jueves, 17 de octubre de 2019

Incesto en el tren

Lejos quedaron los viajes en que el tren les corría carreras a los autos de la Lugones. O a los aviones que se aproximaban a Aeroparque. Ahora se arrastra sin fuerzas aun en los tramos donde no hay precauciones por obras, las cuales, a este ritmo, estarán listas para la próxima elección. Al final del viaje comprobaré que tarda un veinte por ciento más de tiempo. No es hora pico, no se demora porque sube o baja mucha gente. Simplemente, las locomotoras no dan para más. O los maquinistas no las pisan con las ganas de antes.
En Del Valle sube un grupo familiar. Son cinco. Un hombre que estará llegando a los cuarenta, con gorrita y pantalón de jogging gris; una chica joven con un par de piercings en la cara y la lengua, cuyos contornos se recortan en el contraluz, con un bebé en brazos y pantalón de jogging gris; un adolescente de quince o dieciséis, con incipientes pelos en la cara y buzo y pantalón de jogging gris, y una nena de tres o cuatro años, en plan de decir sus primeras palabras, que rompe la uniformidad con su pantalón negro con dibujitos de colores. Dejan en el portaequipajes la caja de una estufa eléctrica y un bolso rosa y se sientan del otro lado del pasillo, en los asientos enfrentados que quedan a una diagonal de mi mirada. No son particularmente molestos y amenizan el viaje de alguien que, como yo, no puede entretenerse mirando el celular. Porque no tengo.
Pronto, le compran a un vendedor ambulante dos combos de turrones, tres por veinte cada uno, y se dan a comerlos. El que vende chocolate con leche y maní pasa después y no tiene tanta suerte, ni con ellos ni conmigo, que logro vencer la tentación y no le compro. Parece que se quedaron con hambre porque al rato pasa el vendedor de obleas rellenas cubiertas de chocolate, dos por veinte, y le compran dos pares. El pibe de jogging es el primero en mandárselas. Esta vez y la otra guarda con llamativa pulcritud los envoltorios –el suyo, el de la nena chiquita– en el bolsillo de su mochila para, seguramente, tirarlos luego en algún tacho.
Con el correr de las estaciones escucho que el señor usa las expresiones "tu hermana" y "tu madre", y me configura el árbol genealógico. Son tres hermanos y él es el padre. Ahora pienso que quizá solo sea el padre de la más chiquita, que los dos más grandes pueden ser hijos de "la madre" con otro tipo. Ese dato quedará fuera de mi alcance.
En algún momento juega de manos con la nena chiquita, que está sentada enfrente de él, los dos del lado del pasillo. Forcejean un poco, la atrae hacia su cuerpo y le da un pico. En otro momento, a cuento de no sé qué, le apoya la mano en el muslo a la chica joven corte turra piercing en la cara. Le apoya la mano y la deja unos segundos. Luego volverá a hacerlo escudado en las palabras "te estoy haciendo masajes en la rodilla", tal vez como respuesta a la única, hipotética –y sin duda brevísima e imperceptible para mí–, referencia de ella al asunto. Claramente no son masajes, claramente no es en la rodilla: es en el muslo, a, digamos, un tercio de muslo de la rodilla, la mano abierta, firme y detenida sobre la tela gris.
Más adelante lo hará por tercera vez. No tengo más pruebas que la impresión de mi mirada furtiva, pero no abarca solo la cara anterior del muslo, sino también el borde interno. Hay algo allí que leo –que incluso mi cuerpo lee– como de indisimulable erotismo. La cosa no prospera porque la nena chiquita se levanta de su asiento y se pone a jugar en esa zona, cortando el mambo.
El bebé no llora nunca. Cuando se despierta, ya pasado el río, tampoco. En algún momento, la madre dice "ella", y solo así me entero de que es una nena. La de tres o cuatro es más inquieta, pero tampoco jode mucho. A veces se levanta del asiento, y en una de esas veces le da un beso a la bebé con esa forma que tienen los niños de expresar el cariño repitiendo ampulosamente la imagen que ven a diario. El beso es en la boca.
Antes o después de eso, el señor se queda dormido, y el resto del grupo familiar ya no charla mucho entre sí. Cuando finalmente termina la letanía de mi viaje en el tren lento y tengo que bajarme en la estación provisoria, que me deja tres cuadras más lejos que la otra, ellos siguen su viaje y su historia familiar. Quizá algún día encuentre la continuación en Youporn.

