jueves, 17 de octubre de 2019

Incesto en el tren

Lejos quedaron los viajes en que el tren les corría carreras a los autos de la Lugones. O a los aviones que se aproximaban a Aeroparque. Ahora se arrastra sin fuerzas aun en los tramos donde no hay precauciones por obras, las cuales, a este ritmo, estarán listas para la próxima elección. Al final del viaje comprobaré que tarda un veinte por ciento más de tiempo. No es hora pico, no se demora porque sube o baja mucha gente. Simplemente, las locomotoras no dan para más. O los maquinistas no las pisan con las ganas de antes.
En Del Valle sube un grupo familiar. Son cinco. Un hombre que estará llegando a los cuarenta, con gorrita y pantalón de jogging gris; una chica joven con un par de piercings en la cara y la lengua, cuyos contornos se recortan en el contraluz, con un bebé en brazos y pantalón de jogging gris; un adolescente de quince o dieciséis, con incipientes pelos en la cara y buzo y pantalón de jogging gris, y una nena de tres o cuatro años, en plan de decir sus primeras palabras, que rompe la uniformidad con su pantalón negro con dibujitos de colores. Dejan en el portaequipajes la caja de una estufa eléctrica y un bolso rosa y se sientan del otro lado del pasillo, en los asientos enfrentados que quedan a una diagonal de mi mirada. No son particularmente molestos y amenizan el viaje de alguien que, como yo, no puede entretenerse mirando el celular. Porque no tengo.
Pronto, le compran a un vendedor ambulante dos combos de turrones, tres por veinte cada uno, y se dan a comerlos. El que vende chocolate con leche y maní pasa después y no tiene tanta suerte, ni con ellos ni conmigo, que logro vencer la tentación y no le compro. Parece que se quedaron con hambre porque al rato pasa el vendedor de obleas rellenas cubiertas de chocolate, dos por veinte, y le compran dos pares. El pibe de jogging es el primero en mandárselas. Esta vez y la otra guarda con llamativa pulcritud los envoltorios –el suyo, el de la nena chiquita– en el bolsillo de su mochila para, seguramente, tirarlos luego en algún tacho.
Con el correr de las estaciones escucho que el señor usa las expresiones "tu hermana" y "tu madre", y me configura el árbol genealógico. Son tres hermanos y él es el padre. Ahora pienso que quizá solo sea el padre de la más chiquita, que los dos más grandes pueden ser hijos de "la madre" con otro tipo. Ese dato quedará fuera de mi alcance.
En algún momento juega de manos con la nena chiquita, que está sentada enfrente de él, los dos del lado del pasillo. Forcejean un poco, la atrae hacia su cuerpo y le da un pico. En otro momento, a cuento de no sé qué, le apoya la mano en el muslo a la chica joven corte turra piercing en la cara. Le apoya la mano y la deja unos segundos. Luego volverá a hacerlo escudado en las palabras "te estoy haciendo masajes en la rodilla", tal vez como respuesta a la única, hipotética –y sin duda brevísima e imperceptible para mí–, referencia de ella al asunto. Claramente no son masajes, claramente no es en la rodilla: es en el muslo, a, digamos, un tercio de muslo de la rodilla, la mano abierta, firme y detenida sobre la tela gris.
Más adelante lo hará por tercera vez. No tengo más pruebas que la impresión de mi mirada furtiva, pero no abarca solo la cara anterior del muslo, sino también el borde interno. Hay algo allí que leo –que incluso mi cuerpo lee– como de indisimulable erotismo. La cosa no prospera porque la nena chiquita se levanta de su asiento y se pone a jugar en esa zona, cortando el mambo.
El bebé no llora nunca. Cuando se despierta, ya pasado el río, tampoco. En algún momento, la madre dice "ella", y solo así me entero de que es una nena. La de tres o cuatro es más inquieta, pero tampoco jode mucho. A veces se levanta del asiento, y en una de esas veces le da un beso a la bebé con esa forma que tienen los niños de expresar el cariño repitiendo ampulosamente la imagen que ven a diario. El beso es en la boca.
Antes o después de eso, el señor se queda dormido, y el resto del grupo familiar ya no charla mucho entre sí. Cuando finalmente termina la letanía de mi viaje en el tren lento y tengo que bajarme en la estación provisoria, que me deja tres cuadras más lejos que la otra, ellos siguen su viaje y su historia familiar. Quizá algún día encuentre la continuación en Youporn.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como me siento mal, tos, catarro, fiebre y dolor de cabeza, y no hay remedios, ni energía para ir a la farmacia (ni nadie a quien pedírselo, a quién contárselo, nadie at all: Igual que hace once años, cuando empecé a escribir acá).
Y como en todos los lugares de la web donde estoy no pasa nada, y como acá nadie comenta, comento yo, así la próxima vez que vea el uno al lado de la palabra "comentarios" produzco una descarga de dopamina y otros neurotransmisores gratos, hasta que me acuerde de que fui yo quien escribió.

Ojalá algún día pueda vengarme de todos los que me redujeron a esto.
Creo que es lo único que me da alguna ilusión.