Un par de veces, acá o acá, hace tiempo, hablamos de la pequeña Victoria, sometida al maltrato diario de su abuela, a cuyo cuidado la dejaban sus padres, y al de los propios padres, que quizá no fuese tan notorio porque pasaban poco tiempo con su hijita de menos de dos años.
La señora la insultaba y la denigraba constantemente, y a veces le pegaba. La denuncia que hice en su momento fue inútil. En este país del orto pueden abrirte una causa porque le reclamás a tu empleadora en negro la guita que te tragó o porque esa misma lacra creó una cuenta de correo electrónico con tu nombre para mandarse mails insultándose y así poder denunciarte, de modo que te queden antecedentes por no sé cuánto tiempo. Pero si le pegás a un bebé, no pasa one, cero causa, cero antecedente, cero exposición a los inquisidores psi, cero condena social… ¡Una persona decente, vamos!
Tan en vano no fue, en realidad, porque al poco tiempo se mudó. Cuando eso ocurrió, supe que me liberaba de tener que oír gritos y llantos, pero que el problema continuaría en el nuevo hogar. Que la vieja esa seguiría cagándole la vida y transformándola en la versión 2.0 de su hijo, el padre de Victoria, tan pelotudo, colérico y gritón como su madre.
Finalmente, no me liberé una mierda de los gritos, los llantos y la violencia familiar porque los que compraron el depto ese cultivan a diario la misma forma de relacionarse, y aun más desconsiderada y patoteramente que la señora aquella.
La vez pasada, una vecina comentó delante de mí que la abuela de Victoria la llamó por teléfono para saludarla, y que le contaba que la nena, que ya está por cumplir cuatro años, “le hace frente”; que cuando la reta o le dice algo (la vieja esa jamás diría “le grito”, “la insulto”, “le pego”), la criatura la enfrenta y le discute.
Ni quiero imaginar la situación, lo que para esa mujer es la chiquita enfrentándola, argumentando, casi como argumenta la nena que vive ahora en aquel departamento, que con seis años es la única en esa casa que trata de calmar a su desencajado padre cuando le grita y golpea a su hijo ante la impasible mirada de su esposa. Ella implora “¡basta, papá!”, y no sé qué dirá Victoria.
No la quiero imaginar, pero no puedo no ver la manera en que la señora aquella acepta el reto cuando Victoria, tratando instintivamente de constituirse como persona, le hace frente. No puedo no verla poniéndose a la altura de su nieta para enfrentar y vencer a su rival. Por las palabras o por los golpes.
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3 comentarios:
Ojala q Victoria logre ser mas k un nombre en su vida.
le� el �ltimo comentario y flashi� cuando Mafalda conoce a Libertad.
clases de kickboxing para la peque�a.
cuando Mafalda conocio a Libertad se hizo muuuuuuuuuy grande...muuuuuuuuuuuy
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