sábado, 10 de octubre de 2020

Pasará un poco de tiempo y ya no me verás

La otra vez el algoritmo me llevó a un video de un youtuber vasco, que, como tantos colegas, encontró un filón para sumar visitas reaccionando a artistas de países lejanos cuyos espectadores flashean ante la mirada del foráneo y le dan visualizaciones y likes y todo lo que necesitan. El chabón reacciona a videos de rock argentino, y, aparte de Soda y Los Redondos, cultiva Pappo's Blues, Spinetta y sorprendentemente aceptó la recomendación de reaccionar a La Biblia de Vox Dei.
La cosa es que me enganché mirando, porque hace siglos que no lo escuchaba, mientras recordaba mis canciones favoritas, "Génesis" y "Las guerras", y tal vez también "Profecías". Hasta que sonó eso de "pasará un poco de tiempo y ya no me verás, y otra vez pasará el tiempo y a verme volverás", y se me vinieron décadas de angustia encima.
En mi adolescencia, cuando alguna gente se borró de mi vida sin decir por qué (y, especialmente una vez, cuando antes de hacerlo cierta persona se tomó el tiempo de basurearme porque me había "enamorado" de ella), en esa desolación que se potenciaba sobre la desolación de base, esa frase de esa canción era una forma de la esperanza que me inventaba. No me la acordaba, me agarró con la guardia baja, y no pude seguir escuchando. Y quedó una vibración negra all around me.
Eso que pasó hace tanto se repitió con otras personas que se fueron. Con otras formas de la invención de la esperanza del reencuentro. Absurda, cuando alguien no te contesta mails por años (tan absurda como seguir escribiendo), ni siquiera cuando le escribís para decirle que estás yendo al hospital porque te sentís más mal de lo que tu cabeza soporta (porque querés decírselo a alguien, a la persona que más sabe de vos (de mí), a la persona con la que más persona me sentí, aun cuando me confinaba a una partición oculta del disco de su vida).
Hubo un breve tiempo, tal vez tres años, en que me llamaba o escribía para mi cumple; hubo una vez que se tomó el tren para traerme un regalo, un disco de Gabo; hubo un tiempo en que dejó de hacerlo. La primera vez que pasó ese día (y el siguiente y el otro) sin su saludo, le miré el Facebook, y había sido más importante postear no sé qué cosas de los trabajadores de Aerolíneas que escribirme.
Hace mucho que casi ni le miro el Face, pero la otra vez lo hice y tuve la desgracia de encontrarme con un posteo de mierda en el que se lamentaba por no sé qué militante popular, aspirante a revolucionario o algo así, un preso de otro país, que pasaba su cumpleaños solo, sin su familia y sus amigos, no sé qué garcha lacrimógena. Te conmueve más eso que yo, te conmueve más eso que alguien a quien conocés, a quien le pusiste la mano en el pecho, a quien dejaste que pusiera su (mi) mano en tu pecho.
La tarde de la placita atrás de la estación pasaban los 146 con su destino, "hospital Posadas", en la ramalera, y me contaste que habías nacido ahí, y que durante un tiempo flasheabas con que eras hija de desaparecidos, hasta que viste que eras tan idéntica a tu madre que desechaste la idea. (¿Y tus hermanas también serían apropiadas?, creo que te pregunté).
Crecimos con la cabeza hecha mierda por "La historia oficial", esa película de mierda, y por la historia oficializada. Una generación y media con eso, y las siguientes, ni quiero pensarlo, ya era historia estatal, ya era el colegio sistemáticamente bajando línea. Tuvieron éxito: muchos pobres idiotas siguen reproduciendo esa gilada, la pelotudez del que se inventa cosas para estar a la altura del ideal revolucionario, el que va a la cárcel a visitar presos "políticos" cuando acá hay alguien que sería feliz con verte.
Ahora que no sé qué día me dejan adentro (de un hospital, ayer zafé raspando), y como tal vez el teléfono que me regalaron sea mi única conexión con el mundo, me bajé un par de las fotos de las que rescaté de la web en aquel tiempo para tenerte cerca de algún modo. (Nunca nos sacamos una foto, nunca me diste una foto tuya -nunca habrá fotos nuestras ni libros dedicados, tampoco mi libro-, y debí recurrir a esas lateralidades). Verlas (verte), aunque mostraran un mundo al que nunca me dejaste acceder, me puso un toque contento. Al rato, me choqué con otra pared de angustia, que me hizo acordar nunca estuve, que nunca formé parte significativamente de la vida de nadie, que nadie se sacó una foto conmigo, que nunca nadie me dio una foto suya. No solo vos. Nadie.

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