jueves, 2 de noviembre de 2023

Tenés actitudes raras

Ya en mis teenage years tenía un asuntito con mi nombre del documento. Y entonces buscaba otros que me representaran mejor, o, al menos, que no me generaran el malestar de aquel. Así, cuando llamaba a la radio que solía escuchar, usaba un nombre alternativo, el nombre y el barrio del actual alimentador de perros del Indio Solari.
Pasó el tiempo, los del programa de la madrugada dejaron esa radio, se mudaron, como copropietarios, a la otra punta del cono urbano, y una tarde, girando el dial, los encontré entre el ruido que los veinticinco kilómetros de distancia le agregaban a la señal de una FM de baja potencia. Llamé por teléfono, charlamos un toque, y me invitaron a que fuera.
Tuve que superar los ataques de pánico que tenía por ese tiempo para poder ir, tuve que superar el ataque de histeria de mi madre diciendo (gritando) “¿¡a dónde vas, pero a dónde vas!?” esa tarde del 8 de agosto de hace muchos años cuando vio que iba a salir. Después empecé a comprar discos para tener una excusa que me permitiera seguir yendo, porque, claramente, mis palabras no tenían mucho para decir; y para fin de año me ofrecieron operar durante el verano. (Claramente, no tenía el don para ese trabajo. Claramente, no lo tuve para ninguno).
En un momento, los dueños del lugar donde funcionaba la radio se hincharon las pelotas de la gente que entraba y salía, que incluía a locos del Borda, y pidieron/exigieron que cada día se dejara en la entrada una lista que valiera como autorización, con nombre y número de documento de la gente que iba a ir. La socia gerente estaba haciendo la lista para el día siguiente en el otro escritorio y me preguntó mis datos oficiales. De algún modo, verbalmente o con un gesto, le hice saber que le iba a alcanzar la billetera, que contenía el documento, por el aire para no levantarme de dónde estaba. No manifestó objeción. La atajó, tomó los datos, no recuerdo si me la devolvió de igual modo o no, y todo estuvo bien. Al menos, eso creí.
Como yo siempre repito lo que funcionó una vez, la siguiente tarde en que se presentó esa situación burocrática, nuevamente le alcancé la billetera por vía aérea, pero esta vez no estuvo todo bien. Estuvo todo mal. Y me lo hicieron notar acerbamente. La reprimenda incluyó la frase “tenés actitudes raras”.
La que se bañaba en colonia cuando iba a comprar sustancias (a lo de Herny de Plaza Irlanda) para que los pasajeros que compartieran con ella el viaje en el 44 o en el ramal Suárez no olieran nada raro, la que sacaba papeles del corpiño como Krusty payasos del auto, la naturista que hablaba del hombre nuevo, o como mierda se llamara, y que nunca dejó de ser rehén de Philip Morris, me dijo que yo tenía actitudes raras. Los que habían agujereado con un taladro la mínima pared que quedaba entre la puerta y la pared perpendicular a aquella para poder ver quién venía me decían que yo tenía actitudes raras, los que andaban todo el día con un frasquito de colirio a mano me decían que yo tenía actitudes raras. La socia del que tenía los brazos cortados y/o pinchados me decía que yo tenía actitudes raras. Los que no me dijeron una palabra, de aliento, crítica o lo que fuera, el primer día que operé me dijeron que yo tenía actitudes raras.
Capaz que no fue la mejor forma de alcanzarle la billetera, capaz que mi lectura de la situación no fue la correcta, capaz que el límite variable de la informalidad laboral lo ponían ellos y no importaba mi lectura de la situación, sino lo que ellos decidían según su humor, capaz que cambiarme el nombre era una gilada incomprensible, capaz que… no sé. Pero, como sea, pasá un segundo frente al espejo antes de hablar así de las actitudes de los demás.
En la primera semana del año nuevo, los dueños del lugar revocaron el comodato que habilitaba el funcionamiento de la radio, y esta quedó fuera del aire un par de meses, hasta que se encontró un nuevo lugar, se instalaron los equipos, etc. Lo único que me dijeron fue “cuando te necesitemos, te llamamos”. Lógicamente, nunca me necesitaron. Alguna vez fui a preguntar qué onda al nuevo lugar, y el empleado de ellos, el forro de Cali Spinaci, me dijo “esto no es un club, no te podés quedar acá”.
Si algún día hago el test para saber si soy autista (?), cuando el psiquiatra me pregunte qué me lleva a pensar que puedo serlo, entre las cosas que voy a referir, seguro estará aquella frase de Karín.

No hay comentarios: