miércoles, 6 de agosto de 2025

Expo de vehículos antiguos

El colectivo tarda mucho en venir. Tampoco pasa el que va para el otro lado y empiezo a pensar si no hay un paro repentino. Finalmente, cruza uno que va para la estación, señal de que funciona. Y de que hay que seguir esperando.
Hasta que llega, más de veinticinco minutos después llega, recontra repleto llega. Somos cuatro los que subimos, yo en último lugar, y no cabe nadie más: tardé varias cuadras en sacar el boleto porque no podía salir del espacio entre el parabrisas y los primeros asientos, donde los colectivos de provincia aún tienen escalones. De hecho, quienes esperaban en las dos paradas siguientes debieron seguir esperando porque no les paró. Vamos tan apretados que varias personas bajan por adelante cuando les llega el momento porque la puerta del medio es casi inaccesible; entre ellas, la señora del primer asiento, donde aprovecho para sentarme. El coche se va vaciando hasta niveles normales, en alguna esquina se desvía porque la calle está cortada debido a un choque, y cuando varios pasajeros le preguntan si va a retomar o si sigue derecho hasta (ex) Humaitá, el chofer, joven y pretendidamente fachero, decide ignorarlos de forma grosera.
La próxima escena sucede luego de cruzar el puente. En la primera parada sube una chica llegando a sus treintas y le pregunta si es el 160. De inmediato se ve en la necesidad de aclarar que preguntó porque el reflejo del sol no le dejaba ver el número. El chofer sonríe bajo sus anteojos oscuros y le dice que sí. Ella menciona la calle San Juan, para saber si llega hasta ahí y/o para pedir el boleto, y se queda parada junto al lector de la Sube, aunque al fondo hay espacio. Teléfono en mano, habla o mira mensajes. En un momento retoma el diálogo para decirle que tardó mucho, y el conductor admite que sí, que están andando "más distanciados". Después le hace otra pregunta: cuánto tardará en llegar a San Juan. "Diez minutos, más o menos", responde él, que se fija en la planilla antes de contestar, aunque debe de saber los tiempos de memoria. Entonces ella vuelve al teléfono para dejar un mensaje diciendo que en diez minutos llega.
La tengo a medio metro y la miro de reojo, pero sin mirar mucho, y/porque es claramente atractiva. Atractiva por su presencia y por lo que irradia, no por tener curvas o piel al descubierto, salvo la de la cara, despejada completamente por una vincha color rosa viejo, la cual deja ver unos trazos circulares de total armonía. Más sencillo es ver su pelo oscuro atado en una especie de moño sobre la nuca y reparar en unas canas cerca de la frente que se podrían contar con los dedos de las manos. Más fugaz es la mirada que distingue la cicatriz de un piercing en el bozo.
Nunca se mueve de mi lado, pero claramente, y aunque el pasillo tenga el ancho de un pasillo de bondi, elige estar mucho más cerca del chofer que de mí. Al rato vuelve a preguntarle algo: ahora quiere saber si va por Boedo. Él le explica que no, que es la primera "para allá", que la deja a una cuadra. Faltando dos paradas suben unas viejas. Les dejo el asiento y cuando una de ellas me dice que no es necesario, respondo, fuerte y claro, justo al lado de la chica atractiva, que bajo en San Juan. Pero ella no se hace cargo, prefiere quedarse junto al chofer, y pienso que si no fuese así de linda sería un incordio.
Me paro junto a la puerta del medio y quedan al alcance de mi vista los mensajes de Whatsapp que manda una pasajera mientras sus hijos (6 y 3 años aprox.) terminan una bolsa de papas fritas y tiran al suelo las migas (algunas grandes) de las papas que quedaron sobre sus ropas. Le escribe a "Yesi vesina" diciéndole que tiene pastillas para que venda si le sirve, pero Yesi no contesta antes de San Juan, así que me quedo sin saber qué clase de pastillas son o cómo las consiguió.
Llegamos y la chica de la vincha baja por adelante; yo, por el medio cuando el chabón abre la puerta, que tarda un toque. Una vez en la vereda la busco con la mirada para ver si está yendo en la dirección correcta, pero no la encuentro. Empiezo a caminar lento, empiezo a pensar en otra cosa, hasta que la reconozco bastante más adelante, casi llegando a la esquina. Cambio de velocidad para estar cerca de ella nuevamente, a ver si me pregunta algo y le puedo responder, pero no: se detiene para prestarle atención al teléfono, y yo con el impulso ya estoy cruzando Boedo. Ahí mismo debo girar a la izquierda y cruzar San Juan, pero justo cambia el semáforo y me tengo que comer toda la onda verde, mientras noto que otra vez la perdí de vista y presumo que cruzó hacia el norte cuando yo cruzaba hacia el este.
La avenida está cortada por la exposición de vehículos antiguos. Lo primero que se ve es un Impala rojo, luego un par de rat-rods, después el gazebo donde los organizadores anuncian el comienzo de la expo y piden a los visitantes que cuiden los coches. Pero yo miro hacia la vereda de enfrente, exprimiendo el aumento de mis anteojos para buscarla con la mirada, hasta que finalmente reencuentro su imagen y la voy observando desde unos veinte metros de distancia. Llegando a Carlos Calvo cambia el paso, baja a la calzada y va a encontrarse con el tipo que la esperaba. Se saludan con un beso estándar y se quedan hablando allí mientras doblo y me doy vuelta para verla por última vez, semioculta por el chabón.
Me vuelvo pensando en las formas de la comunicación (o de la incomunicación), en la indudable atracción que había con el bondidriver, que quedó ahí, sin que nadie moviera para atravesar la distancia; en lo ajena que me resulta esa energía y en lo movilizador que es verla en primera fila, y en que aun cuando sucede nada asegura que no se agote en sí misma. Y en lo afortunado del tipo que la esperaba, que puede invitar a alguien a una exposición de vehículos antiguos.
O en que cuando puedo responder algo útil, no me lo preguntan; en que si me hubiera preguntado a mí como le preguntó al fercho habría revolucionado mi cotidianidad, pero no habría pasado de ahí; en que no sirvió de nada estar en primera fila porque no me llevé nada útil para aplicar en hipotéticas –improbables– situaciones similares, en cómo (siento que) tengo que medir mi mirada, en cómo se habrán despedido, en si el chofer demoró en abrir la puerta del medio porque hablaron algo más en el momento en que ella estaba por bajar o incluso en si lo hizo para que ella pudiera tomar distancia de mí.
Los de la expo habían puesto unos parlantes y de fondo sonaba Suzi Q, de Creedence.

