sábado, 15 de noviembre de 2008

Ojos que no ven

Yo venía por Oruro, caminando por el incómodo adoquinado que es más cómodo que esquivar linyeras en una vereda o maltrechas subidas y bajadas de cordón del estacionamiento bajo la autopista en la de enfrente.
A mitad de cuadra ya vi al chabón en la esquina sudeste de Constitución, tanteando impaciente con su bastón, sin animarse a cruzar. Los linyeras estaban muy ocupados haciendo nada, y no lo vieron; el que pasó en bicicleta, tampoco; la gente que enfrente esperaba el bondi tiene la excusa de que se les podía escapar el colectivo. La chica que cruzó antes de llegar a esa esquina tal vez estuviera apurada. El cana que cuida el negocio justo no estaba.
Si nadie lo ayuda a cruzar, ¿por qué tengo que ayudarlo yo? Dejarlo en banda debe ser lo normal, así que yo también seguí mi camino.






Mentira. Me acerqué y le dije: “Pretende cruzar, ¿no?”. Obviamente me dijo que sí, y que iba por Oruro hasta Cochabamba y Prudan. Me pidió ir por la vereda derecha de Oruro, como si supiera que la izquierda es propiedad de los linyeras. A raíz de que la derecha tiene varias subidas y bajadas y la pared retirada de la línea municipal, y como, además, cruzar la triple intersección de Urquiza, Cochabamba y Oruro es peligroso aun para alguien que ve, le sugerí que fuera por Constitución hasta Prudan. No parecía muy convencido, pero aceptó cuando le dije que lo acompañaba. Pese a que es un barrio de cortadas, me ubiqué bien (y eso que falta una, Millán, aplastada por la autopista).
El otro camino es más corto, sí, pero demasiado engorroso. Más engorroso aún es ir relatándole los accidentes geográficos de las veredas: ¡cuidado!, ¡caca de perro!, ahí está el cordón, la pared está más para allá, guarda que hay un pozo, que faltan baldosas. (Es fácil escribirlo, pero me parece que en mi afán de ayudar, lo atosigaba con información medio al pedo).
Le hago señas al conductor del 405 para que pase porque a su derecha viene un auto más rápido, que, a diferencia de él, no va frenar. Allá hay dos perros sueltos, grandes y sucios, y uno me muestra los dientes. “Si me pueden quitar los perros del camino, por favor”, digo en voz alta; el señor del depósito los llama y ellos obedecen.
Llegamos a Prudan y Constitución, a una cuadra de su destino en línea recta y sin tener que cruzar calles. El tipo encuentra la pared con su bastón, se manda y a la altura de la segunda casa se clava en el muslo un balconcito que sobresale.

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