jueves, 9 de noviembre de 2023

Duelos

Cuando dejé de trabajar en ese lugar vinculado con mi padre, sostuvimos cierta relación laboral, ya que me siguieron encargando el armado de las publicaciones que editaban a veces. Años más tarde a mi viejo se le ocurrió hacer una gacetilla mensual para mandar por mail y me encomendó también esa tarea. Con el tiempo, y sin aviso, dejaron de darme las publicaciones, pero lo otro se mantuvo hasta su muerte. Tras un interregno de tal vez un año, la gente que quedó a cargo retomó el asunto, y así continuamos hasta diciembre de 2019. En marzo de 2020 llegó la cuarentena, se suspendió la actividad, y durante dos años no hubo gacetilla mensual ni ninguna otra forma de contacto electrónico con la gente (al menos, no por la cuenta de mail que manejo yo, porque supe que habían creado otra con nombre similar, pero no sé para qué o quiénes).
En marzo de 2022 volvieron a organizar un acto, y el secretario del lugar me escribió para pedirme que le hiciera “el favor” de avisarles por mail a las personas que están en la lista de destinatarios de la gacetilla. Así lo hice. En junio o julio hubo otro acto y me pidió el mismo favor, al cual volví a acceder. En octubre, de nuevo un acto y de nuevo el pedido de favor: me cayó un poco mal la insistencia, pero no dije nada e hice el trabajo. En noviembre, un cuarto acto y un cuarto pedido de favor. Ahí le contesté que lo iba a hacer con más ganas si me transferían el equivalente a un cuarto de helado de mi heladería favorita, y le pasé mi CBU. No respondió.
La jodita esta de pedir “favores” en forma de envíos extra que no pagaban venía de lejos y se había desbocado en 2019, cuando también me pidió cuatro en los nueve meses de actividad que el lugar tiene por año. Nunca encontré la manera de decirles que a mí me pagaban por editar y enviar la gacetilla, no por esto, que implica revisar el texto y luego mandar siete mails separados en el tiempo lo suficiente como para que Gmail no los tome como spam, y siempre accedí. Pero ahora no hay gacetilla ni hay paga por gacetilla, la cual a alguno podría permitirle pensar que, bueno, los envíos ocasionales están incluidos en esa retribución. Y cuando menciono el tema dinero, la respuesta es el silencio.
Igual, no es la plata, es la (des)consideración por lo que hago. Naturalizar que voy a hacer algo a cambio de nada es una cagada, y pega peor en un contexto como este, en el que llevo demasiado tiempo sin un puto ingreso, y lo único que puedo hacer no me lo pagan. Es muy incómodo desmarcarse de una situación así, sobre todo con gente a la que uno conoce hace años. Pero más que en mi incapacidad para moverme en ese terreno, el otro día pensaba en la forma muy especial en que hay que tener seteada la cabeza para pedir un favor y al tiempo pedir otro, y más tarde “¿te acordás del favor que me hiciste?, ¿me hacés otro?”, y así.
De todos modos, realicé el cuarto envío y unos días después le mandé el habitual mail con las respuestas de la gente para que les agradeciera o, al menos, para que estuviera al tanto. Al contestarme, el tipo no hizo ninguna mención de lo que yo había dicho, apenas escribió un “gracias por la gestión”.
Esa semana estuve pensando mucho qué hacer, si entregarles la contraseña de la cuenta y el listado de destinatarios, hasta cuándo esperar para hacerlo, qué decirles en el texto que acompañara eso… Y comencé a actualizar un mail que tenía programado, cuya fecha de envío postergaba una y otra vez a medida que se aproximaba, donde les daba la contraseña, el listado e indicaciones sobre cómo usarlo, por si me moría de covid o de lo que fuera. Ahora no era por el temor al virus que vino de China, sino una forma de empezar a cerrar esto.
La idea era mandárselo al secretario y con copia al señor que atendía al público, para que alguien más se enterara. Decidí esperar hasta el sábado, porque ese es el día en que se reúne la comisión directiva del lugar, como última chance de que hablaran del tema y decidieran si me garpaban o no. La forma en que uno acomoda las cosas para inventarse una posibilidad…
Ese mismo sábado le mandé otro mail, con respuestas que no habían llegado inmediatamente después de mi envío, así las tenían antes de la reunión y podían agregarlas a las primeras. Entonces noté que la sesión era a la misma hora del partido del mundial, y pensé que tal vez la suspenderían. Su respuesta fue: “Te comento que la razón por la que te pido, de vez en cuando, que te ocupes de enviar invitaciones para los actos es porque no disponemos del direccionario de correos. Sería muy importante para nosotros no solamente para dejar de cargarte con cosas, sino para que la Institución disponga de esa información, si pudieras enviarnos, aunque sea de a poco, esos datos, nos sería de gran utilidad”.
Nuevamente, un silencio total respecto al asunto dinero. No dijo “no te vamos a pagar porque no tenemos plata”, aunque fuese una mentira. O sea, podés mentirme, no voy a pedir el balance para saber si es cierto. Mucho menos propuso resolverlo poniendo los 750 pesos de su bolsillo. Nothing at all.
