miércoles, 16 de marzo de 2016

Cero

Al último gris de la tarde le quedan menos de dos cuadras. Doblando la esquina el sol se agota por hoy y ya no puede ganarles a los árboles ni a la escasa luz de la panadería siempre sepia de Sarmiento.
Detengámonos un momento en el marketing de la frecuentación. ¿Qué provoca la simpatía por negocios que uno ve a menudo?
(¿Por qué pensé en comprar algo –la remera amarilla de Mano Negra, tal vez, si la tenían– en la rockería Osama, cuyo cartel veía desde el tren, junto a una estación en la que nunca me bajé? ¿Por qué una noche de los cientos de noches en que vi desde la ventanilla del colectivo aquella pizzería mínima y celeste volviendo del colegio se me ocurrió celebrar allí el día que terminara el secundario? Como sea, ambas cerraron antes de que el consumismo obtuviera esos escasos triunfos).
¿Por qué me resulta un landmark barrial esta panadería que nunca tienta con una torta en la vidriera, ni siquiera media factura con crema pastelera?
Detengámonos, de paso, en la inflación: mismo show, mismo lugar, 200% de aumento en tres años.
Apuro el combustible comestible que llevé para tener mi glucemia en condiciones, y no me detengo porque quedan casi tantas cuadras como minutos, pero tranca porque –¡bien!– empieza puntual.
No me desvío, como la primera vez que hice ese camino, pero mentalmente recorro la vuelta extra que di para hacer pis en la vereda oscura frente a la plaza. Dos veces en seis cuadras meé esa vez, muchos nervios los de un primer encuentro… La bifurcación mental de recordar aquella noche de llovizna posiblemente sea una trampa de mi cerebro, buscando autoabastecerse, en la baja escala que permite ese engaño, de los neurotransmisores que necesita para mantenerse mínimamente en paz.
Lo central sucederá a la vuelta, cuando deje Sarmiento, la gente desperdigándose a la salida, la batucada de la esquina y los aires acondicionados eternamente asmáticos de los bondis. Cuando el silencio deje oír el chillido post-recital en los oídos y, sin sacar la cuenta, caiga en la cuenta del número de personas con las que hablé. Cero.
Días más tarde, entre insomnio y desvelos, se me representa esa cuadra oscura de árboles y casas viejas y me cae otra cuenta, la del número de personas –el mismo– con las que hice contacto visual.

De persistir el silencio alguien perderá contacto

Se me secará la lengua. Se hará polvo, momificada, y me ahogaré con sus partículas cuando la mueva y se desintegre.
De persistir la incomunicación, me convertiré en piedra. *se toca los brazos, los hombros, tratando de confirmar que aún no sucedió*
¿Las piedras tienen autoconciencia?
Se me caerán, marchitas, inútiles, las manos. Me reventará la cabeza como en Scanners. O me fabricaré un cáncer. O, buscando una palabra, bajaré distraída la escalera y, ¡zas!, Perfumo… O seguiré siendo esto.

Mails sin respuesta (II)

¿Tenés alguna palabra para mí?

Una blusa blanca

Una blusa blanca hiende el gris que va de las veredas hasta el cielo del Microcentro.
Ni flores ni colores ni una belleza significativa: la inapelable eficacia de los básicos. Un pantalón negro y una blusa blanca que remata su espalda con un escote semicircular.
La piel visible, una superficie que parece hecha a la medida del tamaño de mi mano desplegada, me recuerda el tiempo excesivo, inhumano, que llevo sin tocar a nadie. Pero, sobre todo, expone que las pocas efímeras veces en que sucedió no fueron sino anomalías en la incesante mudez de mi tacto.

Mails sin respuesta (I)

Hoy hace dos años que no nos vemos, que no te veo, que no me ves. Números redondos, you know.
Todo queda tan lejos, quedamos tan lejos, que no sé cómo.
Me agarro de esa frase tuya que recordaba seguido últimamente, "no vas a saber cómo es hasta que sea". La recordaba porque sigo sin saberlo, porque aún no se resolvió la sucesión ni se desarmó el departamento de mi viejo y siguen todas las cosas ahí, o porque, se me ocurría la otra vez, esta falta de sensaciones frente a la muerte quizá se deba a que de alguna forma ya estaba muerto de antes, desde no sé cuándo ni cómo.
Y sin duda ayuda el hecho de que los trámites póstumos no los hice yo. Esa es la "gran" idea al respecto, bastante escasa como para que Olga la tome y haga un post.
Sobre vos, sobre mí, no sé qué decir. Vencer al silencio con ruido no es vencerlo.
No sé si la canción de fondo es esta o esta. Supongo que este mail implica un voto por la primera.

