domingo, 25 de julio de 2021

Nunca más

El sendero por donde caminamos se angostó mucho más de lo que debería haberlo hecho por el mero paso del tiempo en este último año y medio. Estamos todos con una conciencia de la finitud mucho mayor, como atravesando un campo minado. Yo más, porque no sé si pronto recordaré esta época de visitar frecuente y vanamente a la doctora Siete Minutos como el comienzo de algo que no quiero decir qué puede llegar a ser.
Para sobrellevar esta vida en modo postergación, algunos se inventan la ilusión de una normalidad más o menos cercana con la vacuna, aunque sea con la primera dosis (porque acá compramos la vacuna de dos dosis…; y, encima, la que tiene una segunda dosis más difícil de producir) o mirando las estadísticas que muestran la baja mortalidad del virus chino. O cultivan fetiches como el de lavar con alcohol cada paquete de las compras o el de pasar el trapo húmedo de lavandina en el piso, o lo que sea.
Cada uno, muy razonablemente, se crea su propia zanahoria que le sirva como objetivo o, al menos, como estímulo. Sin embargo, hay cosas incluidas en esa fantasía que ya no van a ser. No sabemos cuándo podremos volver a la normalidad de los recitales, pero, cuando suceda, hay dos personas que ya no van a tocar. Los dos últimos shows a los que fui eran de gente a la que no voy a poder ver más, que no está más acá.
No va a haber más recitales de Sué Mon Mont, no va a haber besos en recitales de Sué Mon Mont (y, como nunca los hubo para mí, tampoco va a haber la ilusión renovada de que pudiera llegar a haberlos). No va a haber más recitales de Palo, no va a haber planes de cruzar media ciudad o medio conurbano para ir a verlo (hace mucho que no existe la ilusión de ir con alguien).
Con Palo se fue un pedazo de nuestras vidas, no solo de la vida que vivimos, sino de aquella con la que podríamos soñar. Por lo que vi en redes sociales, la mayoría de la gente que lo llora lo descubrió con Los Visitantes, que sonaban mucho en la radio a mediados de los 90: gente que hace poco inauguró el 4 adelante en su edad. En mi caso, y a diferencia de ellos, no es la banda de sonido de la adolescencia, sino música que me acompañó todo el tiempo, que me siguió gustando de grande, y que, además, pude compartir en vivo con alguna persona, lo cual me resulta especialmente significativo dadas mis dificultades para la sociabilidad (?).
Igual, tampoco quiero abundar en historias personales tan solipsistas como todo lo que digo siempre: para historias personales con link en el afuera hay un bonito texto de Helena P.B.
Al pasar, y sin que sea una militancia de nada, sino apenas la observación de algo evidente que, sin embargo, los medios adoradores del obituario callan, quiero decir que Palo se murió como dicen los conspiranoicos (?) que se muere la gente vacunada. Igual, digamos todo, no es una mala muerte: te apagan el interruptor y chau. (Igual, ya lo dijo en 1992: “En el río de asfalto muere la gente”).
Tal vez una nueva zanahoria para agarrarnos al futuro podría ser pensar una banda de post punk pandémico, o de punk post pandémico, que se llame Grafenados.
No sé dónde escuché que por cada rockero que muere nace un trapero: ¿quién, ahora, rockero o trapero, haría a los veintidós años una canción no elitista no onanista sobre una película de Wajda? Como sea, cada vez quedan menos lazos, y la intuición de que no habrá otros nuevos que nos sostengan o nos mantengan en contacto. Quizá vaya siendo hora de empezar a pensar seriamente en nuestra muerte en lugar de lamentar tanto las ajenas.
Esta lista de videos no es un regodeo necrofílico, es la actualización de una lista que tenía para mí. Pensaba que era para matizar el mientras tanto, pero de pronto es todo lo que tenemos y lo único que nos va a quedar, la dopamina adulterada del recuerdo del recuerdo.

