sábado, 10 de octubre de 2020

Pendientes

Un texto que hable de la única vez que viniste a casa y de que te daba miedo la abeja que empezó a revolotear cerca nuestro, junto a las flores del jardín; de cómo yo trataba de tranquilizarte diciéndote que las abejas de acá eran confiables, como si mi palabra pudiese tranquilizar a alguien.
Uno que hable de la Peke, de cómo le cabía el face slapping y hacerlo a pelo. Y de cuando me dijo "no sabés cómo te cambia la cara" luego de que yo me hubiera dedicado un rato a su panza de seis meses.
Uno que incluya la frase "el vello delta de tu pubis" y otro que desarrolle la idea a partir de "ella se mueve como bailando".
Algunas venganzas, aunque sea la de ser feliz.
Acabar. Más y mejor. En tiempo, forma y compañía deseadas.
Un diagnóstico.
(El know how de) relaciones sanas.
Algunas despedidas sanas (y mirá que las pedí explícitamente).
Un "te quiero" de los que nunca nadie me dijo. (Todos lo que nunca pude decir, todos los que nunca me dijeron).
Caminar con alguien una tarde de sol de primavera por Córdoba, cerca de plaza Houssay o de la plaza de Anchorena. Y un crepúsculo.
Que alguien me acompañe a correr.
Andar en bici, que alguien me preste su bici.
Ser parte de la vida de alguien.
Un texto sobre el espasmo neuroquímico que me dispara el color ocre de los colectivos de La Cabaña.
Otro sobre cómo lagrimeabas cuando en la plaza, o en la escalerita de esa casa de la cortada, te hacía masajes en la espalda, y cómo no te decía nada para no incomodarte.
Uno más, sobre cuando yo te pedía que me miraras y vos no te sacabas los anteojos oscuros, o cuando te metía la mano en el bolsillo de la campera para agarrarte la mano una noche de invierno caminando por la calle Maza.
Uno sobre el desodorante rico que guardaba para ocasiones especiales, que se evaporó de tan poco que lo usé.
Y otro sobre la cucaracha que caminaba por la pared del bar de Boedo donde nos refugiamos cuando el diluvio nos agarró en el medio de la nada. Y de todo el camino que hicimos después, cuando paró, y hasta salió el sol, y terminamos en Flores.
Que alguien me toque la cara un día que me haya pasado el limpiador facial de La Roche-Posay (que me regalaste hace diez años y sigo usando, porque lo guardaba para ocasiones especiales).
Escribir sobre el compañero de mi segundo secundario, que un tiempo me hizo el aguante en los recreos cuando el resto de mis compañeritos me odiaba y procuraban mi deserción, escribir sobre cuando lo googleé y encontré que se había muerto, y que su última mujer escribió una necrológica donde decía que ella tenía la mano sobre el pecho de él en el momento final.
Sobre la desolación que transmitía la chica venezolana que voceaba con su tonada "tequeño, tequeño, tequeño de queso" en la esquina de la estación de Santa Fe y Juan B. Justo mientras los transeúntes pasaban esquivándola y nadie le compraba. (Ojalá pronto cuelguen a Maduro y sus secuaces).
