miércoles, 21 de julio de 2021

Comunicación primitiva

Quizá esto haya comenzado viendo llorar a una criatura en la calle y tratando de interrumpir la tormenta que enrojece su cara con un contacto visual –furtivo, para que la persona a cargo no la psicopateara con un “mirá cómo te miran por llorar así”–, cambiándola no sé si por una sonrisa, al menos por un mínimo hiato en el flujo de angustia y sufrimiento que se expande hasta mí. No con una sonrisa, porque no encaja en la situación, más bien con un gesto de “qué le vamos a hacer”, algo que me parezca apropiado para descolocar esa dinámica y presentarle otro mundo, aunque no sea por más de los dos segundos que dure el encuentro de miradas.
O quizá no, quizá la primera vez haya sucedido menos deliberadamente, con un bebé a upa de un mayor que camina delante mío y lo lleva de espaldas o de costado al sentido de sus pasos. Al girar el crío su cabeza hacia atrás las miradas se encuentran, le hago una sonrisa y me la devuelve, y me alegra el momento. El resto ya lo sabemos: yo siempre repito lo que funcionó una vez.
Ahora ya sé que es deliberado y consciente, que soy yo quien suele buscar miradas. A veces me las reciprocan, la mirada y la sonrisa (y puedo producir una fugaz pero perceptible cantidad de dopamina), a veces solo devuelven la mirada y me observan desde su cochecito con cara de “qué me mirás”, a veces ni eso.
Últimamente me pasa también con los perros. Busco instintivamente sus ojos, pero sus respuestas siempre son hostiles. Con los gatos viene de antes, porque apoyo la mirada con mis maullidos –yo maúllo muy bien–, y a veces me miran, o mueven las orejas tratando de identificar el origen del sonido. Algunos incluso se acercan, y hasta me usan la pierna de rascador o dialogamos un poquito por fonética, aunque el límite de la comunicación está siempre ahí, presto para que nos choquemos con él. Con ellos me permito detenerme y acercarme en busca de su cercanía física, aunque, como la sonora, esta comunicación también tiene el límite pronto: no los voy a tocar.
Un par de años atrás le di charla a un gato chiquito, negro y blanco, que se cruzó en mi camino una mañana de verano, cuando el sol ya está alto y la gente todavía no salió masivamente a la calle. Se lo veía muy asustado y yo trataba de darle tranquilidad maullando y ronroneando. Recuerdo que no solo me detuve, sino que me acerqué y, mientras él dudaba entre salir corriendo y quedarse conmigo, me acuclillé cerca suyo, como para decirle “eh, amigo, tranquilo, everything's gonna be alright”. Hasta que entendí que su miedo lo iba a ayudar a la supervivencia mucho más que yo y mis intentos de comunicación.
 Hace poco pasé por el local frente al hospital Francés donde antes funcionaba una farmacia y ahora había varias personas acondicionándolo para su nuevo destino. Junto con ellas había una nena de unos seis años, que tal vez me estuviera mirando de antes, mientras yo cruzaba la calle. Cuando el movimiento de mi cabeza la introdujo en mi campo visual, mi mirada se encontró con la suya y le sonreí, tal vez una versión propia del “qué me mirás”. Ella, desde el otro lado de la vidriera, me devolvió la sonrisa y me permitió tener una descarga intensa de dopamina y la certeza de que alguna forma de comunicación, aunque sea primitiva y fugaz, puedo sostener.
Buenísimo, puedo emitir signos vitales y alguien puede percibirlos, y puedo percibir que los perciben. Pero no alcanza, no me alcanza. Es como encontrar monedas en la calle, me alegra el instante, pero no puedo vivir con esos ingresos. El problema es que son los únicos que puedo tener… Cuando llego a casa después de salir a caminar setenta cuadras y me doy cuenta de que nadie me miró, cuando me doy cuenta mientras está sucediendo, cuando anoto en mi cuaderno los centavos que pudiera haber encontrado en la calle, cuando hago la lista mental de la cantidad de personas con las que hablé en los últimos días, me acuerdo de eso que me reveló la experiencia hace tiempo: mi capacidad de generar cariño es similar a mi capacidad de ingresos. Nula.

3 comentarios:

y.O. dijo...

Se murió Palo.
Qué vacío (se ve, ahora con visores)

Lui Simonetta Huarpe dijo...

Al toque de enterarme de la muerte de Palo Pandolfo me acordé de vos. Creo que no te leía hace un par de años o más pero quise pasar a dejarte un abrazo. Lui

y.O. dijo...

Gracias!
Nos vamos quedando cada vez más solos. Caminamos por una vereda cada vez más angosta.
Un abrazo para vos también!