Unos nenes de 22 años en lo de Badía

Un año después (sí, así empieza)

Realmente

Los Visitantes, 1993 (show completo)

Guerra tras guerra (en La Trastienda, sonido horrible)

En el Parque Lillo de Necochea (solo audio, gran sonido)

Un cover de Sumo by Los Visitantes

Los Visitantes en el Canal de la Música, 1997

Solista, con un raro peinado nuevo en Much Music

El Palo Tanguero haciendo Naranjo en flor

Gusanos esperan gozar con tu encuentro

Tabernero

Turbias golondrinas

Luminoso y eterno

Con la Fernández Fierro

Tinta roja (2020: si no se moría, iba derechito a ser el nuevo Goyeneche)

Volviendo al rock, un video en el Roca

Te quiero llevar (en Music Country)

Solo set en Estudio Abierto

Sangre, en lo de Fantino, demudando a los caretas

Tapa de los sesos

Botes quebrados en el Tasso

Punk con la acústica

Parado ahí

Que se abra

Antojo

En Santana de Ramos, un show donde estuvieron presentes dos lectores de este blog, que fueron cada un@ por su lado

Tanta trampa, de la misma noche

A través de los sueños, las nenas, siete vidas, en San Telmo

El ente, en Lanús, donde doblaba el 165

La balada de los tres ahorcados, esa noche de diciembre en el CAFF que hacía tanto calor

Exodo, de la misma noche

Otra de esa noche, la polémica versión de Karma Police

A este show no fui, dejo el link porque la versión del 26.9.09 no está en la web (pero en mi memoria, siempre)

Hard rock con bandoneón

La humildad de tocar con una banda local en San Martín de los Andes

Aquella noche de Martínez: El rosario en el muro

Aquella noche de Martínez: Visores y Tazas…

Aquella noche de Martínez: Soy el visitante

Aquella noche de Martínez: Ella vendrá

De la mano te quiero llevar

Karma Police y Catarata de amor, locura

Con BBK en una estación del Sarmiento

El sol

A cada persona se mide por el tamaño de su corazón

Jane Fonda y Jon Voight

En el río de asfalto muere la gente

El leñador en una radio barrial

Otro gris atardecer

Tazas en Santana, más acá en el tiempo, con dos eléctricas

Un cachito de Bi bap um dera en Niceto

Un show entero en ¿Benito Juárez?, formato trío

La última vez que fui a verlo

Popurrí de “Patria o muerte” con la acústica (!), un show durante la cuarentena

Córdoba 2021, show completo, solo set

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Algunos más que subieron a la web luego de que publicara el post (segunda addenda):

Hacenos bailar, Palo… Los Visitantes en Cemento, 1992

Los Visitantes en la calle… Alberdi casi Lacarra

Los Visitantes en el Nuevo Rock Argentino – Córdoba, 1993

Catarata de amor, con la acústica en un radio de Córdoba, 1993

Los Visitantes en Much Acústico, 1994

Los Visitantes, acústico en Rock de Acá (FM Rock and Pop, 1994)

Un Auto Unión acústico en Music 21 (!)

Los Visitantes casi Don Cornelio: Tazas…, grabación encontrada de 1998 con el gordo Claudio en batería

Te quiero llevar, Cosquín Rock 2001

Tremendísima versión de Virgen en Music Country

­­A desalambrar (y sí, era octubre de 2001)

­­Chiquillada, más acá en el tiempo

­­A través de los sueños, Comodoro Rivadavia, 2006

­­El enviado, el chimango, la soledad, solo set en Olavarría

­­En una fiesta de casamiento (!!)

­­Sangre, con Jake, el violinista yanki, 2009

­­Otra Sangre, en Zapala, verano 2010, con un público que se sabía toda la letra

­­Las nenas, Jujuy, 2010

­­Tazas, enfrente del Spinetto, esa noche que no entramos

­­Estaré en un asado, con músicos de Azul

Aquella noche de Martínez: El ente

Un tema de Desequilibrio en Olavarría, 2011 (5 views al momento de escribir esto)

­­A través de los sueños en el Senado. Si mirás bien, capaz me ves.