Qué forro que sos, Molina

Hace unos años, no sé cuántos, pero seguro que ya son bastantes, algún link me llevó al blog de Ignacio Molina, y allí, entre varios posts, di con el que anunciaba la presentación de tres libros. Uno de ellos era del propio Molina; otro, el de un psicólogo que me había atendido en un hospital público tiempo antes.
La sorpresa al leer su nombre y su apellido me devolvió al primer plano de la memoria las anécdotas emblemáticas de esos cuatro meses de tratamiento, veinte minutos cada "encuentro", y dejé un comentario donde me preguntaba si parte del libro no habría surgido las veces en que el profesional me decía "seguí hablando" mientras apretaba con infructuoso disimulo las teclas virtuales de su celular debajo de la mesa. ¡Tal vez no estaba mandando mensajes de texto, tal vez estaba tomando notas para que la inspiración no pasara sin quedar fijada en algún soporte!
Molina, en un solo gesto, demostró ser un pobre pelotudo. En el gesto de no aprobar mi comentario. Un pobre forro pelotudo y un cerdo corporativo con irrefrenable voluntad de deidad y síndrome de dedo cliqueador, que no quiere que se conozca esta característica del psicólogo escritor que publica en la misma editorial que él.
Con los años comprobé la constancia de su pelotudez. Por ejemplo, al leer declaraciones periodísticas en las que afirmaba que "la lección de historia que nos dio el kirchnerismo fue fundamental" y que "el kirchnerismo debe ser una etapa superadora del peronismo", o en las que directamente justificaba el delito: "Creo que para cruzar el río hacia la orilla más limpia primero hay que embarrarse los pies (…) Reconocer las zonas oscuras del kirchnerismo es también reconocer las zonas oscuras que uno puede tener como ciudadano, ex marido, novio, padre, hijo o trabajador".
No es difícil pensar que en otro contexto histórico, en aquel donde las armas estaban al alcance de la mano y se repetía con una liviandad pasmosa que el poder sale de la boca de los fusiles, Molina fácilmente habría encontrado en sus zonas oscuras una explicación para ensuciarse no con barro, sino con sangre.
En el tiempo corriente no hace falta de la imaginación para saber su índole. Enumera las "medidas positivas" del gobierno anterior y detalla: "La Asignación Universal por Hijo, la estatización de las jubilaciones, los trenes, YPF y Aerolíneas, el matrimonio igualitario, la derogación de la ley de flexibilización laboral…".
¡¡Los trenes!!, dice el hijo de puta, y no hace ni una mención rescatada de sus zonas oscuras sobre el estado de los trenes, que terminó con la masacre de la estación Once y que había dado varios preavisos en el Mitre, el San Martín y el mismo Sarmiento.
(¡¡La estatización de las jubilaciones!!, dice el tarado, y avala que el Estado se apropie de tus aportes para pagarles a los conductores de 678 o para gastarlos en lo que sea. Y, lógicamente, ni siquiera llega a cuestionarse la existencia de ese esquema Ponzi que son las jubilaciones. ¡¡YPF!!, dice el infeliz… Sí, ese chistecito de Kiciloff del cual tuvo que hacerse cargo este gobierno. Etcétera).
Pasaron los años. Yo, en noches de insomnio, sigo dando vueltas por los blogs que quedan, y de nuevo el Algoritmo Mayor me lleva al blog de Molina. De ahí hay apenas un paso al recuerdo de aquel comentario desaprobado. Busco el post, encuentro, de nuevo, el nombre del psicólogo y la ausencia de mi comentario, y lo escribo otra vez. Y el pobre pelotudo de Ignacio Molina vuelve a desaparecerlo, como otros desaparecieron la inflación o la pobreza. En su oscuro y minúsculo espíritu kirchnerista, lo que no se ve no existe. La masacre de Once no existió, la plata de las jubilaciones no se la fumaron, los muertos de La Plata fueron solo cincuenta, el psicólogo no me boludeaba…
Ahora, si gana Fernández, como parece que va a ganar, seguramente volverá al ataque, sintiendo reivindicadas sus ¿ideas? por el resultado electoral, con más declaraciones de ese estilo. Y apostaría a que además pega algún carguito y termina como funcionario.

