viernes, 24 de octubre de 2008

Ir a comprar

Hace unos años (¿10?, ¿12?) que esta expresión se emplea, cada vez más, en reemplazo de “ir a hacer las compras”, es decir, ir al mercado, al almacén, al súper, al autoservicio (otra palabra fosilizada, sustituida ahora por “el chino”).
Antes de esto, la omisión del objeto directo ponía a la frase en el terreno del sobreentendido: era prudente no decir qué se había ido a comprar aunque todos los que participábamos de la charla lo supiéramos. De hecho, las primeras veces que la escuché sin esa connotación, me sorprendió y me quedé mirando a ver qué pasaba.
Ahora, en cambio, cualquier vieja va a comprar.

(Mientras escribo, noto que la masificación del uso favorece la ambigüedad de la interpretación. Y presumo, entonces, que no es fortuita).

He’s an Arab

Our man in Buenos Aires, Fabián Doman, presentaba el enésimo programa sobre las elecciones en EE. UU. junto con dos figurones que no sé quiénes eran, una mina y un tipo.
En el instante del zapping en que pasé por allí muestran un video (que se encontrará en Youtube, pero no tengo tiempo de buscarlo) de un mitin republicano en el que una señora mayor toma el micrófono para preguntarle algo al candidato, lo cual parecería formar parte de la dinámica del acto. Y la vieja arranca con que no le cree a Obama, que no puede confiar en Obama porque “he’s an Arab” (sic). McCain, entonces, le quita el micrófono y le dice: “No, señora; no, señora: él no es eso”.
De vuelta en el estudio, el hombre de la Agencia y sus invitados especulan sobre la espontaneidad o no del hecho, y dan por cierto que fue una puesta en escena. Ahora bien: nadie dice nada del flagrante antisemitismo (versión antiarabismo) de la señora, y menos aun dicen algo sobre la respuesta de McCain, negando la supuesta condición de árabe de Obama. No le dijo: “Y si fuese árabe, ¿qué?”. Le dijo: “No es árabe”. Faltó que le dijera: “Tampoco es negro”.

Inflación

La otra vez (19 de julio) fui a comprar unos sánguches de miga a una confitería más o menos cerca de casa, donde se consiguen los más ricos que conozco por la zona. $ 1,80 cada uno de los más baratos (lechuga, tomate, salame, roquefort, aceitunas) y $ 2,00 los especiales (ananá, palmitos, anchoas).
Volví el sábado pasado, y están a $ 2,20 y $ 2,50 respectivamente… ¡Más del 22% de aumento en dos meses y medio! ¡25% de aumento en los más caros, que no los compro porque ya sé que escatiman ananá y le ponen un pedacito chiquito por acá, otro por allá, un tercero en el medio, y chau! (Ahí pierden con los de Coto).
¿No será demasiado?
Igual, cuando llegué a casa y me clavé los cuatro que me había comprado (dos de salame, uno de roque y el otro de aceitunas) con una lata chica de Quilmes, sentada en el piso, la espalda en la pared, aHHHHHHHHHHHHH!
(La verdad, los sentí más ricos que de costumbre).

Con ellos va a tener una vida mejor

Una de las formas de justificar la apropiación de bebés pobres por parte de las clases medias y altas (apropiación tan vigente y apenas difundida, en comparación con lo hecho por los militares) es decir “con ellos va a estar mejor, le van a poder dar una casa, educación, cariño, una vida mejor…”.
Todo eso debería poder dárselo la madre, si es que quiere tener a su hijo. Pero estos miserables (empezando por Cecilia Roth[enberg] y Pito Fáez) ven a los pobres como productores de hijos para los ricos, y a los hijos, como plusvalía.
Los que piensan así me dan mucho odio.

Una más de mis vecinos

La tarde del domingo del cambio de hora traté, vanamente, de dormir una siesta: a cada rato, a cada hora, voces metálicas y marciales se entrometían en mi sueño, y martillos neumáticos con forma de niños tañían el bombo de mi habitación.
Ese día fui un zombi, como tantos otros días que día a día pierdo.
El lunes a la mañana me despertaron sobresaltad –sí, el perro de mierda de la vecina de mierda–, y a la una de la tarde otra vez intenté dormir la siesta. Nuevamente fue en vano. Esta vez las voces eran aguardentosas, o chillonas, y los martillos neumáticos tenían forma de tacos. Tardé casi tres horas en dormirme, y luego de una hora y media me despertó el perro sorete ese, que tal vez se llame Cerbero. Y el resto del día, ahora mismo, sigo siendo un zombi soñolient y soporos.
En el desasosegado ínterin hasta que logré dormir esa horita y media, entre el repiqueteo de tacos y sus piques cortos, a la mucama de la vecina se le cayeron al menos tres cosas pesadas. Cuando se le cayó la última, la oí claramente decir “perdón”, y reconocí una media risa sardónica. Junto a ella, su conchuda explotadora coronó la ironía con una carcajada que haría parecer adorable y plácida la risa de Fernanda Iglesias.
Si dejo de postear por un tiempo es porque los cagué a tiros y estoy en cana, o porque tuve un infarto, o un derrame cerebral, debido al infinito estrés y al mal descanso.
Espero que sea lo primero.

Crónicas burreras (II)

Palermo. Otro domingo de febrero (¿el último?) del 86.
Perdedores de 3 años. 1100 metros. La lógica indica a Gaybito (Bortulé), pero el corazón dice Drap Baez (Topo), aquel que daba 43 en Palermo y entró segundo. Salen como bala, con el Drapier de Pascual y uno del ECP, o del Tori, con Laitán “up” peleando la punta, y Gaybito a cuerpo y medio. En los 500 se juntan los tres: por adentro, Sanguinetti; por el medio, Bortulé, y por afuera, Laitán. Hasta los 150 no se sacan ventajas; en los 100 renuncia el del Topo, que queda a medio cuerpo del de Laitán y del Gringo. Parece que definen estos, pero en los 50 el de Maldotti junior se queda, y, cuando los hinchas de Bortulé iban a las ventanillas, por adentro, “más veloz que la luz”, Drap Baez vuelve a la carga y en el último metro consigue quebrar a Gaybito. Después, E. T. daría doblete ganando por… el hocico, apilado en Chioggia.

La Tierra es el negro del mundo

What have they done to the Earth?
What have they done to our fair sister?
Ravaged and plundered and ripped her and bit her,
Stuck her with knives in the side of the dawn,
And tied her with fences and dragged her down…

La escalada tecnológica (me resisto a llamarla “progreso” y a hablar de “avances”) no puede ser infinita en cuanto se opera sobre entidades finitas.
No solo ya está fuera de la dimensión humana, sino que ha traspasado la natural. Y sus consecuencias –algunas admitidas, algunas previstas pero calladas (aún hoy, por ejemplo, salen algunos científicos, y la correspondiente nota en los medios, recomendando no usar “excesivamente” el teléfono celular porque se desconocen, o dicen desconocerse, las eventualidades de su uso intensivo), algunas imprevistas– también traspasarán la escala natural.

Un buen recuerdo de la fuck

No todo en mi xp en la Universidad BovinA fue deambular, invisible, y cruzarme con gente petulante.
Uno de los mejores momentos en ese lugar ocurrió una mañana en el aula grande del tercer piso. Esperábamos que la clase comenzara, o se reanudara, y, para mitigar el aburrimiento de la espera, despegué uno de los tantos volantes que había pegados con cinta scotch en la pared, junto a la puerta (sip, mi fobia hace que prefiera sentarme cerca de la puerta).
Las ventanas allí son de tres hojas y se abren girándolas sobre su eje longitudinal, de modo que completamente abiertas las hojas quedarían paralelas al suelo. Esa vez estaban abiertas a 45°, más o menos. Yo hice una pelota con el volante, la apreté bien, medí el lanzamiento desde mi pupitre (no podría precisar la distancia, pero calculo más de cinco metros) y clavé un triplazo que pasó limpito por el espacio que dejaban las hojas entreabiertas de la ventana.
Nadie lo vio, como casi nunca nadie me vio ahí adentro; pero tuve una íntima sensación de euforia que me llevó a repetir la operación. Despegué otro volante, le quité la cinta scotch, lo abollé, lo amasé, hice la mímica de picar la pelota contra el piso para medir bien el lanzamiento, y la bola volvió a caer al vacío sin siquiera rozar el marco de las hojas de la ventana.
Ahí fue cuando dejé la UBA y empecé a gestionar una beca en Duke.

Necesito to cry

A veces –¿cada vez más seguido?– tengo esa sensación de necesitar gritar, o llorar, como algo atascado en la garganta.
Pero no me sale, se me queda en el borde, como un estornudo que no se consuma, y al rato esa inminencia se disipa. Pero persiste en segundo plano.

Bue, el otro día grité cuando dormía.

Y a veces también tengo la sensación de necesitar agarrar un fierro y empezar a romper cosas, animales, personas.

Pa qué mierda me preguntaaaás????

Voy por una Almafuerte desierta y tenuemente soleada. Un tipo cincuentón viene medio dubitativo por la perpendicular, y me pregunta dónde queda el Churruca. Aunque no soy del barrio, mi GPS mental se ubica bastante rápido: sólo tiene la duda de cuál está primero, si el Penna o el Churruca. Le digo que vaya hasta Caseros y por esta hasta Pepirí, que yendo por esa calle lo va a encontrar.
En el acto me doy cuenta de que algo de mi explicación no le queda claro; entonces, lo intento de nuevo: le aclaro que Caseros es la primera y que no tendría que dar todo ese rodeo si no estuviera el obrador del subte. Ahí me parece que le resulté más convincente: me agradece, “no, de nada”, “chau”.
Unos metros más allá, quizá al cruzar la avenida, me doy vuelta… y lo veo al tipo hablando con otra persona. ¡La concha de la lora, pedazo de boludo! Sentí un poco de frustración ante la revelación de que mi esfuerzo y mi buena voluntad habían sido inútiles. En el puente de madera sobre la futura estación comencé a repasar mentalmente el diálogo, buscando encontrar la falla en la comunicación. ¿Tuve poca convicción, poca explicitud? ¿No se lo expliqué bien pese a tenerlo bastante claro en mi cabeza? ¿Y si sólo creía tenerlo claro, pero lo mandé a cualquier lado? No; muy lejos no lo mandé: tal vez hubiera un camino más corto sin ir hasta Caseros, pero entonces sí mi indicación habría sido confusa porque no sé qué calles están cortadas.
Seguí con eso en la mente hasta que una nueva vicisitud urbana le puso un “clear”. No recuerdo si fue una persona igual a mí tirada junto a la puerta de un bar, o un perro con la cola peluda, o la pelea entre un tahúr (y su séquito) y su víctima (y su mujer embarazada) en Sáenz, ¡guarda que le pega con el cajón!, o un Puma en la 42.
Cuando llegué a casa, la Filcar me hizo recordar la situación desde el estante y, tras una breve búsqueda, me confirmó que mi indicación era correcta. En ese momento se me ocurrió pensar que tal vez el tipo quisiera una segunda opinión, pero rápidamente deseché la idea: demasiado sofisticada.
Y entonces resurgió la primera reacción, la que me sobrevino cuando giré la cabeza para ver si iba bien encaminado: ¿para qué mierda me preguntás, boludo, si no me vas a creer, si no te resulto creíble? Tras que me siento mal, me obligás a hablar, a pensar, a ser cordial, a tratar de ser claro, a empatizar y darme cuenta de que no te cierra mi explicación y, por lo tanto, a reformularla, y aun así no entendés… La falla en la comunicación existió porque sos un boludo que ni siquiera repregunta si algo no le queda claro.
Hay una cosa del orden de la subestimación ahí, que te la podés meter bien en el culo, y después andate a la concha de tu madre, seguro que alguien mejor vestido te es más creíble.
Y encima sos amigo de la yuta…

Más recuerdos de la fuck

Cuando la novedad fue decreciendo y empezamos a reconocer caras y espacios en ese lugar, comenzó a llamarnos la atención ese chabón que se sentaba al margen, sin tomar apuntes y sin integrarse con nosotros, con el resto de los alumnos.
Antes o después de la clase, solía charlar con los profesores, ya fuesen los titulares o los ayudantes que daban los prácticos, intercambiando citas y acaparándolos de modo que tuviésemos que esperar si queríamos consultar una novatada sobre béber o emil durkéim.
No recuerdo cómo, pero el tiempo nos hizo saber su nombre, Justo Ibarra, y que era un alumno adelantado. Una vez, una cátedra nos dio un cuestionario donde, entre otras cosas, nos preguntaban si profesábamos alguna religión, y, en ese caso, cuál. Yo contesté que era una pregunta propia de regímenes totalitarios, y clases después escuché al que daba el práctico, el prof. Tragedia, comentar mi respuesta con Justo I., burlándose de ella. “¿Todo lo respondió así?”. “No, solo esa pregunta”.
Era el prototipo del engreído desdeñoso estudiante aventajado que ninguneaba a los demás, exhibiendo familiaridad y confianza en el trato con la Cátedra, y así se ganó un lugar en mi memoria, junto a otros seres también repugnantes con los que tuve la desdicha de cruzarme en esas habitaciones reconvertidas en aulas.
Entre los inadaptados con los que nos dábamos bola, aventurábamos que en dos años se recibía, en cinco era titular de cátedra y en diez, decano. A decano no llegó por haberse dedicado a actividades más rentables: Google me devuelve su nombre completo, Juan Justo Ibarra, en una búsqueda sobre otro asunto. Y hurgando apenas nos enteramos de que se recibió recién en 2002, que luego hizo un máster en Tres de Febrero, que sólo comenzó a trabajar después de recibirse y que exhibe un orgulloso palmarés en campos como el análisis estadístico, la inteligencia empresarial, el diseño de muestras y la consultoría en “webanalytics”. Y que integra el grupo Palermo Valley. Con gente como él, seguro.

jueves, 23 de octubre de 2008

¡Una bomba!

Parece un restorán improvisado: las mesas están dispuestas al aire libre en lo que sería un estacionamiento. Es de noche y –lo noto ahora– no hay viento, porque los manteles no se mueven. Yo estoy más o menos por el medio del recinto. De pronto se oyen gritos que vienen desde la vereda: alguien habla de una bomba. Cerca de la pared de ladrillos blanqueados donde está la entrada, una mujer, que se llama Hebe y parece ser del lugar, agita y dice “que la tiren”, “que la tiren”.
Yo ya estoy cerca de la puerta, y veo que no es una bomba, sino una granada. Alguien la abaraja, pero no la puede controlar: la pasa de una mano a la otra como un jabón rebelde bajo la ducha. Finalmente logra lanzarla lejos, a una mesa individual que está ocupada, aunque no distingo al comensal. Veo el resplandor del estallido, y antes de oír la explosión me despierto: no es un “buuuummmm”, sino un “guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau”.

Crónicas burreras

San Isidro. Domingo 22 de septiembre de 1985.
Ganadores de tres y cuatro, de cuatro años, se enfrentan a lo largo de 1600 metros. Es fija Courchevel (57, Laitán) y enemigo Marble Arch (Ararás, Pascual, Valdi, 54 kilos). En los 1000 domina el Treviglio, pero en los 800 aparece el hijo de El Virtuoso, y, hasta la raya, es un festival. Al entrar a la recta, no se sacan ventajas; por los 450 Courchevel saca medio cuerpo: la carrera parecía definida. A la altura de los 300, Valdi le pide el resto a Marble Arch y empieza a descontar; en los 200 están iguales; en los 100 se insinúa el del Ararás. En los 50 ya sacó medio cuerpo. Los fanas de Valdi sacan cuentas, pero Laitán no se da por vencido, mas no alcanza: en el disco, pescuezo para el pupilo de Pascual. ¿El tercero? A varios. Valdi y Rubén, virtuosos.

