Hace días que me acuesto temprano, a veces antes del demorado anochecer estival, y me levanto igual de temprano.
Y me falta mi dosis de madrugada. Un espacio donde nadie me golpee a través del aire, o de interpósitas paredes, con gritos, simulacros de demoliciones, peleas, llantos, teléfonos.
Es mi espacio. Y cuando no lo tengo, es como si no descansara. Ya sea al final del día –lo preferible– o al comienzo, levantándome tipo 3.30 a. m., necesito la calma de la madrugada, necesito oscuridad.
Si no, no soy yo.
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