martes, 8 de octubre de 2019

Mi mirada molesta

La dentista va aplicando la anestesia. Un pinchazo acá, otro más allá y un par en el paladar. Esos duelen más, avisa, como siempre, aunque esta vez no duelen tanto. La miro fijo a los ojos desde abajo, desde mi casi horizontalidad dispuesta en el sillón. No al verde que últimamente me parece más azulado, porque tiene ojos de color variable o porque cambió el tono de los Freshlook. La miro al centro del negro del ojo intentando una comunicación que justificaría este post si pudiera encontrar las palabras para referirla (pero no pude ir más allá de esa cita equivocada de Jim Morrison: I'm looking for a home in every face I see).
"No me putees, Olga", dice, y se ríe. No dice Olga. Usa mi otro nombre, el primero de los que anuncia el documento, y no me molesta: es la única persona en cuya voz está bien escuchar ese nombre. No le respondo más que, tal vez, una risa porque no puedo despegar de la literalidad y no se me ocurre nada, y el momento ya fue, ya es parte de un pasado que solo yo recuerdo.
Ella ya me conoce y ese mediodía notó mi "estrés" (sic). No le dije que no sabía para qué estaba haciendo eso (¿para estar cerca suyo un rato más?, ¿para alimentar la ilusión de que estoy haciendo algo un rato más?) ni que me hacía mucho ruido sentirme en el piloto automático que me llevó a hacerlo, tanto como gastar la fortuna que gasté. En cambio, quise explicarle que ver más equipamiento que las otras veces me hacía sospechar algo más intenso –como en efecto fue–, y también esas cosas que trato de no contar, porque quiero parecer normal, pero que esta vez blanqueé.
Que me baja el azúcar, lo del jugo Ades como talismán y solución empírica, que en la semana había tenido un par de episodios inesperados que me preocuparon, sobre todo el de la tarde-noche anterior, el cual me dejó casi a punto de ir a la farmacia a tomarme la presión, pero no me impidió, un rato después, estar corriendo en la plaza, porque así de incomprensible es mi cuerpo. Que comí mucho esa mañana, antes de salir, para que la energía me durara más (porque palma aproximadamente cuando termina la digestión), y que si poco después de comer me pongo muy horizontal se revela una falla en alguna válvula y se viene esófago arriba el contenido del estómago lleno.
Esto último no se lo dije, pero sí sé que traté de postergar el momento en que debía recostarme aun ya habiéndome ubicado en el sillón. Y fue entonces, conmigo en esa posición –espalda esquivando el respaldo, codos sosteniendo el ángulo del cuerpo–, cuando dijo lo del estrés.
Finalmente, no tuve problema alguno: las empanadas de soja dieron resultado, la glucemia se mantuvo en niveles aceptables el tiempo requerido y tampoco molestó mi esófago o la parte del cuerpo cercana que hace de las suyas.
Días después, en esta internación domiciliaria que acato para evitar resfriarme porque "prohibido resfriarse", según dijo su compañero apenas terminaron, repaso los highlights de esa jornada: las manos encontrándose (twice, una vez las cuatro manos, cuando ella puso la tercera, y yo traté de quitarle intensidad al momento diciendo que qué bueno tener dos odontólogas con las cuales puede suceder ese gesto –y sí, pero con vos es otra cosa–); un leve roce, deliberado y cariñoso, de su mano en mi cabeza; aquella mirada, su frase y su risa.
Y en el encadenamiento de recuerdos vienen del pasado un par de situaciones en que mi mirada fue molesta. Aparte de malinterpretada. Y temo que eso pueda llegar a suceder acá.
Y ahora pienso en cómo será el momento en que este signo vital sea definitivamente parte del pasado y no exista ni la ilusión de revivirlo medio segundo. ¿Será solo un alejamiento profesional porque se acabaron las cosas que quiero hacer en mi boca? ¿Será un enojo explícito? ¿Será porque los fracasos profesionales se suman? ¿Será atravesado por una distancia deliberada para ponerse a salvo de hipotéticas eventualidades derivadas de mi extravagancia e intensidad? ¿Será por lo demandante que (no sé si) soy o puedo ser como paciente? ¿Será un silencio de esos que algunas personas eligen para manifestarme su desprecio, de esos que tanto se repiten en mi vida?