Bi bap um dera a dos acústicas, Mendoza, 2012

Las chicas alegría

Cómo me gustan los videos donde se ve gente saltando y bailando

Antojo, con público en el escenario, casi como aquel show de Los Visitantes en CM

Madre computadora

2014, La Hermandad en “Música Circular”, una producción del ministerio de Planificación (?), cuarenta minutos, re buen sonido

Palo y los Gorriones en La Plata 2014 tocando Playas…

Cabeza de platino en una radio de Boedo

Un reflejo, en el Recoleta, verano del 18, ¿cómo no me enteré? (dos cámaras, excelente sonido)

Karma Police en una librería de Sarmiento (Chubut), 2018.

Canción cántaro, desde otra perspectiva.

Paloma (y gran parte del show en la lista de reproducción) en Trelew, 2019

A través de los sueños, 2019. Otra producción muy pro, extático close up

Más cuarentena, tres temas, con la cámara “acá”, para ver todos los acordes

Todos los tangos, 2020

Con distanciamiento social (?) en la plaza de atrás de la estación…, ¿¡cómo me lo perdí!?

Solo set en Agua de Oro (Córdoba), verano de 2021, un público muy encendido

En la terraza de Niceto, 17/6/21

miércoles, 21 de julio de 2021

Comunicación primitiva

Quizá esto haya comenzado viendo llorar a una criatura en la calle y tratando de interrumpir la tormenta que enrojece su cara con un contacto visual –furtivo, para que la persona a cargo no la psicopateara con un “mirá cómo te miran por llorar así”–, cambiándola no sé si por una sonrisa, al menos por un mínimo hiato en el flujo de angustia y sufrimiento que se expande hasta mí. No con una sonrisa, porque no encaja en la situación, más bien con un gesto de “qué le vamos a hacer”, algo que me parezca apropiado para descolocar esa dinámica y presentarle otro mundo, aunque no sea por más de los dos segundos que dure el encuentro de miradas.
O quizá no, quizá la primera vez haya sucedido menos deliberadamente, con un bebé a upa de un mayor que camina delante mío y lo lleva de espaldas o de costado al sentido de sus pasos. Al girar el crío su cabeza hacia atrás las miradas se encuentran, le hago una sonrisa y me la devuelve, y me alegra el momento. El resto ya lo sabemos: yo siempre repito lo que funcionó una vez.
Ahora ya sé que es deliberado y consciente, que soy yo quien suele buscar miradas. A veces me las reciprocan, la mirada y la sonrisa (y puedo producir una fugaz pero perceptible cantidad de dopamina), a veces solo devuelven la mirada y me observan desde su cochecito con cara de “qué me mirás”, a veces ni eso.
Últimamente me pasa también con los perros. Busco instintivamente sus ojos, pero sus respuestas siempre son hostiles. Con los gatos viene de antes, porque apoyo la mirada con mis maullidos –yo maúllo muy bien–, y a veces me miran, o mueven las orejas tratando de identificar el origen del sonido. Algunos incluso se acercan, y hasta me usan la pierna de rascador o dialogamos un poquito por fonética, aunque el límite de la comunicación está siempre ahí, presto para que nos choquemos con él. Con ellos me permito detenerme y acercarme en busca de su cercanía física, aunque, como la sonora, esta comunicación también tiene el límite pronto: no los voy a tocar.
Un par de años atrás le di charla a un gato chiquito, negro y blanco, que se cruzó en mi camino una mañana de verano, cuando el sol ya está alto y la gente todavía no salió masivamente a la calle. Se lo veía muy asustado y yo trataba de darle tranquilidad maullando y ronroneando. Recuerdo que no solo me detuve, sino que me acerqué y, mientras él dudaba entre salir corriendo y quedarse conmigo, me acuclillé cerca suyo, como para decirle “eh, amigo, tranquilo, everything's gonna be alright”. Hasta que entendí que su miedo lo iba a ayudar a la supervivencia mucho más que yo y mis intentos de comunicación.
 Hace poco pasé por el local frente al hospital Francés donde antes funcionaba una farmacia y ahora había varias personas acondicionándolo para su nuevo destino. Junto con ellas había una nena de unos seis años, que tal vez me estuviera mirando de antes, mientras yo cruzaba la calle. Cuando el movimiento de mi cabeza la introdujo en mi campo visual, mi mirada se encontró con la suya y le sonreí, tal vez una versión propia del “qué me mirás”. Ella, desde el otro lado de la vidriera, me devolvió la sonrisa y me permitió tener una descarga intensa de dopamina y la certeza de que alguna forma de comunicación, aunque sea primitiva y fugaz, puedo sostener.
Buenísimo, puedo emitir signos vitales y alguien puede percibirlos, y puedo percibir que los perciben. Pero no alcanza, no me alcanza. Es como encontrar monedas en la calle, me alegra el instante, pero no puedo vivir con esos ingresos. El problema es que son los únicos que puedo tener… Cuando llego a casa después de salir a caminar setenta cuadras y me doy cuenta de que nadie me miró, cuando me doy cuenta mientras está sucediendo, cuando anoto en mi cuaderno los centavos que pudiera haber encontrado en la calle, cuando hago la lista mental de la cantidad de personas con las que hablé en los últimos días, me acuerdo de eso que me reveló la experiencia hace tiempo: mi capacidad de generar cariño es similar a mi capacidad de ingresos. Nula.