jueves, 9 de octubre de 2008

Niño buscando comunicación

El pibe estaba junto a los barrotes verticales que separan la vereda del espacio descubierto del jardín. No sé si interpelaba a cada transeúnte, pero, cuando pasé junto a él, me dijo “hola”, o algo así. Le contesté –tal vez un “hola, ¿cómo estás?”–, y al toque estábamos charlando. Al fondo se veía a sus compañeritos, jugando ante la mirada persuasiva de las seños; creo que había un tobogán, u otras cosas de colores previsiblemente intensos.
Me preguntó si “¿sos papá?”, y le dije que no con una media carcajada que significa “dios me libre” o “nada más lejos de mí”. No sé si quería saber si yo tenía hijos o si era el padre de uno de sus compañeros. Como fuere, apelaba a las pocas categorías que conocía para llevar adelante el diálogo. Y yo, que no tengo nada de feeling con los chicos (ni con los adultos), traté de darle, con la mayor naturalidad posible, lo que entendí que buscaba.
Una neurona se me encendió, y le pregunté el nombre: Gonzalo. Algo más habremos hablado, y, cuando los temas se agotaban sin que otro se desprendiera de ellos, quitándole cohesión a la conversa y haciéndola avanzar a remezones, cuando veía languidecer la charla sin que se me ocurriera cómo seguirla o cómo cortarla sin brusquedad, apareció la maestra jardinera: lo alzó tomándolo de los flancos, debajo de las axilas, y, procediendo como si yo no existiese, le dijo “vamos” y se lo llevó.
Entonces me despedí, nombrándolo fuerte y claramente para que registrara que lo había registrado: “¡Chau, Gonzalo!”. Y él, ya sin verme, con los pies en el aire, me dijo “chau”.
La chica esta habrá estudiado, y le gustarán los chicos, y todo lo que quieras, pero no pudo salirse de su libreto, y no creo que se haya dado cuenta de lo que el pendejo estaba buscando.

Los Kids in the Hall

Ayer me acordaba de esta troupe canadiense, y noté que hace mucho que no los repiten en ningún canal de cable.
Ya sé, seguro que están en Youtube, pero, sepan comprender, tal vez se trate de mi edad, para mí la tele se ve en la tele.
Frases inolvidables:
I’m the Poo guy! I’m the Poo guy!
Jim Fucking Morrison told me!
Teeeeth!

P. S.: Escribiendo esto recuerdo que tenía una profesora en la fuckultad que parecía Scott Thompson caracterizado…

¿A dónde iría?

Arrugué el paquete de galletitas para dejar de ser invisible. Y funcionó.
La mujer –más bien pobre, en mi prejuicio– que en la calzada seguramente esperaba que del túnel saliera un colectivo giró la cabeza hacia la fuente del sonido.
Simulé no reparar en ella y arqueé marcadamente el torso para que viera que sólo buscaba ver si aparecía un auto; pero registré toda la escena con mi visión periférica.
Ahora supongo que era una mucama que había terminado su jornada. En la cuadra siguiente se me cruzó pensar a qué lugar de ese manchón oscuro y chato en el que estábamos iría. Conozco esa zona hasta unos límites que están muy cerca, pero teniendo en cuenta que llevaba cincuenta cuadras caminando, ninguno de los destinos del colectivo me parecía lejos.