También se repiten los mails que escribo iniciando siempre yo la comunicación, generalmente un poco descolgada; esos que un par de veces le tocó recibir a ella. Pero un día postoperatorio es ella quien escribe, para preguntar cómo estoy, y doy fe de que algo cambia en mi neuroquímica, aunque no exista el medidor que lo registre objetivamente. Y cuando no escribe –todos los otros días–, los niveles caen. Con eso en mente, demoré al máximo el envío del mail donde debía preguntarle cuándo nos veíamos para el control, a ver si ella se acordaba y escribía, y se reeditaba el rush. Fue en vano.
Esta semana fantaseé con mencionarle el asunto: decirle "escribime, mandame una carita, un emoji… me voy a recuperar más rápido (?)". Pero ya bastante con que (también) le hablé del asunto manos, de cómo (me) pega cuando nuestras manos entran en contacto ese tiempo que no llega a un segundo en el momento de la despedida, de que me permito pedirle una versión más intensa de ese gesto cuando hay sangre de por medio, de que el resto de las veces trato de hacerlo fugaz y leve con un high five.
Tampoco sé si mencionarle el tema miradas, preguntarle si lo notó, si le molestó, decirle que la miro más en situaciones de tensión, pinchazos, dolor físico; explicarle –si pudiera– qué quiero decir o encontrar en esa mirada; mencionarle, aunque sea brevemente, estos recuerdos del orto.
(¿Cuántas freakeces te voy a mostrar? ¿Cuántas aguanto mostrarte? ¿Cuántas aguantás disimulando, como disimulás, tanto que a veces hasta me olvido de lo freak que soy?). Imagen uno. El colegio, mi segundo secundario, primeros meses, creo que la merquera psicópata aun no es merquera y seguro no sé lo psicópata que es, aunque un par de veces ya mostró la hilacha del desprecio. Ella, sentada en uno de los bancos de adelante de la fila del medio, junto a su novio. Yo, también adelante, pero en uno de los de la fila de la izquierda, a un pasillo de distancia del novio, a un pasillo y un novio de distancia de ella.
Un tema en común a partir de no sé qué cosa mencionada en clase permite una comunicación inesperada. Creo intuir en mi memoria que no era una cuestión estrictamente académica, sino un asunto lateral, derivado tangencialmente de ella. Los dos tenemos palabras para decir sobre el asunto, y hablamos. Se entabla un corto diálogo en el que las miradas coinciden y ratifican la complicidad de encontrar esa intersección.
Al tiempo, ocurre algo similar, y busco repetir la comunicación del contacto visual. Porque yo siempre termino haciendo de nuevo lo que funcionó una vez, aunque los contextos o las personas no sean los mismos. Parece que la miro mucho, o que cuelgo un rato con la mirada apuntando en esa dirección esperando que la suya se encuentre con la mía para asentir tácitamente, porque después escucho a alguien, no recuerdo a quién, mencionando cómo la miro. Lo hace con palabras y un tono que pronto revelan que no entendió mi mirada. No sé si ella o el novio habrán flasheado algo de ese estilo, pero, aunque no lo hayan visto, seguro alguien se lo comentó. Y dos años después Gutiérrez fue más explícito: "Te quedaste caliente porque no te la cogiste".
Imagen dos. Con la señora casada o, al menos, juntada entramos en contacto por redes sociales a raíz de un recital de uno de los artistas favoritos de este blog, al cual no pude ir, y coincidimos luego, en tres o cuatro shows del mismo chabón. Lo anunció allí como parte de esa forma de exhibicionismo que signa estos tiempos, y un par de veces la reconocí, aunque no me acerqué a saludarla porque estaba con marido, hijo, etc., y porque tampoco sabría qué decirle. Sólo soy un manojo de bits y no sé si tengo ganas de hacer el esfuerzo de dejar de serlo.
Luego de uno de esos shows me escribe por mensaje privado y me pregunta si fui, si era yo quien la miraba mucho. La verdad, no creo haberla mirado tanto. Tal vez, antes del comienzo del espectáculo, esperara un momento en que se encontraran nuestras miradas para saludarla de lejos, quizá haciendo la mímica de un teclado de computadora, así me ubicaba más fácilmente y, al mismo tiempo, podía mantener la distancia, sin necesidad de pararme y caminar hacia ella, saludar a su entorno, tener que pensar hasta dónde da sostener el diálogo, cómo integrarlos, cuándo y cómo hay que empezar a darlo por finalizado, tratar de que eso no sea muy brusco, etc.
Como sea, tengo la íntima convicción de que no fue para tanto. Es más –lo veo ahora–: si realmente la miré mucho, las miradas se habrían cruzado en algún momento y entonces habría sido más probable que la saludara con la mímica del teclado. Elijo mentirle, decirle que no pude ir, y no explicarle nada de esto. Menos aun, enterarla de que, incluso si fue como no creo que haya sido, no debería preocuparse porque ideológicamente no me gusta ni un poquito, porque tampoco me gusta físicamente, porque sé que tiene pareja y, quizá aún más decisivo, porque tiene descendencia.