Tengo tarjeta

Mi madre, con la natural impunidad que caracteriza su proceder, hace unos meses me dijo que sacó una tarjeta de crédito a mi nombre, y que la dejaba ahí, en la cajita negra de la biblioteca. Por supuesto, no queda claro si la puedo usar como se me cante, si tengo que reintegrarle la guita que gaste, de qué modo, etcétera.
Igual, esto no importa demasiado porque soy una persona que casi no consume, que tiene pocas tentaciones de consumo y que la mayoría de esos consumos no se pagan con tarjeta.
Lo más curioso, irritante, desconcertante y otros adjetivos más es que yo no firmé nada. ¿Cómo es que un banco da una tarjeta de crédito a alguien que no firmó nada, que no tiene trabajo en blanco, que no está bancarizado, y, de nuevo, que no firmó nada?
¿Es posible que eso suceda? ¿Es legal? Porque supuestamente acá no va a pasar ninguna cosa extraña, pero tranquilamente mi madre podría reventar la tarjeta y dejarme ese muerto a mí. Bah, creo. Porque no tengo tarjeta… eh, digo… porque no sé cómo funciona el mundo de las tarjetas.

Entendido perfectamente

A veces puedo intentar la sociabilización superficial que se da en lugares donde sé que voy a irme siendo exactamente la misma persona que llegó. Los 24 y 31 de diciembre son fechas propicias para eso. Porque hay gente que te invita –siempre la misma–, porque es muy difícil desmarcarse sin quedar como freak o descortés, porque es costumbre, porque es cerca... Y entonces uno va.
La velada puede ser más o menos amena si inesperadamente pintan los pocos temas en común que tenemos y nos ponemos a recordar actores de reparto de telenovelas ochentosas, o puede ser más áspera si no encuentro espacio para colar una palabra pertinente o si lo dicho sobre mí parece burlón, o revelador, o ambas cosas ("hablemos del edificio, así se integra", "peor es ser virgen"). O puede terminar, como esta vez, boludeando con la computadora –hay una cosa nueva llamada "internet", no se imaginan–, buscando en Facebook a la amiga de la anfitriona de la que hablamos un rato antes, cuando ella comentó que su amiga ahora canta y que le gusta mucho Gabo Ferro.
Un par de días después, la amiga respondió el mensaje que le enviamos desde la cuenta que uso, ya sea porque adivinó quién estaba detrás de ese nombre o porque la otra se lo comentó por teléfono. Como sea, hubo un breve intercambio, que se cortó cuando no supe cómo seguirlo. A partir de una mención que hizo de la muerte de mi padre, ese fue el tema central de los tres mensajes, aprovechado, estirado y puesto de relieve con la habilidad que tengo para hacerlo. Es un asunto sobre el que, parece, digo cosas que resuenan, al menos en la gente que mínimamente conoce esta intrincada historia familiar. Pero, como todos, o tal vez más que otros, ese tema tiene un límite y no da que sea lo que ocupa la mayoría de las palabras en una charla con alguien a quien viste tres veces en la vida.
El otro tema era Gabo, cuál de sus canciones cantó en la muestra de su profesor, cuál preparará ahora, cuáles son nuestras favoritas. Una parte que se agotó rápido y a la que no le encontré continuidad. Ahora noto que podría haber explorado esa veta preguntándole qué otra música le gusta, pero no se me ocurrió hacerlo. Y siempre noto que hablo de mí mucho más que del asunto en cuestión, que hablo de mí cuando quiero hablar de algo, cuando quiero hablar de mi interlocutor... Siempre. Ja.
Además, no sé cómo manejarme con alguien a quien vi muy pocas veces, siempre en reuniones, que es conocida de conocidos (incluso de mi madre); alguien a quien alguna vez, en una de esas reuniones, me instaron a acompañar a la casa dos o tres veces (porque son de esas personas a las que les da miedo la noche), alguien que reprobó cuando dije que en la plaza me saco la remera para correr (ahora no, ahora me dan vergüenza los seis kilos de más) y dijo que "si te veo en la calle sin remera me darías miedo". Y entonces quedó ahí, quedé ahí, sin saber cómo seguir, sin saber qué decir. La extraña suspensión en que quedan las conversaciones por estos medios.
Un mes después me escribió para decirme que "hay disponibles dos opciones para ver a GF en los proximos meses..dá ir? te sumas?". El verbo "sumar" dejaba dudas sobre quiénes podríamos ser de la partida, pero no pregunté si íbamos a ser nosotros dos (ay, caramba ,si me estás invitando sólo a mí) o, como presumí, más. Igual, me fijé dónde y cuándo era (en Morón en marzo; en el Ateneo, en abril) y le dije la verdad, algo que ya le había comentado a su amiga aquella noche de presunta festividad: no saco anticipadas porque no sé cómo me voy a sentir ese día. No sé ni cómo me voy a sentir mañana, de hecho. Y como para ver a G hay que sacar anticipadas para asegurarse un lugar y, de ser posible, un buen lugar, llevo tiempo sin ir a verlo. Así, traté de explicar lo que (me) pasa y traté de no darle un tono trágico o pesado.