Clínica de obra (II)

Cuando uno entabla relaciones con personas manipuladoras, en general no lo sabe de antemano. Entonces, va dejando pasar las que después entiende que eran las primeras señales. Especialmente si esa relación es profesional y, por lo tanto, muy asimétrica: el escritor premiado y asesor editorial (sic) por un lado, alguien ignoto del otro. “Será así”, “capaz no es para tanto”, “es el precio por tener otra mirada sobre lo que escribo”, piensa uno, y sigue adelante con la comunicación, que, al ser virtual y por escrito, carece de gestualidad, de tono y de una percepción de la energía que sirvan como alertas.
Más difícil es darse cuenta si no tenés a casi nadie con quién hablar de lo que pasa: la falta de referencias nubla todo por más tiempo. Si esto sucede en un ámbito donde no hay testigos, no en un taller o una clínica grupal, sino en una relación uno a uno encerrada en Google Drive, estamos en el terreno favorito del manipulador, un micromundo cerrado hasta la asfixia emocional.
Hasta que se acumula un número indeterminado de cosas que hacen ruido, y al final uno piensa “che, esto no debería ser así, no da que esto sea así”, hasta que la única persona a la que tuve oportunidad de comentarle algo me respondió “nadie que diga eso puede pretender que se lo escuche”, es decir, que se lo tome en serio. Hasta que te cae la ficha de que estás tratando con un enfermo.
Y el psicópata de manual te psicopatea. El problema es mío, de mi forma de interactuar. La persona agresiva soy yo: no el que descalifica cada cosa que digo, no el que ningunea lo que escribo, no el que me pone en un lugar infantil cuando dice que tengo que dejar de lado los caprichos y no hacer berrinches, no el que me culpa de lo que pasa y responde agresivamente a mis limitaciones, no el que se dirige a los participantes del taller con el nombre de un insecto.
Aunque, igual que en el meme del hombre araña, terminamos los dos señalando al otro, y no hay nadie para desempatar: a nadie le interesaría leer todos los mails para ver qué pasó. Pero como el triunfo del manipulador es el encierro, saco de ese lugar nuestro intercambio para que la luz sane.

