En el corazón de la madrugada coinciden el motor de la bomba de agua del edificio y el de mi heladera. Los dos se callan casi al unísono. Y el silencio de la noche, al que siempre anhelo, se reconfigura.
En realidad, eso era antes. Cuando era dueño de mi tiempo, y, si se apagaba el motor de la bomba, desenchufaba la heladera para sentir ese silencio en todo el cuerpo. Cuando salía a la puerta del edificio y me acodaba en la baranda, y veía el reflejo del cambio del semáforo en el revestimiento de la casa de la esquina mientras los únicos transeúntes, los gatos, paseaban orondos y despreocupados por la vereda. Cuando oía el ruido liso (Fabián Casas dixit) y apurado de los autos pasando por la avenida, y el de un bondi pedorreando a lo lejos.
El aire era más liviano, y yo mismo era más liviano, sin la angustia por mañana que hoy trae la noche.
Ahora, en cambio, aunque callen los motores, su vibración persiste en las paredes, en el aire, en mí. Desde hace un par de veranos, cuando todos los pelotudos con unos mangos de más fueron y se compraron el aire acondicionado. Y se sintieron más arraigados en la clase mierda.
Para colmo, este invierno parecen haber descubierto que también calienta… Calienta, vibra y ronca todo el puto tiempo que están en su casa. Y por la gripe algunos están más tiempo… A veces, no para ni en la madrugada: te sentás con la espalda apoyada en la pared, o cerrás los ojos en la cama tratando de dormir, y por los ladrillos baja ese trémolo incesante.
Algunas noches todos lo apagan, y el silencio cambia de tono (Dolina dixit); pero a la seis de la mañana alguien lo enciende, y me despierta. Cuando llega a la temperatura indicada, merma su potencia, pero rápidamente baja –o sube– la temperatura, y otra vez trabaja a full, y otra vez descansa, y otra vez ataca. Encima, el del vecino comólico hace mucho más ruido ahora que en verano, pero aun así no cumple mi deseo: no explota matándolo a él y a sus familias.
Entro a un edificio, o paso por la puerta, y me escupe su calor ruidoso; paso por un negocio, bajo cualquier balcón, y tengo que esquivar las gotas de su meo tecnológico. En una calle desierta de la medianoche de San Telmo se escucha esa turbina diabólica desde el aire y luz de un edificio que tiene la entrada a la vuelta, a mitad de cuadra, y los tres cuerpos de la construcción parecen el trasbordador espacial a punto de despegar.
Enfrente, la caja del cable zumba como un enjambre desvelado y furioso. Fuera de mi vista, un infeliz con escape deportivo pica en cada semáforo que se pone en verde, y frena en el siguiente, al que llega cuando aún está en rojo. Así, por media docena de cuadras. En el garaje contiguo algún auto tiene que regular un rato para vencer al frío, y su rumor de bajas frecuencias hace temblar mi ventana.
Demuelen en la otra cuadra, y el chillido esforzado de la maquinaria pesada irrita el aire desde las 8 de la mañana. De vez en cuando lo estremece un muro que cae. Y el exilio al que me condenan es tan irremediable como el edificio que construirán.
Un boludo agujerea el balcón con un taladro para poner el poner el cable (a las 8,30 a. m. del sábado), o la reja (a las 2 de la tarde), y es como si me trepanara el cráneo. Otro boludo hace latir las paredes con los graves de su equipo de audio, y otro más me obliga a oír TN y a ver los intermitentes reflejos azules de su droga catódica rebotando en la medianera.
Suena el ampuloso ringtone del celular de uno de ellos, y, como habla en el balcón, me entero de que la ex mujer le bloqueó la tarjeta o de que el auto no le arranca.
Pasa una ambulancia con su sirena, pasa el helicóptero de la yuta con su aspaviento, el tipo de al lado tiene activado el parlante de su celular y escucha algo que (no) parece música. Cada fucking moda, cada conchuda masificación de estas mierdas, me hace sentir tan desahuciado como un ludita.
Alguno más viejo recordará otra ciudad en la cual no existía la cantidad de ruido y de vibración que yo añoro. Porque no deseo un silencio total, un aire petrificado. Cuando eso ocurre, me siento intensamente perturbado e inquieto. Pero una cosa es el arrullo del siseo lejano de la noche, y otra, la invasión electromagnética que se te mete hasta en el sueño.
A veces, la única opción es elegir el ruido. O te vas a la cocina y vibrás con el motor de la heladera, o te quedás en el living y vibrás con el split del vecino. O ponés la tele o escuchás la tele del otro. O ponés música o te llega la música ajena.
Por la puerta, por la esquina, de contramano, pasan los chabones del delivery. Queda el motor atronando cuando baja a tocar el timbre… Y decí que no vivo en el deep conurbano, donde la invasión de motitos (¡¡incluso con parlantes!!) amerita una masacre de proporciones israelíes.