18-jun-89

Había habido saqueos, había estado de sitio y tocaba Don Cornelio en el Parakultural. Unos pibes, aún menores, se vinieron a verlos desde Bernal, en el Roca o en colectivo, y no los paró la cana en la madrugada de San Telmo, y se volvieron sin problemas a su casa en algún bondi que pasara toda la noche.
Y a mí la yuta me paraba en la esquina de mi casa a las cuatro de la tarde.
Algunos nacen con estrella y otrxs nacimos estrelladxs.

Crossfit

Los crossfiteros (y las crossfiteras) entrenan estimulados por el punchi punchi que sale del parlante que llevaron al parque con las pesas, las colchonetas y el reloj de pie con números led que les dice cuánto tiempo de esfuerzo les queda por delante.
A tres metros, bajo la autopista, una mujer tiende la bolsa de consorcio sobre el banco donde va a dormir esta noche de siete grados.
Todos proceden como si los otros no existieran, y la única conexión entre ellos son mis ojos, que los registran sucesivamente y necesitan contarlo (contar que ven). Mis ojos, que ven pero son invisibles. Que se vuelven a preguntar si existe la mirada cuando nadie ve a los ojos que miran.

La película de Don Cornelio

Después de décadas fui al cine. A ver la película de los Cornelio. Después de un par de intentos fallidos, porque las entradas para el Bafici se habían agotado, y porque el 78 tardó una banda, aun cuando ahora hay "metrobús" en la avenida San Martín, y llegué tarde a la función en el cine de San Martín, lugar que volví a pisar también después de décadas. Habría sido una especie de guiño a la historia ver la película en un lugar donde, por el aire de la radio cercana, sonaba Don Cornelio cada vez que yo operaba y había margen para poner un tema que me gustara.
Corte que ahora encontré otra función gratuita y fui. En el CC Borges, cerca de Florida. Corte que medio medio la película, de a ratos mejor, de a ratos peor…
Son dos grandes grupos de cosas, cuya articulación no siempre es fluida. O coherente y cohesiva. Por un lado, el material de archivo, que también se puede dividir en dos grupos: recitales en un caso y boludeces en la sala de ensayo en el otro (la parte de los recitales obviamente es la mejor, la más interesante; las boludeces en la sala de ensayo sobran: no me aporta demasiado verlo a Claudio con una cacerola en la cabeza). La otra parte es el material actual, que, a diferencia de películas similares, documentales, etc., donde hay gente entrevistada hablando a cámara, se presenta en una reunión/ágape con muchos asistentes en un lugar de La Boca, al que concurren los músicos y otras personas de las que nunca se dice quiénes son –hay que (re)conocerlos o ignorarlo hasta el final, cuando salen en los créditos–. Por ejemplo, aparece la exmujer de Palo, y si nunca viste a Los Visitantes o no sabés quién es, es una mina a la que invitaron ahí y nada más.
Esa parte es un poco desprolija, y a la vez permite que sea un poco emotiva también, lo cual de otra manera no habría sucedido, y así gana en puntos; por caso, cuando Colombo se emociona hasta las lágrimas hablando de "Ella vendrá, la mejor canción de la historia". Pero justamente esa espontaneidad hace que la cámara tarde en reconocer lo que pasa y llegar a un buen plano porque estaba prestando atención a sus interlocutores. Alguna cosa que dice Varela también va para la columna de lo emotivo, pero el resto no suma demasiado. Y lo que gana por un lado lo pierde por el otro: están hablando entre ellos y no al público, y lo que dicen no sirve para ordenar o enmarcar la historia.
Dentro de las imágenes actuales, también hay otra parte, que son cosas que no entiendo. A veces son escenas casi de relleno (del mismo modo que en la parte de archivo también hay relleno, v. gr., las imágenes de los músicos yendo en auto a un recital), como la del comienzo, con una murga haciendo sus ruidos frente al lugar donde los invitados van llegando a la reunión. No sé qué quiere decir, y consume unos cuantos, demasiados, segundos. Salvo que quiera expresar por contraste la decadencia cultural acaecida en estos años, ahí bancaría (?). La escena del señor con el instrumento de percusión que tocan los bagualeros, o la de la persona andrógina al final, mientras suena un hit de la banda, eso tampoco lo entendí. Lo mismo la escena de Claudio barriendo la terraza de la casa/sala de ensayo.