Pero ella tiene la moral muy alta y cree que anda rompiendo corazones o calentando cuerpos por ahí, y en el siguiente mensaje me dice "moderate" (!!!!). Con lo cual revela que no me creyó. Es imposible explicarle a cada uno y más inútil es cuando las pocas explicaciones que puedo dar no imprimen. Pensarán lo que quieran. O lo que puedan. Pero quien queda mal soy yo.
De todos modos, es impactante cómo todos piensan lo mismo y nadie puede ver otra cosa, un intento de comunicación, una búsqueda de pruebas de mi existencia, cualquier idea que esté fuera de sus cerebros de personas adaptadas para las cuales la in-comunicación no es un escollo insuperable.
Creo que hay una tercera mirada de estas, que la memoria, piadosa, no me deja recordar. Tan piadosa no es porque persiste esa sensación de inquietud que sucede cuando hay algo en segundo plano en la cabeza, pero no podés recuperar ni una de sus características concretas.
De la que me acuerdo es de otra, que en realidad fue una no-mirada. Eran mis 14 o 15, cuando dejé el colegio, y una mañana vino a casa un docente que vivía cerca. No entiendo cómo ni por qué lo hice pasar, más allá de que, claro, lo conocía del colegio: era Fernet, el de sexto grado. Pero aun así…
Creo recordar que mi vieja no estaba, supongo que mi abuela ya habría muerto. Ahora pienso si no habrá sido una aparición orquestada con mi madre a ver si yo me copaba y volvía a estudiar. Lo que recuerdo con toda precisión es dónde estábamos sentados, para dónde miraba cada uno, el tono matinal del sol en el living, que sonó el teléfono (esos negros viejos de disco) y no atendí porque sabía que no era para mí, lo cual le expliqué cuando reparó en el hecho con desconcierto. Y que aún más le llamó la atención el hecho de que no lo mirara a la cara. Estábamos yo en la cabecera, de espaldas al jardín, el tipo a mi derecha, del lado largo de la mesa, y parece yo miraba muy notoriamente hacia la pared de enfrente en vez de mirarlo a él. En este caso, no recuerdo qué respondí cuando lo mencionó.
Con las décadas supe que la evasión del contacto visual es una característica de los autistas.
Aún hoy siento que me cuesta mirar a los ojos, salvo cuando conecto con alguien a cierto nivel, como con la dentista (aunque esa conexión sea bien asimétrica). Ahí quiero quedarme mirando un rato largo. Mirarla a ella, o mirar el aire que mueve, o cada mínimo movimiento de sus músculos faciales, sobre todo cuando esos microgestos pegan bien. Para drogarme con la neuroquímica que (se) (me) produce o para tratar de descifrar qué, cómo y por qué la produce. No mucho más que eso.
Las formas dicen cosas. Lo saben los diseñadores de autos, entre tantos otros profesionales de los trazos. Ves (veo) una cupé 125 en bastante buen estado y no puedo dejar de mirarla, y, a la vez, no puedo atrapar toda la información que transmiten esas líneas. Lo que dicen per se, desde 1972, y lo que dicen hoy, cuando es una rareza hallar una máquina de esas.
Y si algo que está quieto dice tanto, cuánto no dirá cada uno de los movimientos de las personas, en especial aquellas que, por motivos incognoscibles, transmiten más que los demás. Bueno, no sé si es lo que transmiten o si es la antena mía y cómo recibe esa transmisión. El resto del tiempo, con el resto de la gente, tengo que andar recordándome a dónde estoy mirando, si miro los ojos, la boca, un punto impreciso y desviado unos centímetros de la cabeza del interlocutor; obligándome a pasar de nuevo por los ojos, aunque sea por las cejas, como para marcar una presencia, etc.
Si pudiera medirse el gasto de energía que tengo en eso, como miden los teléfonos la app que más consume, nos sorprenderíamos. Y si, además, sumamos el gasto que implica tener en mente todo el tiempo que tampoco debo mirar excesivamente, pilotear las ausencias de reciprocidad, considerar si para esa persona o para terceros puede resultar molesto, saber que pueden interpretar que busco algo que no busco –entre otras cosas porque sé que no sucederán ya que nunca sucedieron–, que pueden sancionar por eso, es agotador. Capaz que ahí se va buena parte de la energía que me falta.