Analistas políticos

“El oficialismo, tal vez, no tenga escollos insalvables en el Senado para sancionar las retenciones”, pronosticaba Eduardo van der Kooy en su página dominical de Clarín el 13 de julio. Y lo reafirmaba: “El problema en el Senado no son, al parecer, los números. Sucede, en cambio, que en ese ámbito asoman varios de los representantes que simbolizan la fragmentación que se está advirtiendo en el peronismo”.
Como siempre es conveniente dejar un paraguas abierto, aunque sea meramente retórico, se cubría una vez más: “La artillería oficial cesó la última semana contra Julio Cobos. El vicepresidente, salvo un imprevisto, no tendrá que afrontar con su voto un hipotético desempate en el Senado”.
Luego, se sumaba a pegarle al tantas veces renunciado Moreno (“El secretario de Comercio Interior fue enviado al Senado como expositor sobre el plan de retenciones. Se comportó como un ministro todopoderoso y desenrolló principios económicos acordes a los años 40. No fue bueno ni malo: fue desopilante”), pero consideraba un hecho el triunfo del oficialismo: “Existe otro sentido incomprensible para los Kirchner. Esa victoria política que anhelan está en la puerta, aunque esa proximidad no denota ninguna solución definitiva para el conflicto con el campo”.
Después, se me hace difícil entenderlo: “El Senado constituye también la apuesta postrera de la oposición y del campo. Eso explicaría la decisión inopinada de volver a los libretos iniciales del conflicto, regado de actos y chacareros en las rutas”. Al respecto, comenta que “habrá que convenir que en la dinámica final de las entidades rurales terminó incidiendo bastante la líder de la Coalición Cívica. Demuestra saber más de política que de campo: por eso convenció a los dirigentes agrarios [de] que sólo un enorme despliegue popular podría torcer la tendencia favorable en el Senado”. [La negrita es de Van der Kooy, al igual que el sonoro caso de queísmo].
Al final, no sé si es una crítica o un elogio (bueno, inopinada no es una palabra que se use favorablemente… y tal vez tampoco la use apropiadamente); pero, sin duda, la movilización opositora fue clave, y Carrió fue quien más la motorizó desde el discurso.
En esa misma edición, quien firma Alfredo Gutiérrez daba un resultado parcial de 35 a 30, y pronosticaba que, de los siete indecisos, cuatro votarían a favor del gobierno, en consonancia con los números que manejaba Alberto Fernández: 38 de mínima, 42 de máxima.
Tanta especulación, tanto análisis, tanto tiempo y tanta tinta para que todo sume ruido y se revele igual de vano y prescindible que los comentarios previos de los partidos de fútbol.

Yo lo intenté (II)

20 minutos. Manda SMS de keruza.
Se escucha a un oficinista separado en el cubículo de al lado.
Hablo del pánico de mi viejo -> miedo a quedarse solo/miedo a quedarse en el lugar de la casa donde tuvo el accidente.
“¿Será hereditario?”. “Contame, después te digo”. No dijo nada.
“Trato de no acordarme” de cómo fue mi problema. “Cuando te sientas cómodo”.
Aquel niño en la calle: desesperación y desamparo. “Desesperación y desamparo”, repite.
Otra vez 20’, pero más fructíferos; sin embargo, nada en claro.

Necesito descansarme

Quiero dormir doce horas seguidas por doce días seguidos.
Y, a continuación, quiero dormir once horas seguidas por once días seguidos.
Y luego, diez horas seguidas por diez días seguidos.
Después, quiero dormir lo que mi cuerpo solía pedirme para estar fresc@ y pilas, alrededor de nueve horas diarias, yéndome a dormir sin tomar pastillas y sin temer despertarme sobresaltad@ por los ruidos de los invasores que me rodean, sin que meterme en la cama y apagar la luz sea la antesala de la cámara de torturas, sin que sea la continuidad de la tortura. Sin tener que decir, o pensar, “mañana, dentro de un rato, otra vez lo mismo”.
En ese lapso, además de ponerme 0 a 0 con mi sueño atrasado, supongo que habré purgado todas las sustancias tóxicas que produce mi cuerpo debido a esta situación, y también las que le incorporo para sobrellevar aquellas.