Entre la gente que participa en la reunión hay personas que compartieron la época: Graciela Mescalina, Aranosky y otra gente que no reconocí, pero no sé hasta dónde tienen especialmente que ver con los Cornelio, salvo por la contemporaneidad. En cambio, no aparecen músicos de bandas que compartieron gigs con D.C. (Los Muertos, Los Guarros, Los Pillos). Cada uno de los invitados tiene su momento para hacer su numerito, como justificando por qué está ahí, pero no aportan demasiado para mí, salvo Graciela Mescalina, que canta una canción, que no sé cuál es ni por qué ni nada, pero la escuchás y decís "ah, sí". La mina canta, Claudio la acompaña con una especie de cajón peruano, y es de esos momentos en que algo sucede, algo que está bien. No tiene mucho que ver, pero se justifica porque está bien.
Una cosa que me llamó la atención fue el uso de un audio de Palo contando sobre la creación de Ella vendrá, que me sonaba conocido, y claro, está tomado de una entrevista que se puede ver en Youtube. Lo raro es que no aparece la imagen, como imagen de archivo ponele, ni dicen de dónde lo sacaron: sólo está la voz del chabón, sin más contexto. No sé si es una cuestión de derechos o qué.
Después, lógicamente, lo más emotivo, lo más impactante, es ver a Palo en escena otra vez. Volver a ver a la banda para quienes los vieron en los 80 o volver a ver Palo para quienes lo vimos durante los años posteriores. Lo curioso sobre el ítem recitales es que la reunión de Martínez fue totalmente omitida, no hay ni una imagen de ese show (y, por ende, ni una imagen mía en el público, ja).
Otra escena medio descolgada, pero que sí aporta, es el casamiento de Claudio: es algo más familiar, de la esfera íntima, pero al mismo tiempo tiene una trascendencia hacia lo general, porque toca la banda y también porque se puede ver que el vínculo entre los músicos trasciende por mucho lo profesional. Lo mismo vale para la escena de un ensayo, o una zapada, donde Varela toca algo más propio de King Size que de Cornelio, y me sorprendió para bien. Fue algo distinto y me gustó.
El ritmo de la película a veces se hace lento, a veces pensás "esto lo pusieron para sumar minutos"; de hecho, por la mitad se fueron varias personas del público, y hasta yo pensé en irme, pero, como siempre, en mi caso influyó sentir mi glucemia yéndose al descenso. Había veinticinco personas aproximadamente, de las cuales se fueron seis durante la proyección, y de esas veinticinco no sé cuántas eran público y cuántas eran de la organización o del lugar. Y yo pensaba "atrapame (atrapanos) con canciones, atrapame (atrapanos) con imágenes de los recitales, dale".
Otra cosa que me pareció fuera de lugar es que la película termine con Celebration, de Kool and the Gang, sobre imágenes del casamiento de Claudio, los asistentes haciendo trencito y cosas así. Terminá con un tema de Cornelio. Con dos temas de Cornelio en Medio Mundo, terminá arriba y dejame bien manija, la concha de la lora. Pero no.
En resumen, y como dije, de a ratos mejor, de a ratos peor. Lo mejor son las canciones… y cuando te enganchás con una canción la cortan antes de que termine. (No hubo público agitando ni gritando por Palo en esta función: yo en un momento pensé en gritar algo, pero no percibí que hubiera quórum).
Como sea, no pagaría por ver la película. Y no volvería a verla gratis, creo. Y no invitaría a alguien (si eso fuese posible, ja) aunque fuese gratis. Le doy 5 puntos. Porque soy fan. Lo cual no sé si hace la mirada más generosa con la puntuación o más exigente.

Lo no dicho sale (décadas después)

Cuando salís con alguien con quien no vas a coger –porque no te gusta, porque tiene 14 años, porque es una amiga, porque se revela un plomazo– no andás levantándote tipos enfrente de esa persona. Si aceptaste salir, o lo despachás o te lo fumás hasta que termine la velada. Salvo que tengas el elástico de la bombacha inconteniblemente flojo. Y que seas una irrespetuosa que se caga en los demás. Eso fuiste vos.