No es que no me gusten las ocasiones programadas, como decís: es que no tengo control ni certeza sobre mis tiempos ni mis días. Estoy a merced de la mucama de arriba, que suele venir los jueves pero a veces, como hoy, viene un miércoles; del vecino que corre con su hijo por el depto pasadas las diez de la noche y que se levanta a las seis y cuarto y sube la persiana con tanta fuerza que me despierta. O de los obreros que están martillando en el cuarto piso de hace 35 días (incluyendo sábados), que no paran como deberían a la hora de la siesta, y un largo y aburrídismo etcétera.
Así, de los 31 días de enero, me sentí bien, descansado y eso, creo que siete. Y aunque no tan intenso como con estos obreros, eso se repite desde hace varios años.
Por eso no saco entradas anticipadas para ningún evento, porque no sé cómo va a ser ese día. De hecho, alguna vez tenía entrada y no pude ir porque me sentía re mal por no haber descansado. Y las veces que fui en situaciones así, no la pasé todo lo bien que debería; y si uno va con alguien, es un plomazo. Más plomazo que todas estas (demasiadas, y a la vez escasas) palabras con las que trato de explicar la situación.
Y como Gabo se hizo famoso, y llena teatros, ya no se puede improvisar como antes, que uno se enteraba de que "toca hoy en el Konex", y si se siente bien va. Ahora hay organizar la salida con anticipación, casi como los Rolling Stones, jaja. Y eso me limita mucho. Yo qué sé cómo me voy el 5 de marzo, cuando toque en Morón. O cuando toque en el Ateneo.
1660 caracteres, jaja. Ojalá alcancen para que resulte comprensible por qué no me parece que, en mi caso, no da ir...
Su respuesta me pegó como un mazazo. Como varios de los mazazos que los obreros siguen acometiendo, dos meses y medio después de empezar su labor.
Entendido perfectamente....!! Es así lo de la organización para acceder a verlo por eso me anticipo a las fechas.. veremos que nos depara la vida.. estamos en contacto.
Aún ahora, pasado casi un mes, me siguen aturdiendo esas palabras cuando las busco para ser plenamente fiel en la transcripción.
Podría poner el acento en lo que, para mantener las formas, no le respondí, y desahogar acá que me resulta evidente que no entendés perfectamente. No entendés cómo es sentirse mal más de veinte días por mes, cómo es irte a dormir sabiendo que mañana te van a despertar diez veces o más y que esa sea la única previsión posible sobre el día por venir, ni cómo es no poder imaginar cuándo terminará. No sabés cómo es dormir sobre un hombro hasta que te duela y, entonces, cambiar de hombro, todo con el fin de que no se salgan los tapones de los oídos; o cómo es tratar de dormir –para colmo, vanamente– sentada en el inodoro o en la cocina. No sabés cómo es tener que comerte las provocaciones de los antropoides que martillan y no poder cagarlos a trompadas (lo mismo vale para el forro canchero ombligocéntrico de arriba). No entendés cómo es querer ir a un lugar (al pedo, pero bue) y no poder porque te sentís pésimo, o ir con alguien y malograrle la salida.
No sabés cómo es necesitar dormir mucho, ni sabés cómo es que no te entiendan los médicos, y minimicen lo que decís, lo mismo que la gente no médica con la que hablás o tu propia familia, incluyendo a la persona que vive con vos. Tampoco sabés lo que es estar podrido de decir –y vivir– siempre lo mismo. No sabés nada de eso. Así que no me digas que entendés perfectamente. Evitá el eufemismo. Decime "qué cagada, lo siento, lo lamento, ojalá se resuelva pronto, ojalá pudiera hacer algo (más o menos sencillo) para aliviarte". Pero no me digas algo que no es.
De todos modos, esta fue una reacción bastante posterior; pero en el momento no fue eso: en el momento fue un alud de neurotransmisores vinculados con la desazón, con la debacle. La razón de ese alud es lo que no puedo explicar. Hace tres días que me falta este párrafo. ¿Es que soy siempre the same?, que siempre termino siendo yo, tan inevitablemente yo, y sus lógicas consecuencias. (¿Es la causa o la consecuencia?, me pregunta alguien desde mi hombro izquierdo). ¿Es el recuerdo de esa noche de mi adolescencia en que llamó una chica a la que nunca había visto (¿quién le habrá dado el teléfono?) y habló de ir no sé adónde, y me excusé hablando de un dolor de panza que era tan real como un buen motivo para evitar esa situación descolgada, pero, también, distinta. ¿Es algo así como el eufemismo barato de "qué mala la forma en que se diluyó una posibilidad de comunicación a la que no le tenía mucha fe, pero que podría haber terminado no tan crudamente"? De verdad, no lo sé.
De todos modos, traté de remarla, de correr lo que sentía como una lápida sobre mí. Y volví al tema común, a ver si podía llevar la conversación a un terreno que, cuando terminara, se diluyera o quedara stand by, no me dejara esta sensación de mierda.
Mi experiencia en ese lugar me dice que conviene ser previsor y sacar entradas temprano, para tener una buena ubicación. Creo que nos tocó fila 10 o 12, y había muchas nucas entre el escenario y yo. jaja Que lo disfrutes !! besos.
Su respuesta fue clavarme el visto.