Lo primero que hace la gente cuando se sienta en el bondi es leer en el teléfono.
Encalló un colectivo en el chapón que cubre los baches del puente. 45 minutos para cruzar.
Un joven mendicante aprovecha la demora y sube. Dice que lo operaron, que no tiene laburo, que tiene mujer e hija. Nadie le da nada.
En su speech habla de cómo es pedir pan, pedir comida por primera vez. Y yo pajeándome con esto. No le sirve desinvisibilizarse así.
Sube una preggo. Pancita preciosa en un suéter negro. Y de cara ¡es igual a Majo! ¿Es o no es? La miro. Demasiado. Es, no es, es, no es…
¿Es o no es? El pantalón de vestir, los zapatos... Ya sé: las uñas. No las tiene pintadas. No debe ser. Basta de mirarla. Llegamos, me bajo.
Cuatro cuadras entre las vías y la avenida. Cuatro cuadras y una sola persona en las veredas. Yo.
¡Qué ojos tiene la flaca esa! Espera el bondi lejos de la calzada. ¿Serán naturales? Igual, ni bola. Una moneda me llama desde el asfalto.
Un clon de Alejandro Medina descansa en un banco de la plaza de la estación.
El negocio de la esquina de la estación parece trasplantado de cualquier ciudad turística. Solo faltan los caracoles que dicen "Recuerdo de".
La paralela a las vías no deja de vibrar con los autos tuneados. Me hace recordar este post.
Algún jardín huele como en mi memoria olía caminar por la Villa Díaz Vélez de noche. Más de uno.
El 186 no funciona más. Un poco tarde me entero... ¡Señor Compumap, tome nota!
La vibración es constante y no permite la calma que podría esperarse. Si no son los autos lanzados, son las garitas de seguridad privada.
Encontré dos monedas de 10 en la calle. Pero no están en ningún bolsillo. Si las perdí, ¿cómo no perdí las otras?
Más de cinco horas de viaje, y la invisibilidad, inalterable. Previsible. Ni duele, ya. Ni vale la pena comentarla.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario