En el archivo, cada vez más grande, de artículos inconclusos, encuentro un protopost referido a la caducidad de las AFJP y al patetismo de ese momento: los mismos que las propiciaron y votaron por su creación, denostándolas y votando por su abolición; el discurso fonomímico de los que aún le creen al gobierno, o eso simulan, o incluso el de los que ya no le creen pero se fascinan con medidas como estas, todos con sus cerebritos binarios, aferrándose a cualquier cosa que pueda tener una interpretación progre para reescribir la historia, con tonos épicos, de un gobierno popular, de la posibilidad de un gobierno popular. Coronaba la náusea ver a los críticos funcionales (SI, Lozano, todos ustedes) sabiendo que es un choreo, pero prefiriendo que nos choree el Estado. ¡Hasta lo decían así!
Luego, vino el intento de vendernos la gilada de las medidas anticrisis y proconsumo, que en gran parte ya habían sido anunciadas, según admitió el propio Gobierno a través de funcionarios como Massa. Se celebró la derogación de la tablita de Machinea, que funcionaba mal por no haber sido actualizada y corregida, lo cual se debía, en buena medida, a la mentira continua que nos dice el Indec. Y abrazos y festejos coronaron la aprobación de una medida progresista y popular como el blanqueo de capitales, que seguramente será ineludible en la lista de heroicas acciones que ha llevado adelante este gobierno.
Sin embargo, nada de eso ha funcionado, y la vocación, y la necesidad, de hacer caja continúan insaciables. Y la medida de adelantar las elecciones es la admisión de su desnudez por parte del mismísimo rey: no llegan a octubre, no les da la nafta. Tratan de comprar tiempo, cuatro meses, cuando bien sabemos que quien dilapidó el tiempo, aunque pueda conseguir un poco más, seguirá malgastándolo porque no sabe qué hacer con él.
Esa admisión de que no llegan, además, es el primer paso del autocumplimiento de la profecía. Así las cosas, ganen o pierdan, el mes de julio, con el final del ingreso de divisas debido a la cosecha, marcará el comienzo de una nueva turbulencia, que sacudirá aún más a un Gobierno día a día más desacertado y socavado. Volveremos a ver Titanes en la Plaza, con Martín K llevado en andas y rodeado por D’Elía, Manusovich (el mismo que desde Fedecámaras convocaba a los cacerolazos en 2001), Hebe, Pérsico (que nuevamente dirá “la plaza es nuestra”), Moreno y Acero Cali, y a los patoteros rompiendo manifestaciones. Y cuando deban parecer presentables, siempre estarán disponibles Carlotto, León Gieco y un par más para aportar la pátina de corrección y progresismo que se contrapondrá a las fuerzas del pasado, destituyentes, gorilas, retrógradas y, finalmente, golpistas.
Tanto mar de fondo, y tan continuo, me hace acordar al 2001. Y, como en ese tiempo, el problema es el arquero, es decir, el número 1. Aquel, ensimismado en su arterioesclerosis; este, en su desencajamiento patoteril. Y lo que era un rumor, o una especulación, es confirmado por el mismo Pérsico: la posibilidad de la venganza K, que Cristina renuncie y le deje el fardo a Cobos.
Me inquieta el paralelismo que puede trazarse entre el dengue de hoy y la desnutrición de entonces; entre la incesante salida de divisas –que ya lleva un año y medio– y la que anticipó la devaluación, o el que veo entre el Aníbal F actual y el Baylac de hace ocho años. Y aunque Aníbal, Cristina y todos los de discurso lógico y racional emplearan en cada declaración proposiciones verdaderas y válidas, aunque hubiera un dios que objetivamente les diera la razón, no alcanzaría, porque el “tener razón” es una construcción que necesita que otro te crea. Y eso no lo van a recuperar.
Pero lo que más me alarma, sin duda, es la insistencia con que el neooficialismo de C5N remarca que el Banco Central tiene los dólares suficientes para afrontar cualquier corrida contra el peso.
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