Alguna vez lo escuché a Lanata hablar de cuando se fue de su casa, siendo adolescente, y vivió en la calle. Recuerdo particularmente el hincapié que hacía en la imagen de cuando tenés hambre y lo que te separa de la comida es una vidriera.
Algo así me pasó ayer, cuando salí a dar una vuelta para impregnarme del aire inesperadamente cálido de julio y librarme, aunque sea por un rato, del de mi casa, contaminado de gritos, llantos y golpes. Estaba muy cansad@, no había comido mucho, y me bajó la presión, o algo similar: esa puta sensación de hipoglucemia. Tras la vidriera de una panadería, incitantes e hipercalóricas tartas, facturas y masitas estaban listas para resolver mi problema… si cruzaba ese límite y tenía la guita para comprarlas, que no era el caso.
En esas 8 ó 9 cuadras postreras del paseo, acuciad@ por el malestar, encontré, doblando una esquina, sentados en un umbral junto a la parada de un bondi, sumidos en su cotidianeidad, a una chica –razonablemente linda al golpe de vista nublado por la noche y la flojera– y al que sería su novio. Lo veo a menudo, sobre todo los domingos, y entonces la vidriera toma la forma del muro invisible a prueba de balas que Maxwell Smart tenía como defensa en el living de su departamento.
Yo sigo del otro lado y me son ajenas esa clase de miradas, el gesto de compartir un alfajor: apenas los conozco por la mirada furtiva. ¿Qué tienen ellos que no tenga yo que les permite acceder a lo que me es inaccesible? ¿Eh?
Llevo días buscando un psiquiatra en un hospital público para que evalúe si necesito, como creo, medicación para dormir pese a los vecinos ruidosos, que me han agotado física y mentalmente. El jueves, la guardia psicológica y psiquiátrica del Fernández se revela inexistente. El viernes, en el Ramos Mejía me dicen que el médico que me atendió la otra vez está los lunes. Atravieso el hermoso fin de semana agotad@, y el lunes, tras cuarenta minutos de espera, lo reconozco en el pasillo que comunica los consultorios, mientras pega con cinta scotch un volante en la pared. Lo encaro, le pregunto, sin trasponer el comienzo del pasillo, si me puede atender, y el tipo, que tiene –parte de– la solución, escucharme, medicarme, me dice que no, que tengo que hacer toda la admisión de nuevo: las admisiones recomienzan en 15 días…
Denied access.
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