Ahora te toca a vos, Walter Gadea, o “Garlea”, como te decían los únicos con los que más o menos nos dábamos bola: Pablo, el más lindo del curso, y Ramiro, el cipoleño. Éramos la escoria de esa comisión junto con una morocha medio gordita que se sacó 3 en el primer parcial y 10 en el segundo…
Ellos sí habían ido a la primera clase, pero no les había quedado claro tu nombre. Luego de soportar tu somnífero estilo docente, supe por qué.
Miércoles y ¡sábados!, de 7 a 9 de la mañana. El chabón se sentaba, musitaba unas boludeces, generalmente ininteligibles, generalmente tapadas por el ruido de los pocos autos que pasaban por Bonifacio, generalmente alejadas de lo que venía después. Y lo que venía después eran unas preguntas que daba para responder en un trabajo grupal.
A veces, al final de la clase cada grupo leía sus respuestas, pero nunca quedaba claro cuál era la posta entre minifragmentos de Husserl, Bernal y el celebérrimo Gaston Bachelard.
Vos, Walter Gadea, forro miserable, otro creído, con tu chamuyo de que les enseñabas filosofía a los pibes de primario en un colegio privado, chupame un poco la genitalia (estoy viendo mucho a la Rampolla), pedazo de infeliz. ¿A quién mierda le ganaste?
La guita que nos hiciste gastar en fotocopias heideggerianas al reverendísimo pedo, el ofri que chupé esa mañana de sábado de septiembre mientras esperaba que en la fotocopiadora dieran abasto con el malón que les mandaste (vos ibas un diego, supongo). ¡Nada de esa mierda me sirvió para un carajo! Ni la mierda de Heidegger ni la de Koyré, ni una puta parte del broli de López Gil y la tecnociencia y la concha de tu hermana (alta diferencia con la cátedra de Esther Díaz).
¡Y la deficiente que daba algunas clases! Ese bagarto que sin duda estaba allí a cambio de sexo, porque eso era lo único que te podías levantar, y vos eras el único que se podía garchar a ese dromedario jorobado y dubitativo. Le batíamos Tognetti porque se colgaba y balbuceaba con la voz quebrada como el “periodista inexperto” que hacía Tognetti, otro producto de Sociales…
La mina decía cosas como que “las mujeres de la villa se tiñen de rubias porque quieren ser como Susana Giménez. A ellas va dirigida la clase de mensajes como los de ese programa”.
Y eso le molestaba porque el éxito de esos mensajes impide que los pobres y excluidos (cuya representación pretendería arrogarse) compren sus esclarecidas ideas del PO o de los cuatro maoístas de Puan. Fuck you, mogólica, y espero que tengas un corte de pelo mejor que el que tenías entonces. Es una lástima que no recuerde tu nombre, para mencionarte como te merecés, pelotuda.
(Por cierto, las de clase media y alta no se tiñen ni quieren ser Susana Giménez).
Pero, volviendo a Gadea, una anécdota para tratar de expresar (y exorcizar) esa avalancha de mala onda que me tiró a cuento de nada, salvo de manifestarme su incomprensible desprecio.
Estaba yo tratando de responder esas abstrusas preguntas del enésimo trabajo grupal, y esa mañana nublada llevaba un buzo de la universidad de Georgetown, el mismo que tengo puesto ahora, 8 o 9 años después. Y vos, pedazo de mierda, que nunca me habías dirigido la palabra, que nunca explicaste nada, que me ignorabas y me seguiste ignorando como si fuera invisible, te acercaste y me dijiste: “¿Vos sos de Georgetown? Naaaa, qué vas a ser de Georgetown, vos sos de por acá nomás…”, y seguiste tu ruta.
Uno ve en películas como “Reto al destino” la forma en que los instructores tratan de desmoralizar a los aspirantes, y el sorete de “Garlea” bien que tenía aprendida su parte. Ojalá te mueras de cáncer después de ver morir de cáncer a toda tu familia, después de que se te queme toda tu biblioteca pajeramente heideggeriana, después de que se agrien todos tus barriles de cerveza Heidegger, sorete mal cagado, inoculate tu soberbia por el ojete.
Por esa materia de mierda (al final fui a final, valga la redundancia) me perdí a AC/DC, y me perdí de agarrar a Refinado Tom el día que ganó el Nacional: me perdí de ser testigo del que hasta hoy fue el último triple coronado, y me lo perdí a 1,50 a ganador.
Y no me presenté al final para no darle el gusto de bocharme, para no tener que pasar siquiera por la posibilidad de que me humillara de nuevo.
La concha de tu madre, profesor Walter Gadea, ojalá te googlees, salte este resultado y te enteres de que no olvido que sos una mierda.
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