Liliana López Foresi

En los comienzos de este blog publiqué un post sobre Liliana López Foresi. Seguramente la habré encontrado sorpresivamente en alguna parada del zapping, y habré recordado cuando Menem llamó a Clarín para que la echaran del noticiero de medianoche que conducía en canal 13. Y pegado a ese recuerdo y, seguramente, a algo que dijo, se conectaron algunas neuronas en forma de texto.
No voy a borrarlo. Voy a arrepentirme.
Resulta que ahora es una militante K desde las sombras, desde ese lugar fuera de los medios masivos donde se reinventó y parece que le va bien. Lo descubro cuando me aparece un tuit suyo en el que se hace eco de un delirio fogoneado por las cyberusinas K (?): un video de la marcha en apoyo a Macri en el cual el presidente "golpea" a su esposa mientras saludan en el balcón.
A las consideraciones de gato, mmlpqetc, antipatria, mal ser humano, psicópata (he visto a un psiquiatra escapado de una caracterización de Yayo Guridi llamarlo así en C5N), sumamos la de golpeador. "Si vos o alguien que conocés vive alguna situación de violencia, llamá gratis al 144". ¡Salvemos a Juliana!
Busco, por buscar, a ver si Liliana, que reivindica el feminismo, tuiteó algo sobre los abusos sexuales denunciados por militantes de La Cámpora que eran acosadas y abusadas por diversos jerarcas de la organización, en especial el senador provincial Romero.
No encuentro nada. Se le pasó la noticia.
También se le pasó que el senador dijo que iba a renunciar a su banca y no lo hizo. También se le pasó que las denunciantes señalaban a la diputada nacional (y muy probable futura intendenta de Quilmes) Mayra Mendoza y a Florencia De Felipe como encubridoras. Estas sororas de pañuelo verde presionaban a las víctimas para que no denunciaran, así no perjudicaban a la agrupación.
Sobre nada de eso tuiteó Liliana. En cambio, escribe unas palabras laudatorias para el religioso terrorista Puigjané el día de su muerte. Se le pasó a Lili que el cura ese participó de un ataque armado a la democracia que causó decenas de muertos. Y si eso no le importa, porque, bueno, la democracia, al fin y al cabo…, o porque los militares de carrera, al fin y al cabo…, participó de un ataque cuyas principales víctimas fueron colimbas.
Lili lo ensalza y hasta lo llama con alguna jerarquía eclesiástica, y cita a la santísima trinidad del progre, "memoria, verdad y justicia", justo ella, que se olvida tantas cosas.
Una búsqueda más. El tuit que encuentro es canallesco. Dice: "Presos por la Tragedia de Once, con pruebas de sobra de que el tren estaba en condiciones".
¡¡Hija de mil putas!! Si los trenes estaban condiciones, ¿por qué los cambiaron?, ¿por qué estuvieron dos años sin animarse a cobrar boleto?, ¿por qué se montaron los vagones unos sobre otros (siendo esta, y no el choque, la principal causa de muertes)?, ¿por qué sostenían las barreras con palos?, ¿por qué era común viajar con las puertas abiertas?
Ese negacionismo, que sólo había hallado en blogs ultra-militantes a cargo de lúmpenes o fanáticos (y del cual el gobierno anterior nunca se hizo cargo formalmente), ahora lo encuentro en Liliana López Foresi.
Aquel post decía "ejemplo de dignidad". Hoy únicamente podría decir "ejemplo de desprecio". Eso es lo que siento.

