quejarse de que yo lo agredí varias veces.

2/2 dijo...

¿Cómo puede ser que hayan bandas, instrumentos y no se sienta la música? (…) no se siente el clima; ni un clima se siente. Le falta un ritmo al poema, intuyo que se lo das vos leyendo. Con eso no alcanza.

De nuevo la dificultad que noto es la enumeración y la descripción como fórmula autosuficiente. Enumerar, se enumera hasta en la lista del super. Describir se describe hasta en los volantes que te entregaban antes en las calles.

Para empezar, las comparaciones tienen que ser válidas.

¿Para qué hacés una clínica de obra si no querés tocar nada de la obra? Editá y listo. Publicá dónde sea, cómo sea y listo. (El sorete dice que no quiero tocar nada, pero de siete textos hice seis reescrituras, porque a mentiroso y manipulador nadie le gana).

Más vale no toques el texto si vas a hacer eso. Perdés tiempo vos y me hacés perder tiempo a mí. Para relucir caprichos jugamos a otras cosas, más vale. (Si no modifico los textos, se molesta; si los modifico, también se molesta…).

Te lo comenté. Falta el poema, la idea está.

Tampoco vamos a trabajar en los “no” que vos entiendas porque eso se hace en Terapia y esto no es un diván.

Yo te di una posibilidad y te seleccioné excluyendo a otrxs postulantes. Por lo menos valorá el gesto.

Si vos querés que descarte poemas o partes de poemas me tratás como a un servicio de recolección de residuos. No podemos trabajar así.

¿A qué venís a una clínica si no querés re-pensar tus posibilidades con la escritura en lo más mínimo? “Y aunque quiera pelearme, no me sale, decís”. Eso parece un berrinche. No tenemos nada que hacer con esta actitud.

Me agrediste. Varias veces. No lo merezco. Si es tu forma de interactuar, no soy una interlocutora válida.

Salí de estos prejuicios, por favor. Respetame un poco.

Mirá esto: estás haciendo una clínica con alguien que siquiera te pidió que leyeras algo de su obra y a quien además le largás todos tus prejuicios (y te responde bien) sin conocer mínimo cómo piensa o a qué se dedica. Ponelo en el valor que se merece.


Todo esto y bastante más me dijo este triste resentido, cosas que van pasando, la primera porque "no es para tanto", la siguiente porque el manual de instrucciones de su taller dice que "estamos para faltarle el respeto al poema, no es nada personal"; la tercera porque "debo ser yo, que me tomo las cosas muy a pecho", la cuarta no sé por qué, y al final son como veinte frases denigrantes que van pasando, naturalizadas porque el otro es el Escritor y uno es Nadie.

Hay que dejar de naturalizar el matrato. No hay que callarse más.

Ojalá nadie más vaya a sus talleres y clínicas. Ojalá nadie más le pague, y eso incluye al Fondo Nacional de las Artes, es decir, a todos nosotros, los contribuyentes. Ojalá pase hambre y coma tierra, ojalá el sida se encargue de él.

Lo único que lamento es que yo también estoy diciendo esto desde atrás de un teclado. Una lástima que viva en el interior, si no iba a buscarlo para decírselo en la cara.