Supongo que las saqué del armario cuando dejé las Pulse para lavar. Esas cosas que uno hace pero no registra con la minuciosidad funesiana que más tarde preferiría haber ejercitado. La idea era –o habrá sido– cubrir la necesidad de recorridos caminados, quizá correr alguna vez, sobre todo días post-lluvia, o cosas así, tipo suplencias, ya que los dos pares de Cumulus tienen las suelas destrozadas, pero son tan cómodas que no quiero darlas de baja, y entonces tengo que maximizar cada uso que les doy.
Poco después de haberlas vuelto a la rotación, una noche llegué a casa y para sacármelas hice lo de siempre: desarmé el nudo del cordón y apoyé la mitad trasera de un pie contra el otro haciendo fuerza. Pero esta vez sentí un crac, o un plop, más un cambio en la resistencia que un sonido. Lo que fuera reveló que algo inesperado había ocurrido. Y eso fue que el formotion se despegó antes de que la zapatilla derecha saliera de mi pie, o mientras salía. Se despegó por completo y quedó colgando apenas sostenido por una de las dos tiras de goma de la suela que se extienden hasta allí en una especie de puente que lo une con el resto de la media suela.
Lo pegué con poxi, pero el arreglo no duró mucho. Volví a pegarlo con el mismo efímero y desalentador resultado una o dos veces más. Usarlas se redujo a probar si el poxi aguantaba, y una de las veces que salí a caminar en ese plan, la noche del primer sábado de agosto, terminé encontrándome con NJ, pero no atiné a hablarle antes de que entrara junto con sus acompañantes en la parrilla de fachada amarilla. (Eso debería ser otro post).
Tengo el recuerdo de la ida, de pisar bien fuerte con el antepié en el cordón de la vereda de la calle de la rima fácil porque en lugares así no era necesario apoyar todo el pie y, por lo tanto, tampoco lo era cuidar la fuerza de la pisada como sí lo hice durante el resto del viaje, sobre todo porque en la vuelta ya lo sentía medio suelto y desencuadrado.
La última vez el pegamento no duró ni dos cuadras. Antes de llegar a la avenida ya estaba flojo, moviéndose, a veces más, a veces menos, y había que ser consciente de la pisada para que el formotion no chancleteara más de la cuenta. Comprobada su ineficacia, las usé así unas pocas ocasiones, para viajes muy cortos, por ejemplo los que hice al banco cuando tuve que hacer un trámite. Uno de esos mediodías, mientras esperaba que me atendieran, y sólo porque había llevado los anteojos, vi que la izquierda también tenía una de las tiras de suela cortada, pero no se había despegado el formotion. Y pensé que cuando se despegara sería el momento de abandonar todo intento de prolongarles la vida.
Al poco tiempo, tal vez la siguiente tarde en que las usé, yendo a plastificar el certificado, di un paso que no llegó a ser malo, apenas un toque más fuerte del talón con el cordón de la vereda al cruzar una esquina, un mal cálculo del ángulo de la rampa, y de la nada el formotion se soltó del todo, de la tira de suela de caucho Continental, y debí renguear el resto del recorrido con el coso ese en el bolsillo, dos cuadras y media que faltaban de ida y cinco casi seis de vuelta.
Después quedaron ahí, aguardando su destino, una decisión mía que fuera su destino, hasta que opté por usarlas igual en recorridos cortos, no sé si para ahorrarles un ínfimo desgaste a las otras o como forma de estirar la despedida. Desafié la cojera en algunas caminatas breves por acá, sobre todo de noche, porque me daba vergüenza andar con la zapa rota a la luz del día, y cada vez que me las sacaba lo hacía con cuidado y notando que también se había despegado una parte de la zapatilla –la trasera– de la media suela; pero siempre me olvidaba de ponerle poxi.
Hasta esa noche, pasado fin de año, en que elegí usarlas para ir al parque a ver si el corte de luz seguía y se lo podía atravesar como la noche anterior, alumbrado sólo por los autos que pasaban. A las doce cuadras –un cuarto de viaje, aprox.– sentí algo raro en un paso cualquiera, y al mirar descubrí que se había despegado la media suela casi hasta la mitad de la zapatilla. Tuve que tomar la decisión de volver o no, y elegí continuar.
El apagón era más grande y se mostraba inaccesible desde la misma esquina del parque. Doblé las dos veces a la izquierda para retornar a casa y sentía la zapatilla cada vez más floja. De a ratos la media suela se desplazaba lateralmente hasta el límite de la incomodidad. Llegando al último cuarto del viaje, esto ya era muy notorio, tanto que pensé en venir saltando en una pata, total eran cerca de las doce y no había nadie en la calle. O arrancar la media suela y pisar apoyando la zapatilla desnuda esas diez o doce cuadras. La otra opción era caminar casi arrastrando el pie para que no se desencuadrara.
Dos o tres cuadras más adelante, de alguna forma la situación se me hizo insostenible, y sí: decidí arrancar la media suela. Tuve que hacer bastante fuerza a la altura de los dedos chiquitos, el último bastión del pegamento que en todo el resto había cedido sin dejar huellas. Miré la altura de la calle para saber cuánto me faltaba y seguí rengueando, esperando llegar con la media suela en la mano, pero sin (otra) novedad. En la mitad de ese último cuarto tuve que desviarme porque había otro apagón. Agarré por la avenida, donde al comienzo no era tan cerrada la oscuridad por los autos que pasaban y por algunas luces que sobrevivían, pero el panorama fue cambiando a medida que avanzaba.