Me and Bobby McGee

Busted flat in Baton Rouge, waitin' for a train,
and I's feelin' nearly as faded as my jeans.
Bobby thumbed a diesel down just before it rained,
it rode us all the way to New Orleans.

I pulled my harpoon out of my dirty red bandana.
I was playin' soft while Bobby sang the blues, yeah.
Windshield wipers slappin' time,
I was holdin' Bobby's hand in mine,
we sang every song that driver knew.

Freedom's just another word for nothin' left to lose.
Nothin' don't mean nothin', honey, if it ain't free, no no…
And feelin' good was easy, Lord, when he sang the blues,
you know, feelin' good was good enough for me,
good enough for me and my Bobby McGee.

From the Kentucky coal mine to the California sun,
hey, Bobby shared the secrets of my soul.
Through all kinds of weather, through everything we done.
hey, Bobby, baby, kept me from the cold.

One day up near Salinas, Lord, I let him slip away.
He's lookin' for that home, and I hope he finds it,
but I'd trade all of my tomorrows for a single yesterday
to be holdin' Bobby's body next to mine.

Freedom's just another word for nothin' left to lose.
Nothin' that's all Bobby left me, yeah.
But feelin' good was easy, Lord, when he sang the blues,
hey, feelin' good was good enough for me, mm-hmm,
good enough for me and my Bobby McGee.

La da da
La da da da
La da da da da da da da
La da da da da da da da
Bobby McGee, yeah…

La da da da da da da
La da da da da da da
La da da da da da da
Bobby McGee, yeah…

La da la la da da la da da la da da
La da da da da da da da da
Hey, my Bobby, oh, my Bobby McGee, yeah!

La la la la la la la la
La la la la la la la la la la la la la la la
Hey, my Bobby, oh, my Bobby McGee, yeah!

Well, I call him my lover, call him my man,
I said, I call him my lover did the best I can, c'mon!
Where is Bobby now?
Where is Bobby McGee? Yeah!

La da, la da, la da, la da, la da, la da, la da, la la
Hey, hey, hey! Bobby McGee!

La da, la da, la da, la da, la da, la da, la da, la
Hey, hey, hey! Bobby McGee, yeah!


Para quien fui en mi adolescencia, cuando la descubrí; para quien fui una noche de finales de los 80, cuando encontré en la trasnoche de canal 13 "la película de Janis"; para quien fui años después, cuando la reencontré un par de veces en el cable, cuando sus compacts fueron de los primeros que me compré; para quien soy ahora, que, después de mucho tiempo sin escucharla, ayer llegué a esta canción en Youtube (porque los compacts solo juntan polvo en el mueble) y no puedo parar de llorar a gritos. Que no salen.

(Janis Joplin * Me and Bobby McGee)