Sobre que nunca vino nadie a oler jazmines a casa, y sobre que hace tres o cuatro años, cada diciembre, guardo el último jazmín en marchitarse porque siempre estaba la idea de que me iba a mudar, y quería ese recuerdo, pero nunca me mudé. (Y sobre la lavanda del jardín, que se secó cuando vino a vivir la vieja bruja de arriba, y decir que conservo sus ramas secas bajo mi cama).
Sobre la noche que tocaba Palo (que Palo tardaba en empezar) y pasamos por la ex casa de mi vieja, y te dije algo al respecto (porque yo sigo usando la segunda persona cuando hablo de vos, porque sos la única persona que me hizo sentir una persona, salvo Myriam la otra vez). Y sobre los cobayos que vi una tarde en la vidriera de la casa de mascotas del Spinetto, porque cada vez que paso por ahí entro y miro como miramos esa noche buscando las ratitas de juguete para tu gato.
Sobre la última ráfaga de canto de los pájaros en alguna calle vacía del conurbano, cuando se levanta el viento del atardecer y uno camina, siendo el mismo que fue, hacia la estación.
Sobre la última vez que nos vimos, en la toma del destacamento, cuando me presentaste primero como "un conocido" y después como "un amigo", y sobre el cariño que había en tu voz cuando te llamé para decirte, como me habías pedido, que había llegado bien a casa. Y sobre el gesto de afecto que me negaste, pero que le permitiste a la señora pedigüeña que después apareció en la tapa de La Garganta P.
El abrazo que nunca nos dimos.
Que me paguen por mi laburo (fuera de mi entorno familiar).
Que el descanso de cada día no sea una quimera, una incógnita o una casualidad.
Sobre el trazo apurado del delineador de la dentista que vi una vez en sus ojos, sobre sus caras el día que dijo "qué cagada" porque no podía atornillar la corona del implante y capaz se dio cuenta de que se había jodido, pero no me lo dijo. O sobre cuando la veía hoy y me acordaba de esa vez, hace casi dos años, en ese mismo consultorio, y en un instante vi cómo voló el tiempo, la vida.
Sobre la mañana que me tocó el labio sin guantes y flipé; sobre la tarde, hace poco, que se paró un rato largo a mi lado, apoyando su vientre en mi hombro o mi cabeza, y el calor de su cuerpo llegaba a mí a través de nuestros respectivos camisolines (de cómo eso me hizo desechar la idea de conocer a la Vicky XY), o de las ganas de acurrucarme contra su cuerpo cuando hoy quedamos en una posición propicia.
Esto.
Leer en público. (Que me inviten a leer en público).
Ir con alguien a una expo de objetos que me gustan.
Que alguien que conozca mi afición se acuerde de mí (y de la afición), le saque una foto a uno de esos objetos y me la mande. Y que yo la mande a cierto sitio web para que la publiquen.
Manejar.
Tocar. Que alguien me enseñe un par de acordes (que enchufe su viola y me enseñe un par de acordes).
Descubrir algo en lo que sea buenx; que me salga más o menos fácil (eso que llaman talento) y bien.
Que alguien se ponga la camiseta y se saque la bombacha.
Que alguien me elija.
Que alguien me diga que le gustan mis besos.
Volver a Necochea.
Otro diagnóstico.
Un cuerpo que me responda.
Una vida parecida a la que me hubiera gustado.