Al principio, estaba todo bien. Leyó lo que le mandé, me aceptó en su clínica, me dio “media beca” (aunque el flyer decía beca completa) y en su primera devolución escribe: Hay poemas casi logrados en su totalidad, lo que le falta para redondear aparece dentro del mismo poema pero de otra forma. Eso es muy bueno para vos, muy alentador.
Después, lo que escribí no alcanza (¿Cómo puede ser que hayan bandas, instrumentos y no se sienta la música? Otra cosa, lo más duro del combate son las formas facazos y combate, no se siente el clima; ni un clima se siente. Le falta un ritmo al poema, intuyo que se lo das vos leyendo. Con eso no alcanza. Lo más claro del poema es que va a tocar una banda y no tenés con quién ir: ¿cómo se une con todo lo otro? Lo más claro en esa unión es la trompeta… entonces ¿por qué todo lo otro?) o directamente no es un poema: Te lo comenté. Falta el poema, la idea está.
Releo y sigo sin saber cómo se responde ese “¿por qué todo lo otro?”. Releo y encuentro ese “falta el poema”, que no había quedado registrado por mi memoria, y se me representa la imagen del jefe que verduguea a sus empleados. No hay ninguneo más grande que decir que lo que es y está  delante de los ojos no es: exactamente eso hace este sorete. Releo y veo la mitad de los versos resaltados en el color verde que significa aprobación, y ni uno con colores de desaprobación. Pero “falta el poema” (?).
Más adelante, aparece el hit, la comparación con una lista de supermercado: De nuevo la dificultad que noto es la enumeración y la descripción como fórmula autosuficiente. Enumerar, se enumera hasta en la lista del super. Describir se describe hasta en los volantes que te entregaban antes en las calles. Ponele que para el chabón la descripción y la enumeración no son poesía, okey. Alcanza con poner el punto final junto a la palabra “autosuficiente”. Pero no, necesita regodearse en palabras despectivas, es una pulsión incontrolable.
Este par esquizofrénico es genial: primero yo intuyo alguien que escribe con cierta conciencia del acto, quiere decir que te lo tomás en serio, que no lo hacés de recreación sino de emoción, de conmoción real; más tarde esta escritura tiene que ver con tus tipos de lecturas (olfateo guiños y homenajes a Casas); yo hablo de articular con el acontecimiento, este tipo de escritura lo ignora; escribe como quien fuma, por costumbre, por hábito.
(Decir que ignoro el acontecimiento es de una pelotudez supina, es lo único que tienen esos textos, el acontecimiento, el intento de traerlo de nuevo mediante palabras, ya que de otra forma no se puede. Y no olfatea un carajo lo de Casas: se lo dije yo).
En un momento arranca con un tono que resuena similar a los gritos del médico que me echó de la guardia del hospital público aquel domingo que consulté con una costilla tal vez rota. ¿Para qué hacés una clínica de obra si no querés tocar nada de la obra? Editá y listo. Publicá dónde sea, cómo sea y listo. (…). ¿A qué venís a una clínica si no querés re-pensar tus posibilidades con la escritura en lo más mínimo? Igual, no puedo hablar mucho de cómo resuena porque tampoco vamos a trabajar en los “no” que vos entiendas porque eso se hace en Terapia y esto no es un diván. De lo que sí puedo hablar, y se lo dije, es sobre la falsedad de su afirmación: “no quiero cambiar nada”, pero de siete textos hice modificaciones en seis…
Después, pasamos a la culpabilización: lo de mis caprichos, lo de mis berrinches, más vale no toques el texto si vas a hacer eso. Perdés tiempo vos y me hacés perder tiempo a mí. Para relucir caprichos jugamos a otras cosas, más vale. Litvinova no me dijo cosas así sobre cómo hacer cambios en los textos, y en uno hice  pequeñas modificaciones en las que no tenía mucha confianza. Le gustaron y llevamos un texto para el lado de los buenos. Con este tipo eso no se puede.
En el medio de todo, empieza a hacerse el picante por internet, diciendo cosas que me gustaría saber si es tan bravo como para decirlas cara a cara: No entiendo el porqué venís a una clínica de obra a retobarte. Y sigue culpabilizándome: Yo te di una posibilidad y te seleccioné excluyendo a otrxs postulantes. Por lo menos valorá el gesto y victimizándonse: Si vos querés que descarte poemas o partes de poemas me tratás como a un servicio de recolección de residuos. No podemos trabajar así.
Todo escala rápidamente y ahora llega al nivel personal: dice que lo agredí varias veces. Me agrediste. Varias veces. No lo merezco. Si es tu forma de interactuar, no soy una interlocutora válida. El tarado entiende por agresión esto: “En una clínica me dijeron que efectivamente hay mucho de narración y de descripción en mis poemas. Y también que no me pelee con eso, con lo que soy. Y aunque quiera pelearme, no me sale, no sé generar algo por fuera de ciertas estructuras”.
Y la clínica se termina en la mitad del tiempo previsto, justo cuando se acaba la media beca (¡qué casualidad!), con la última apuesta al micromundo: Estás haciendo una clínica con alguien que ni siquiera te pidió que leyeras algo de su obra y a quien además le largás todos tus prejuicios (y te responde bien) sin conocer mínimo cómo piensa o a qué se dedica. Ponelo en el valor que se merece.
¿El pelotudo este sabrá que de las otras tres personas con las que hice clínica ni una me pidió que leyera su obra? El pelotudo este no sabe, porque no llegué a decírselo, que con ninguna de esas tres personas tuve problemas, ni siquiera con la señora que, como el tío del pato Donald, tiene tatuado el signo pesos en los ojos. Habría que ver si él puede decir lo mismo, habría que ver por qué en las instrucciones de su clínica decía que no había que tomarse las críticas a título personal.
Estas son las que me acuerdo, seguro hay más, seguro otra mirada descubriría más. Como hubo más que, para preservarme emocionalmente, no había leído antes de responderle el último mail y que descubrí buscando una cita textual: si lo hubiera leído antes, ese mail no habría sido todo lo componedor que intentó ser. (Como hubo más que descubro ahora y que renuevan mis ganas de cagarlo a trompadas).
 