Vivo acá. A merced de estos motores, cuya omnipresencia agobia, y a merced del motor interno que tienen mis vecinos de mierda. Un motor tan expansivo que no deja espacio libre ni final que anhelar. Un motor cuya energía me traspasa y cuya dinámica circular me vence día a día.
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5 comentarios:
Ocho y media de la mañana del sábado.
Otro taladro me taladra.
Es el vecino instalando un aire acondicionado.
Otro aire acondicionado.
Ya tiene uno, en la parte de afuera del balcón, para el living.
Ahora pone otro, a tres metros de mi cabeza en línea recta, para la habitación...
El exilio es irremediable.
Al borde de las rutas
deténganse
salúdelos
ofrezca libaciones
(traveler's cheque are welcome)
AZUR
SHELL MEX
TOTAL
ESSO BP YPF
ROYAL DUTCH SUPERCORTEMAGGIORE*
* Su potencia es el estrépito, el vuelo, la
blitzkrieg. Se les ofrenda sangre, mujeres
desnudas, estilográficas, Diner's Club cards,
placeres de week-end, adolescentes ojerosos,
poetas becados ("creative writing"), giras de
conferencias, planes Camelot; cada senador
comprado vale por un año de indulgencia, etc.
Los términos al borde de las rutas
santuarios
snack-bars y mingitorios
sus lingam fláccidos que el sacerdote de uniforme azul y gorra con visera levanta y pone en el orificio de SU AUTO, y usted mirón que encima paga
VEINTE LITROS LAS GOMAS EL AGUA EL PARABRISAS
venite adoremus
hoc signo vinces
SUPER: el más seguro
PONGA UN TIGRE EN SU MOTOR
PONGA EL LINGAM DEL DIOS
Su templo huele a fuego
TOTAL AZUR BP SHELL MEX
Su templo huele a sangre
ELF ESSO ROYAL DUTCH*
* Dioses mayores (se omiten los innominables,
los menores, los paredros, los acompañantes,
los dobles, los servidores vicarios); el culto
de los dioses mayores es público, maloliente y
estrepitoso, se presenta como Positivo, como
Fiesta, como Libertad. Un día sin dioses
mayores es la parálisis de una nación de
hombres; una semana sin dioses es la muerte de
una nación de hombres. Los dioses mayores
son los más recientes, todavía no se sabe si
se quedarán o abandonarán a sus adoradores. A
diferencia de Buda o Cristo son un problema,
una incertidumbre; conviene adorarlos afiebra-
damente, poner un tigre en el motor, pedir la
máxima cantidad, llenar los tanques con su
frío, desdeñoso orgasmo; mirar sigue siendo
gratis hasta nueva orden, pero tampoco es
seguro. Los teólogos se consultan: ¿Dónde
reside el sentido oculto de los textos
sagrados? Ponga un tigre en su motor:
¿Apocalipsis inminente? ¿Nos abandonarán un
día los dioses mayores? (Cf. Kavafis)
EN ESE CASO SIEMPRE ESTÁN LOS OTROS
Sí, tenemos recursos, nos amparan
el templo tecnológico, las piezas de recambio.
A DIOS MUERTO DIOS PUESTO
Se ha visto ya y el mundo no se ha hundido*
* Parece evidente, dicen los teólogos, que los
dioses mayores no hacen una cuestión de
jerarquías; si la frivolidad de los fieles
desplaza favores y altares, si de pronto un
pequeño dios de cuarto orden (cf. infra) reina
incontrovertido entre fumadores y deportistas,
las grandes deidades no parecen tomarlo en
cuenta; mejor así, dicen los teólogos que
hacia el año 1950 temblaron cuando el dios
mayor Parker y adlátere Watermarn fueron
sustituidos por los diosecillos Birome, Bic y
Fieltro.
Al borde de las camas
deténganse
salúdelos
ofrezca libaciones
EQUANIL
BELLERGAL
OPTALIDON
sus nombres ronroneantes
la paz la paz la paz la paz
de diez y media de la noche a seis de la mañana amén
Y LOS TEMIBLES
los heroicos
que se invocan al tiempo de la angustia
intercesores enigmáticos
ante las Madres escondidas, los de nombres oscuros,
ANDROTARDYL TESTOVIRON PROGESTEROL
ERGOTAMINA
y la de triple filo CORTISONA
Al borde de las calles
deténgase
salúdelos
ofrezca libaciones
LOS DIOSES TEMPORALES
encarnados
hijos e hijas de Dios
muertos en una cruz (un avión estrellado)
o bajo el árbol Bodi (clínica suiza con jardín)
HELENA RUBINSTEIN
ruega por nosotros pecadores
JACQUES FATH
CARDIN CHANEL
DOROTHY GRAY
de nuestras pecas barros senos y caderas apiádate, señora,
IVES SAINT-LAURENT
MAX FACTOR BALENCIAGA
laudate adoremus
Al borde de las vidas
detéganse
salúdelos
ofrezca libaciones
(Los servidores de la máquina completarán
la información)
auch! no lo pude evitar
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