viernes, 13 de marzo de 2009

Mi vuelta a las canchas

Unos chabones del foro se juntaron a cenar un par de veces y la pasaron tan bien que les pintó la idea de reunirse regularmente. Armaron entonces un subforo oculto e invitaron a participar a algunos foristas, entre ellos a mí.
Esta vez iban a jugar al fútbol y después a comer un asado, pero como algunos dijeron que no juegan al fóbal, surgió un plan alternativo: tomar algo durante el partido. Yo avisé que mi retiro de la práctica del fútbol había ocurrido más de veinte años atrás y que no como carne, así que me anoté sólo para la cerveza.
La cosa es que, cuando llegué al complejo, había nada más que nueve jugadores. Me dijeron de ir al arco, y les recordé mi larga inactividad. Insistieron, y, si me negaba, medio que parecía que les iba a complicar el partido. Además, recién nos conocemos y ya me pongo en estrella, en diferente: no queda bien. Entonces, me saqué la remera, me subí un poco la malla bermuda, dejé las llaves, las monedas y la billetera junto al arco, me até el flequillo, y me transformé en arquero.
Luego de un par de tiros=goles, decidí que era mejor tratar de impedir que me patearan y me propuse hacer “la gran Higuita”, saliendo a anticipar como un líbero cada vez que fuera posible, no necesariamente para dársela a un compañero, pero por lo menos para tirarla afuera y demorar un poco más la llegada a mi arco. Gané dos o tres anticipos yendo casi hasta mitad de cancha, y creo que no perdí ninguno. Al menos, ninguno terminó en gol con un tiro al arco vacío.
Claro que no siempre podía anticipar. Así, me patearon siete veces: cuatro fueron goles, dos se fueron desviados y uno lo atajé… afuera del área, según me pareció cuando me incorporé con el balón entre mis manos tras haberme arrojado sobre él con decisión. Pero, tal vez por piedad, nadie reclamó, y no la cobraron. Además, hubo un gol en contra, cuando un compañero desvió un centro atrás al que ya tenía calculado para tirarme a cortar.
En un momento, un rechazo largo de ellos se fue al lateral cerca de mi córner izquierdo. Bajé a buscar la pelota, que se había ido a una escalera que lleva al sótano, y desde que abandoné el arco, mientras me descolgué por la baranda, todo el trayecto hasta abajo y la subida, trataba de recordar si el lateral se hacía con el pie o con la mano. Al final, lo jugué de abajo, y estuvo OK.
Lo mejor fue ver el juego desde atrás, y tratar de adivinar la jugada siguiente. Sobre todo, cuando estaban lejos, y era una especie de mix entre participante y espectador, pero con la ventaja de tenerlos a mi misma altura; no como en la tele, que las tomas de atrás del arco te muestran a los jugadores muy chiquitos. Cuando el juego se acercaba a mi área en jugadas construidas no estaba tan bueno. Y cuando me vacunaban una y otra vez, menos todavía.
Después llegó un pelado, lo mandaron al arco, y quedamos seis contra cinco. Yo traté de hacer como en el colegio, jugando de nueve pescador, pero no cazaba una. Para emparejar, hicieron un cambio, y me pasaron al equipo que estaba ganando. No la toqué, salvo un pase que me llevé con el pecho (“¡bien!”, gritó uno, sorprendido) y un enganche en el área que terminó con un mal centro rematado con el diario, y me comí un profundo caño que me metió el mismo que me había hecho el gol en contra, ahora convertido en rival.
Más tarde casi hago un papelón: un compañero se la pasa al pelado, y este agarra la pelota con las manos. ¡Y yo casi protesto! El tipo saca, y la naturalidad con que sigue el juego me anoticia de que acá está permitido el pase con el pie al arquero.
Decían que la premisa era divertirse, pero yo no me divierto cuando hago las cosas mal; en especial si son cosas que me gustaría hacer bien. Y, más allá de su discurso, sacarme del arco y cambiarme de equipo muestra que la competencia prevalecía sobre la diversión y que la diversión únicamente se da entre quienes son (más o menos) iguales.
No sólo por el número impar tenía la sensación de que sobraba uno, por lo que acusé cansancio y falta de estado, y los dejé jugando 5 contra 5. Me quedé a la vera de la cancha esperando que llegara alguien, pero eso recién ocurrió cuando el partido había terminado. En síntesis: el único que fue a tomar cerveza fui yo. Los otros iban para el asado, pero no me iba a quedar, y, aunque alguno habló de comer sólo las papas, o una ensalada, ya se notaba que no encajaba, que me había quedado afuera: mientras unos llegaban, otros se sentaban a la mesa, y todo se iba dando sin que yo encontrara un espacio, ni en el grupo ni en sus actividades, y, como correlato, tampoco físicamente.
Postear de vez en cuando, a raíz de algo escrito, leído y tal vez releído, es más fácil que interactuar con la gente… Además, compartir una actividad, un gusto o un hobby no necesariamente lleva a que encontremos una rápida afinidad. Más aún: es posible que no tengamos nada en común, salvo eso. Y algunos se acomodarán mejor, y otros, como yo.
Me despedí de los que estaban cerca, oí que hablaban de pagar la parte del alquiler de la cancha, y, cuando quise garpar, el recaudador no me cobró. Agarré un par de pancitos de la panera para el camino y me volví a patas, treinta y cinco cuadras.
Ya cambiados, uno estaba de traje y celular moderno, otro parecía Isidoro Cañones, otro es dueño de una inmobiliaria, otro es semihacker, dos tenían un discurso re intelectual, y yo soy un ratonazo importante. No solo mi maderez congénita y mi vegetarianismo eran un obstáculo, sino las expectativas que algunos tenían en ese grupo, en el que más que diversión parecían buscar contactos. Por ejemplo, el dolape este abrió un tema proponiendo que cada uno ofreciera sus servicios laborales a los demás “logios” sin cobrarles, o cobrándoles menos. Claro, porque a él eso le resulta insignificante en comparación con otros. Y como que si no lo parás, el tipo, con su iniciativa, ocupa los lugares vacíos, y nadie dice nada para no quedar mal, o porque no leyeron ese post, o porque se enganchan en la historia, y de pronto quieren ponerte reglas y cobrarte una cuota.
El mismo Tony Volcán después escribió en el foro que yo no estaba a la altura. Por qué no se va a la mierda. Forro. Parece que él y sus amigos vieron el capítulo de los Magios y se lo tomaron en serio.

No hay comentarios: