domingo, 17 de mayo de 2009

Ten years after

Pueden verse aún, en el asfalto de la esquina de Saavedra y Carlos Calvo, restos de la basura que los vecinos quemaban para protestar por el gigantesco apagón made in Edesur, hace diez años y tres meses. Acá también llegó el corte, y todo el edificio estaba movilizado. Por el calor y el estrés de la situación, una tardé palmé mal. Me recuerdo en una silla del patio, abrumado de sopor, con una cubetera en la cabeza. Seguramente eran los cubitos que repartía Defensa Civil.
De esos días quedó una foto muy Lost en la que está Clon DM (es decir, clon de Emme) con algunos otros vecinos. Recuperada la normalidad eléctrica, una noche la vi sentada en la entrada del edificio, con jeans y zapatillas de lona. Miré por la cerradura, no sé por qué, y estaba sentada ahí, casi adolescente, quizá esperando a alguien.
Un mes después me mordió un perro cerca de aquella esquina, una noche. Y tuve que gastar los últimos ahorros de mi energía en las visitas a los hospitales (en la guardia del Ramos me dijeron que tenía que ir a la del Durand; fui esa noche y me dijeron que… volviera la mañana siguiente a la parte de Zoonosis), en las fotocopias, en conseguir que los dueños al menos me pagaran los remedios, en la vacuna. Es increíble cómo esos pequeños desvíos se morfan tanta vida.
Y en mayo quedé en cero. En rojo. Una mañana me sentí mal en el bondi, yendo a la fuck, como si me hubiera bajado la presión. Se me nubló la cabeza y no pude estudiar durante el viaje, como solía hacer. Al rato, tuve que irme de la clase porque sentía que me desmayaba.
No tenía prepago, y recurrimos a un homeópata amigo de mis viejos, que me recetó sus inefables globulitos. Mi madre, para variar, lo tomó con desdén, y la escuché decir que todo era porque ella viajaba a Europa con mi padre, a quien habían invitado no sé de dónde.
Casi dos años me sentí así de mal, así de débil. Y así se acabó la posibilidad de dar esa respuesta tan valorada, “estudio y trabajo”, a la habitual pregunta “¿qué hacés?”. Comía, y era como si la comida no se transformara en energía. Me atiborraba de morfi y a las dos horas tenía que picar algo porque estaba como si fuesen las seis de la tarde y no hubiera comido desde el desayuno.
Deambulé médico tras médico, me sacaron sangre unas veinte veces, me metí en un prepago, y al final me diagnosticaron “distrés psicofísico”. Pero no me dijeron cómo superarlo. Si me rompo una pata, me enyesás; si me duele la muela, me das Dorixina, pero esto ¿cómo se zafa? Puta madre, estoy pagando 150 dólares por mes y no me decís cómo me curo… Con alguno empaticé un poco; con su sucesor, casi nada. Los análisis daban bien, yo me sentía mal, y llegó un punto en el cual ni el médico ni yo sabíamos qué decir.
Al final, cicatrizó por segunda. Lentamente empecé a encontrar respuestas en mi cuerpo. Muy lentamente. A partir de aquella tarde calurosa en que salí de mi laburo y, en vez de tomarme un taxi en la esquina, o de probar cómo me sentía caminando un poco, que siempre era muy poco, llegué hasta la mitad del camino a patas…
En esa mala época, una vez encontré un bondi parado en el semáforo, semivacío, con las puertas abiertas, y no me animé a tomarlo. Lo dejé pasar para esperar un taxi que apenas si iba a tardar cinco minutos menos. Pero me daba más seguridad: si me sentía mal, podía decirle al tachero “volvé a casa”, “metele pata” o “me parece que me bajó la presión”. No había sostén para manejar las flaquezas de mi cuerpo, el 8-5 de presión, ni para apuntalar las de la cabeza. Dicho así parece que fueran entidades independientes…
Esa mierda me agarró mal parado, con demasiada energía puesta en el laburo y la f, y sin tener a quién pedirle algo sin que suene descolgado, lo cual me demoró aún más. Encima, lo que había empezado a construir en el colegio –lugares y gente fuera del oprimente campo gravitacional de siempre– se había revelado incapaz de trascender ese ámbito.
Durante algunos cuatrimestres fantaseé con volver a la f, pero quedó en la nada. Retomé la cotidianeidad del laburo yendo menos horas, aunque pronto no dio para más: mi reemplazante conquistaba lugares, y un día llegué y no pude usar la compu porque estaban todas las sillas ocupadas…
Puedo hablar de esto como si hubiese pasado hace dos meses. Pasaron diez años y es como si mi tiempo se hubiera detenido. Ahora me diagnostican lo mismo, y, si bien esta vez me medican, las inyecciones no surten un gran efecto. Como entonces, lo que necesito es esquivar la situación estresante. Y no sé cómo. Y, como entonces, no hay nadie cerca. Nadie que una tarde te acompañe en el bondi, que te tenga los anteojos si sentís que te estás por desmayar o que acerque una solución.
La otra vez, ayer, o hace cuatro meses, me enteré de que Clon DM se separó de su novio. Y en mi cabeza se transformó en la última esperanza blanca. Me conoce, y esto siempre es mucho más sencillo que empezar una relación con una desconocida.
En realidad, nunca hablamos realmente, y si intuyo que pasa algo, seguramente es por la ansiedad de nuestras madres. De hecho, la última vez que coincidimos en un lugar, la mía, con la sutileza que le es propia, me dijo: “Se hizo muy tarde. ¿No querés acompañar a Clon DM a su casa?”. Yo actué mi mejor cara de sorpresa, y ellas dijeron: “Después le explicamos”. Cosa que no hicieron.
Además, no tengo auto, lo que para ella es una condición sine qua non, según me dice la experiencia. Me pinta el mismo interrogante que cuando parecía que S…..a estaba al caer: ¿podré hacerlo bien? Y en todo este tiempo no agarré el teléfono para llamarla, tal vez porque espero alguna señal de bienvenida, que esa última vez no encontré. Y ya debe de tener otro, que pretendientes no le faltarán…
El mismo diagnóstico, el mismo desamparo, el mismo lugar, flashes con la misma gente… Decir que estoy en el mismo lugar de hace diez años pueden ser solo palabras, pero son diez años, como diez pisos de un edificio, aplastándome. Y me quedé ahí. Encallado. Como si la alineación astral que me puso en algunos lugares fuese irrepetible, como si no pudiese torcer el destino que me arroja al costado del camino.
Y esto no implica que lo anterior fuese gran cosa: había sensación de movimiento, sí, pero me moría por dentro, aunque los pelotudos a mi alrededor estaban chochos con mis actividades. Hasta que empecé a morirme por fuera también. Y lo tomaron como normal. Como parece que les resulta normal mi actual estado calamitoso, porque nadie mueve un pelo, y priorizan sus boludeces sobre mi salud.
El único final que se me ocurrió para este post dice: “Tendría que dejar de girar en círculos. Pegar un volantazo. Doblar para otro lado. Y que no sea el precipicio. El problema es si cada centímetro fuera de la huella es precipicio”. Pero son palabras. El final en serio pasaría por romper con todo esto hacia un lugar mejor. Y no sé cómo.


