El colectivo tarda mucho en venir. Tampoco pasa el que va para el otro lado y empiezo a pensar si no hay un paro repentino. Finalmente, cruza uno que va para la estación, señal de que funciona. Y de que hay que seguir esperando.
Hasta que llega, más de veinticinco minutos después llega, recontra repleto llega. Somos cuatro los que subimos, yo en último lugar, y no cabe nadie más: tardé varias cuadras en sacar el boleto porque no podía salir del espacio entre el parabrisas y los primeros asientos, donde los colectivos de provincia aún tienen escalones. De hecho, quienes esperaban en las dos paradas siguientes debieron seguir esperando porque no les paró. Vamos tan apretados que varias personas bajan por adelante cuando les llega el momento porque la puerta del medio es casi inaccesible; entre ellas, la señora del primer asiento, donde aprovecho para sentarme. El coche se va vaciando hasta niveles normales, en alguna esquina se desvía porque la calle está cortada debido a un choque, y cuando varios pasajeros le preguntan si va a retomar o si sigue derecho hasta (ex) Humaitá, el chofer, joven y pretendidamente fachero, decide ignorarlos de forma grosera.
La próxima escena sucede luego de cruzar el puente. En la primera parada sube una chica llegando a sus treintas y le pregunta si es el 160. De inmediato se ve en la necesidad de aclarar que preguntó porque el reflejo del sol no le dejaba ver el número. El chofer sonríe bajo sus anteojos oscuros y le dice que sí. Ella menciona la calle San Juan, para saber si llega hasta ahí y/o para pedir el boleto, y se queda parada junto al lector de la Sube, aunque al fondo hay espacio. Teléfono en mano, habla o mira mensajes. En un momento retoma el diálogo para decirle que tardó mucho, y el conductor admite que sí, que están andando "más distanciados". Después le hace otra pregunta: cuánto tardará en llegar a San Juan. "Diez minutos, más o menos", responde él, que se fija en la planilla antes de contestar, aunque debe de saber los tiempos de memoria. Entonces ella vuelve al teléfono para dejar un mensaje diciendo que en diez minutos llega.
La tengo a medio metro y la miro de reojo, pero sin mirar mucho, y/porque es claramente atractiva. Atractiva por su presencia y por lo que irradia, no por tener curvas o piel al descubierto, salvo la de la cara, despejada completamente por una vincha color rosa viejo, la cual deja ver unos trazos circulares de total armonía. Más sencillo es ver su pelo oscuro atado en una especie de moño sobre la nuca y reparar en unas canas cerca de la frente que se podrían contar con los dedos de las manos. Más fugaz es la mirada que distingue la cicatriz de un piercing en el bozo.
Nunca se mueve de mi lado, pero claramente, y aunque el pasillo tenga el ancho de un pasillo de bondi, elige estar mucho más cerca del chofer que de mí. Al rato vuelve a preguntarle algo: ahora quiere saber si va por Boedo. Él le explica que no, que es la primera "para allá", que la deja a una cuadra. Faltando dos paradas suben unas viejas. Les dejo el asiento y cuando una de ellas me dice que no es necesario, respondo, fuerte y claro, justo al lado de la chica atractiva, que bajo en San Juan. Pero ella no se hace cargo, prefiere quedarse junto al chofer, y pienso que si no fuese así de linda sería un incordio.
Me paro junto a la puerta del medio y quedan al alcance de mi vista los mensajes de Whatsapp que manda una pasajera mientras sus hijos (6 y 3 años aprox.) terminan una bolsa de papas fritas y tiran al suelo las migas (algunas grandes) de las papas que quedaron sobre sus ropas. Le escribe a "Yesi vesina" diciéndole que tiene pastillas para que venda si le sirve, pero Yesi no contesta antes de San Juan, así que me quedo sin saber qué clase de pastillas son o cómo las consiguió.
Llegamos y la chica de la vincha baja por adelante; yo, por el medio cuando el chabón abre la puerta, que tarda un toque. Una vez en la vereda la busco con la mirada para ver si está yendo en la dirección correcta, pero no la encuentro. Empiezo a caminar lento, empiezo a pensar en otra cosa, hasta que la reconozco bastante más adelante, casi llegando a la esquina. Cambio de velocidad para estar cerca de ella nuevamente, a ver si me pregunta algo y le puedo responder, pero no: se detiene para prestarle atención al teléfono, y yo con el impulso ya estoy cruzando Boedo. Ahí mismo debo girar a la izquierda y cruzar San Juan, pero justo cambia el semáforo y me tengo que comer toda la onda verde, mientras noto que otra vez la perdí de vista y presumo que cruzó hacia el norte cuando yo cruzaba hacia el este.
La avenida está cortada por la exposición de vehículos antiguos. Lo primero que se ve es un Impala rojo, luego un par de rat-rods, después el gazebo donde los organizadores anuncian el comienzo de la expo y piden a los visitantes que cuiden los coches. Pero yo miro hacia la vereda de enfrente, exprimiendo el aumento de mis anteojos para buscarla con la mirada, hasta que finalmente reencuentro su imagen y la voy observando desde unos veinte metros de distancia. Llegando a Carlos Calvo cambia el paso, baja a la calzada y va a encontrarse con el tipo que la esperaba. Se saludan con un beso estándar y se quedan hablando allí mientras doblo y me doy vuelta para verla por última vez, semioculta por el chabón.
Me vuelvo pensando en las formas de la comunicación (o de la incomunicación), en la indudable atracción que había con el bondidriver, que quedó ahí, sin que nadie moviera para atravesar la distancia; en lo ajena que me resulta esa energía y en lo movilizador que es verla en primera fila, y en que aun cuando sucede nada asegura que no se agote en sí misma. Y en lo afortunado del tipo que la esperaba, que puede invitar a alguien a una exposición de vehículos antiguos.
O en que cuando puedo responder algo útil, no me lo preguntan; en que si me hubiera preguntado a mí como le preguntó al fercho habría revolucionado mi cotidianidad, pero no habría pasado de ahí; en que no sirvió de nada estar en primera fila porque no me llevé nada útil para aplicar en hipotéticas –improbables– situaciones similares, en cómo (siento que) tengo que medir mi mirada, en cómo se habrán despedido, en si el chofer demoró en abrir la puerta del medio porque hablaron algo más en el momento en que ella estaba por bajar o incluso en si lo hizo para que ella pudiera tomar distancia de mí.
Los de la expo habían puesto unos parlantes y de fondo sonaba Suzi Q, de Creedence.
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