La otra vez posteé un artículo titulado “¡Una bomba!”, en el que narraba un sueño y su perruno final. Luego me dediqué a editar en otro post unas fotos que habían quedado medio chuecas. No me tomó más de tres minutos, y, cuando quise guardar los cambios, el servicio había dejado de estar disponible.
Traté de subir un post nuevo y otra vez apareció el mismo mensaje. Pensé que se había caído el sitio de Blogger: busqué unos blogs amigos para confirmarlo y los hallé, incólumes.
Un rato después, o a la noche, comprendí la razón de la repentina indisponibilidad: la palabra “bomba”. Entonces se me hizo más patente la sensación de exposición y vulnerabilidad, y que toda la energía que uno pone acá –vaya a saberse por qué– puede volar de un plumazo.
Yo justo estaba bosquejando un post con algunas observaciones críticas sobre ciertas condiciones del servicio. Mejor me lo guardo, no sea cosa de tentar a la suerte. O al chabón que leyó el post y vio que no era una receta para hacer bombas caseras o un manifiesto pro Timothy McVeigh.
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