Pudo ser peor. Pudo ser por plata, pudo ser la primera persona profesional a la que le mostrara mis textos. Es un alivio insuficiente. Logré inflarme como un erizo y decirle “qué bueno que no fuiste el primero al que le mostraba esto porque dejaba de escribir en el acto”, pero de todos modos medio que dejé de escribir. Algo se rompió. No las ganas, que las tengo, pero cierta conexión con este asunto, cierta confianza, aparte de que me llenó de miedo a mostrarle esto a otra gente. La frase “no soy recolector de residuos”, además de llamar basura a lo que escribo, me desconcierta porque yo a otra gente le propondría eso, decime cuál si y cuál no: estamos viendo eso, no me parece descabellado. Y, más allá de sus formas totalmente enfermas, hay un punto donde coincide con los demás: lo mío no mueve el amperímetro.
Ojalá no dañe más a nadie, ojalá yo pudiera alertar sobre este tipo a alguien que esté por pagarle, ojalá nadie le pague por sus servicios de mierda, ojalá no pueda robar más con esto –porque, además, cobra caro– y tenga que salir a laburar. Ojalá la vida se encargue de él.
Supongo que necesitaba cerrar esto de algún modo, y, como casi siempre, no encontré otra forma que hacerlo aquí. Ahora hay que limpiar esta energía negra, desinfectar y encapsularla en un sarcófago antirradiación.