Aceptaciones

Cuando alguien me dice "tenés que aceptarte como sos", ¿me está diciendo que tengo que aceptar esto que nadie acepta?

Pasará un poco de tiempo y ya no me verás

La otra vez el algoritmo me llevó a un video de un youtuber vasco, que, como tantos colegas, encontró un filón para sumar visitas reaccionando a artistas de países lejanos cuyos espectadores flashean ante la mirada del foráneo y le dan visualizaciones y likes y todo lo que necesitan. El chabón reacciona a videos de rock argentino, y, aparte de Soda y Los Redondos, cultiva Pappo's Blues, Spinetta y sorprendentemente aceptó la recomendación de reaccionar a La Biblia de Vox Dei.
La cosa es que me enganché mirando, porque hace siglos que no lo escuchaba, mientras recordaba mis canciones favoritas, "Génesis" y "Las guerras", y tal vez también "Profecías". Hasta que sonó eso de "pasará un poco de tiempo y ya no me verás, y otra vez pasará el tiempo y a verme volverás", y se me vinieron décadas de angustia encima.
En mi adolescencia, cuando alguna gente se borró de mi vida sin decir por qué (y, especialmente una vez, cuando antes de hacerlo cierta persona se tomó el tiempo de basurearme porque me había "enamorado" de ella), en esa desolación que se potenciaba sobre la desolación de base, esa frase de esa canción era una forma de la esperanza que me inventaba. No me la acordaba, me agarró con la guardia baja, y no pude seguir escuchando. Y quedó una vibración negra all around me.
Eso que pasó hace tanto se repitió con otras personas que se fueron. Con otras formas de la invención de la esperanza del reencuentro. Absurda, cuando alguien no te contesta mails por años (tan absurda como seguir escribiendo), ni siquiera cuando le escribís para decirle que estás yendo al hospital porque te sentís más mal de lo que tu cabeza soporta (porque querés decírselo a alguien, a la persona que más sabe de vos (de mí), a la persona con la que más persona me sentí, aun cuando me confinaba a una partición oculta del disco de su vida).
Hubo un breve tiempo, tal vez tres años, en que me llamaba o escribía para mi cumple; hubo una vez que se tomó el tren para traerme un regalo, un disco de Gabo; hubo un tiempo en que dejó de hacerlo. La primera vez que pasó ese día (y el siguiente y el otro) sin su saludo, le miré el Facebook, y había sido más importante postear no sé qué cosas de los trabajadores de Aerolíneas que escribirme.
Hace mucho que casi ni le miro el Face, pero la otra vez lo hice y tuve la desgracia de encontrarme con un posteo de mierda en el que se lamentaba por no sé qué militante popular, aspirante a revolucionario o algo así, un preso de otro país, que pasaba su cumpleaños solo, sin su familia y sus amigos, no sé qué garcha lacrimógena. Te conmueve más eso que yo, te conmueve más eso que alguien a quien conocés, a quien le pusiste la mano en el pecho, a quien dejaste que pusiera su (mi) mano en tu pecho.
La tarde de la placita atrás de la estación pasaban los 146 con su destino, "hospital Posadas", en la ramalera, y me contaste que habías nacido ahí, y que durante un tiempo flasheabas con que eras hija de desaparecidos, hasta que viste que eras tan idéntica a tu madre que desechaste la idea. (¿Y tus hermanas también serían apropiadas?, creo que te pregunté).
Crecimos con la cabeza hecha mierda por "La historia oficial", esa película de mierda, y por la historia oficializada. Una generación y media con eso, y las siguientes, ni quiero pensarlo, ya era historia estatal, ya era el colegio sistemáticamente bajando línea. Tuvieron éxito: muchos pobres idiotas siguen reproduciendo esa gilada, la pelotudez del que se inventa cosas para estar a la altura del ideal revolucionario, el que va a la cárcel a visitar presos "políticos" cuando acá hay alguien que sería feliz con verte.
Ahora que no sé qué día me dejan adentro (de un hospital, ayer zafé raspando), y como tal vez el teléfono que me regalaron sea mi única conexión con el mundo, me bajé un par de las fotos de las que rescaté de la web en aquel tiempo para tenerte cerca de algún modo. (Nunca nos sacamos una foto, nunca me diste una foto tuya -nunca habrá fotos nuestras ni libros dedicados, tampoco mi libro-, y debí recurrir a esas lateralidades). Verlas (verte), aunque mostraran un mundo al que nunca me dejaste acceder, me puso un toque contento. Al rato, me choqué con otra pared de angustia, que me hizo acordar nunca estuve, que nunca formé parte significativamente de la vida de nadie, que nadie se sacó una foto conmigo, que nunca nadie me dio una foto suya. No solo vos. Nadie.

Gente de mierda





Falta la familia, incluyendo la familia extendida, y faltan Vigna y Roxana. Y Zulema Escobar.
Y tal vez también falte la persona que me sabe de mí, la que, como otros, desapareció y me negó un chau explícito. Pero ¿aún? no tengo ganas de ponerla en esta lista. No sé si por ella o por mí.

(Tampoco están los que me cagaron a piñas (y patadas) en la calle ni el forro que vive en el edificio de acá a la vuelta, que me quiso pegar la otra vez, cuando me quejé porque sus perros sueltos se me vinieron encima).