Le mandé lo que me pidió con la explicación de cómo usarlo que ya tenía escrita y, como había percibido en sus palabras la sensación de que estaba poniéndome en el lugar de alguien que tomó de rehén esa información, le recordé que ya me la había pedido y que yo se la había mandado (después me fijé bien y fue en 2014, desde ese entonces tienen la lista de destinatarios). No le di la contraseña porque no me la pidió y porque no encontré forma de dársela sin que sonara a renuncia total. (Y no sé por qué quería evitar esa *renuncia total*).
Esto derrumbó casi por completo la fantasía que me había construido con bastante voluntad y poco sustento de que cuando volvieran a atender al público me podían ofrecer esa tarea, que es la que realicé por varios años, antes de renunciar, en ¡2002! La verdad, sería una cagada volver a ese lugar, más cagada atender al público, más en ese barrio cada vez más lumpenizado, especialmente interactuar con alguna gente, pero no tengo otra cosa, ni puedo imaginar otra cosa, y menos a esta edad y con esta experiencia y este cuerpo.
El único contacto con la realidad sobre el cual se sostenía esa idea es que cuando el octogenario que atendía al público tuvo un ACV, hace unos años, me ofrecieron el trabajo. Ahí dije que no entre otras cosas porque pretendía dar por cumplido ese ciclo, y también porque frecuentaba el lugar el heredero de mi viejo, que me ocultó durante años la existencia de un testamento en favor suyo y desmedro mío, y no tenía ganas de cruzármelo. Todo, o casi todo, sigue vigente, pero ahora medio que necesitaría tener ingresos.
Días después, en alguna intersección del desvelo con el insomnio, recordé que tenían un Facebook y me puse a mirarlo. Pronto di con el posteo donde anunciaban que habían vuelto a atender al público. Así, lo que yo pensaba que iba a suceder en marzo ya estaba ocurriendo. Y sin que me tuvieran en cuenta. Antes de poder procesar esa novedad y el duelo que implicaba, seguí scrolleando, y no mucho más tarde encontré un posteo donde informaban del fallecimiento del señor que atendía al público. Era muy mayor, tenía problemas de salud varios, pero me descolocó la noticia. No sé si su muerte o que nadie me avisara. Eso o mi desconexión de la realidad, que estuvo a punto de hacerme mandar un mail con copia a alguien que estaba muerto. Por suerte, no sucedió…
No fue la mejor situación compartir el laburo diario cinco o seis años con él, pero al menos decía valorar mi trabajo. Algo que casi nadie hizo ahí.
Me quedó dando demasiadas vueltas en la cabeza todo este asunto, más aún por no poder hablarlo con nadie, porque hace literalmente cinco días que no le dirijo ni una palabra a nadie (y que nadie me la dirige). Bueno, más que por eso, porque aun si alguien me dirigiera la palabra sería un plomazo ponerme a hablar de esto. Así, en un momento me acordé del domingo a la noche en que fui subrepticiamente a ese lugar, sabiendo que no había nadie, a tratar de usar el escáner, y de la sensación extraña que me invadió al volver a entrar al edificio y ser la única persona allí. También me acordé de que había escrito algo sobre eso en este blog, y me puse a buscarlo. Cuando lo encontré y lo leí, tuve que releerlo en voz alta.
Escribir aquel post fue una forma de tratar de despedirme de cosas que ya estaban muertas. Releerlo también: en este caso, de los restos del vínculo con la persona a la cual quería mandarle aquella foto escaneada. Y toda esta parrafada seguramente va en el mismo camino de las despedidas. Veo situaciones, personas y relaciones muertas sin que yo me hubiera enterado, y pienso en que puede aplicarse a mi vida, a mi cuerpo, a mi libido, cosas que están muertas sin que haya habido una comunicación oficial.
Unos meses más tarde, llega –finalmente llega– a una de mis cuentas alternativas, a la que dejé en el listado que les di, el primer mail de los que antes mandaba yo. Llega sin avisar del cambio de la dirección desde la cual se lo envía, que es parecida, pero si mirás bien no es la misma (y hasta podés flashear suplantación de identidad). Llega con un error de tipeo en el nombre del disertante de la conferencia que anuncian. Eso conmigo a cargo no habría pasado, pero no creo que a nadie le importe.
La duda de siempre reaparece: ¿cuánta gente se da cuenta de un error de tipeo? ¿Vale la pena pagar para minimizar –pero nunca reducir a cero– la chance de que suceda? Igual, no es cuestión de plata. Es la decisión de suprimirme paso a paso de ese lugar, por supuesto sin avisar, y por algún motivo que desconozco, el cual no es que hago mal las cosas. Pero es claro que decidieron sacarme del medio, que en alguna reunión se mencionó mi nombre y lo que yo hacía, y alguien dijo “no llamemos más a …”. Y otro u otros estuvieron de acuerdo.
El mundo sigue andando avisó Gardel, y en general presumo que funciona mejor sin mí, que esa es la razón por la cual todos (unos poquísimos todos) me van dejando fuera del mínimo espacio de sus vidas donde me permitieron asomar. Pero a veces funciona peor sin mí, y no importa. No le importa a nadie. Pasa de largo, y ni un resto queda de mí, de lo que hice y/o de lo que podría hacer.
Me quedo juntando los pedazos para organizar un nuevo duelo, a la espera del definitivo, que es el que harán otros por mí. Bueno, tal vez no, tal vez me muera y simplemente se desvanezcan los restos de energía que me constituyen, como se desvanecieron los que dejé en algunos lugares. Se desvanezca lo único que los mantiene con algo de carga, que es mi memoria. Y listo, chau.

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