viernes, 2 de julio de 2021

De memoria

Acaba de reeditarse un libro sobre los Redondos cuya autoría corresponde a un par de periodistas, que, cual youtubers extranjeros reaccionando a canciones, siguen la veta ricotera que los lleva a superar la media de la repercusión. Me enteré en la web de Página, donde una nota dice que esta “edición corregida y aumentada incluye un prólogo –el orgullo del libro, según sus autores– en el que Mariana Enriquez asegura que cada generación tuvo y tiene su propia versión del grupo”.
En el prólogo, que se reproduce en la nota, Enriquez manda fruta traicionada por su memoria y sin haberse tomado el laburo de chequear. Y ninguno de los autores, periodistas especialistas e investigadores, se dio cuenta del moco, al igual que editores y otra gente que pudo leerlo antes de su publicación.
Mariana dice que una noche en La Plata le dieron un volante de la banda que “promocionaba un show en la disco Garage para el 8 de diciembre de 1988” y que decidió no ir porque “meses antes había sufrido con Los Redondos en el Club Atenas. La cola para ingresar se volvió avalancha cuando el show comenzó, con demasiado público afuera; el apretón fue terrorífico y también era espeluznante estar adentro, con mucha gente caminando por ahí como desorientada, otra en éxtasis y el humo de los gases lacrimógenos arrojados afuera que ingresaba e impedía respirar”.
Mi memoria me dijo al toque que la famosa noche de Atenas con la policía tirando gases fue posterior al 88, me dijo “noventa y uno, más-menos uno”, y empecé a escribir este post basándome en ella, pero tuve la precaución que Mariana no tuvo: googleé un toque. Y lo encontré rápido. Es cierto que habían tocado en Atenas poco antes, el 3 de septiembre del 88, pero el show de los gases y Skay tocando solo hasta que los otros músicos deciden volver al escenario es de 1990, 12 de mayo.
No pasa nada, es un dato más, relevante para mí apenas porque lo retengo en mi (fiel) memoria. Y porque venden (a 1900 pesos de papel devaluado) una edición corregida, aumentada, especializada, cuyo mero prólogo viene con una pifia así. Y porque en la gacetilla de Planeta que reproduce la revista Viva dice “el libro, de gran rigor histórico…”.
No solo la memoria de Mariana Enriquez deja que desear. También falla al transcribir el texto del flyer que, previsora, guardó de recuerdo, y, aunque lo tiene frente a sus ojos, solo menciona a una de las dos disquerías donde se conseguían entradas con descuento: “Encontrarás tu boleto de entrada al Paraíso únicamente en la victrola de costumbre”, cita, agregando por su cuenta el adverbio de modo que no aparece en el volante y omitiendo a la otra, nada menos que Tabú.
Después dice que el asesinato de Bulacio causó “desazón pero no sorpresa. Iba a pasar”. Y con eso estoy muy de acuerdo, todos pudimos ser Bulacio. Y si no tuve chance de ser uno de los muertos de Olavarría es porque me bajé de ese tren hace mucho. (Digo “tren” y me acuerdo del chabón que murió al caer del tren yendo a un recital, digo “googlear” y el buscador me dice que al menos son seis los muertos en recitales de PR –o del cantante– y alrededores).
En cambio, no estoy de acuerdo cuando afirma que “ir a bailar siendo menor era arriesgarse a caer en una razzia” y no estoy de acuerdo porque ¡siendo mayor también, Mariana! ¡Hasta en la esquina de mi casa a la tres de la tarde me paraba la Federal para pedirme documentos! O en la esquina de mi laburo a las siete de la tarde, y en cualquier lado hasta mediados de los 90. Hasta que se derogaron los edictos.
También desacuerdo con sus gustos musicales, porque “jamás me conmovió una sola canción de Charly García; no niego su importancia y menos su genio”, pero gustos son gustos y no hay mucho que decir al respecto. Lo desconcertante es que use el sintagma “artista cortesano” para referirse a García y no al militante oficialista Solari.