Más pendiente de adivinar en lontananza dónde estaba el límite de la luz, si más allá o más acá de la calle de mi casa, que de la zapatilla sin media suela y la cojera que me producía, el normal funcionamiento del semáforo en la esquina de las avenidas me dio alguna ilusión. Pero los edificios como sombras más oscuras en la oscuridad, sin una lamparita que sirviera como signo vital, contrapesaron con creces aquella expectativa.
En el bar de la esquina, una chica de lejos atractivo esperaba teléfono en mano algo o a alguien apoyada en el alféizar de una ventana. Llegué a mi calle y era literalmente imposible caminar si no pasaba un auto. Y no pasaba ninguno. Entonces volví sobre mis pasos –rengos– hasta la otra avenida para acercarme a mi casa por allí. Pensé en cruzar de nuevo para pasar cerca de la chica, pero no era mi mejor versión la de una media zapatilla en la mano. Y mi mejor versión tampoco conseguiría nada. Nunca consiguió nada. Retomé la avenida y al llegar a la próxima esquina volvió la luz. Algunos automovilistas festejaron haciendo sonar bocinas. Y yo caminé las dos cuadras y media que me faltaban con luz. (Mi madre, quejosa, abrió la puerta antes de que yo encontrara la llave correcta, onda que estaba mirando por la cerradura, y después me recriminó que a dónde salgo y no sé qué más).
En su momento, habían perdido la final de mi consideración con las Asics Pulse, tal vez por el hype de esta marca y su gel. Pero siguieron tentándome desde la vidriera del Solo Deportes de Pueyrredón durante dos o tres meses en los que no aumentaron de precio, y también desde Foroatletismo, donde las consideraban aptas para ser zapatillas de entrenamiento y utilizadas prácticamente para todo por gente de mi peso (de entonces), aun cuando mis tiempos eran más de un minuto más lentos que los indicados en el post.
Cuando tuve plata de nuevo, a fines de diciembre de 2015, las compré por 1270 pesos, la mitad de lo que costaban las Supernova Glide última generación. Fueron las últimas Adidas que compré, las últimas zapas blancas que compré… (las últimas zapas que me compré en casi tres años). Antes de abandonar el local, la vendedora me dio un almanaque del negocio, con algún motivo de corazones y animalitos de peluche, y me dijo “para tu señora” (?).
Fueron las menos robustas de todas las que tuve, más livianas –casi un 15% menos peso que las Cumulus–, más finas, más angostas, más ceñidas, con (las) paredes (del upper) de durlock; pero se la bancaron impecablemente y no tuvieron ni una rotura, salvo el formotion, que la otra también lo tiene cerca de la despegada, pero en la mitad inferior, no la pieza entera. Si hubiera tenido más precaución a la hora de sacármelas, quizá podría haberlas usado un tiempo más, aunque sea como *zapas de vestir*. (O si hubiera mezquinado un poco los talonazos que metía para sentir cómo acomodaba la pisada al pegar con el formotion).
Eran sobriamente lindas. Había algo relacionado con la elegancia en sus líneas, y estas tenían la combinación de colores más atractiva de las que veo en la web ahora que googleo para averiguar su peso. Voy a extrañar ese blanco con vivos negros y algo de amarillo en las tres tiras.
El problema mayor fue su ajuste, que pasaba de muy flojo a dolorosamente prieto en un mínimo movimiento de cordón. No sé si por el material de los (larguísimos) cordones, por su ojetera, por su ancho o por qué. Tal vez esa fue la razón por las que no llegaron a desbancar de mi preferencia a las Adidas azules. Y luego compré las Cumulus, que se fueron ganando mi amor hasta convertirlo en devoción. Por eso pasaron parte del tiempo en el placar, siendo suplentes de los dos pares de Cumulus.
Forman parte de un tiempo borroso, y no tengo muchos recuerdos de ellas, salvo el más vívido, ese mediodía que esperábamos al escribano que tardaba y tardaba, y decidimos irnos del banco a un lugar más tranquilo, a los asientos de la parada del colectivo frente a la Kentucky de plaza Italia. Ahí, llenando el tiempo muerto, encontré restos de arena en ellas, arena del cajón de salto en largo de la pista, de cuando unos días antes quise saltar y me resultó mentalmente imposible romper la fuerza de gravedad. Y fue como unir dos mundos.
Y el de la mojada en el parque frente al Garrahan en el charco de la vereda de cemento (mal) alisado. Yo corriendo con la confianza de que si no hay baldosas no hay baldosas flojas que salpiquen, y el espíritu de un tercerizado municipal desmintiéndome con su trabajo mal hecho… Después las encontré en las fotos del club la noche de la entrega de diplomas, cuando no entrábamos en cuadro por ser muchos, y me hinqué cual número 9, propiciando la fila de los agachados, y en dos filas sí cupimos. Y también en primer plano en una foto frustrada una tarde que fui a Ramos.
Todos esos, algunos más que otros, y el lugar donde las compré, son las opciones que tengo para dejarlas cumpliendo el ritual de las zapas cuando mueren (que también incluye este post). Tal vez sean cuatro, uno para el formotion, otro para la media suela, otro para el resto de la zapa y un cuarto para la zapa que quedó entera, que será seguramente la pista del parque, más bien el cajón de salto en largo.
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