PD: Por si algún transeúnte cibernético pensó que se trataba de un post sobre la banda de Alvin Lee y se leyó todo esto, sólo por eso y para que no se sienta defraudado, acá va un videíto, que no sé poner de forma que quede lindo, pero por ahí les cambia el pH…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta leerte(me repito?) Algo m hizo recordar esto y t lo dejo xk si.


Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se sienta necesariamente a una mesa quitada en una terraza, de noche, a la orilla del mar. La desesperación es y no es el retorno de una serie de pequeños hechos como semillas que al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una piedra o el vaso de beber. Es un barco plagado de nieve, si queréis, como los pájaros que mueren y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña, delimitada por joyas de pelo. Es la desesperación. Un collar de perlas para el que no se sabría encontrar broche y cuya existencia no pende siquiera de un hilo, eso es la desesperación. Del resto no
hablemos. Acabaríamos por desesperarnos si comenzáramos. Yo desespero del tragaluz hacia las cuatro, desespero del abanico hacia las doce, desespero del cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano permanece siempre ante la desesperación jadeando, ante la desesperación que los espejos jamás nos dicen si ha muerto. Vivo de esa desesperación que me encanta. Me gusta esa mosca azul que vuela por el cielo a la hora en que las estrellas canturrean. Conozco a grandes rasgos la desesperaci6n de los largos y frágiles asombros, la desesperaci6n de la soberbia, la desesperación de la ira. Me levanto todos los días como todo el mundo y extiendo los brazos sobre un papel de flores, no me acuerdo de nada, y siempre descubro con desesperaci6n los bellos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitaci6n es bello como unas baquetas de tambor. Forma un tiempo de tiempo. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento que me ayuda. ¡Se tendrá idea de semejante desesperación! ¡Fuego! Ah, vendrán otra vez... ¡Socorro! Helos ahí cayendo por la escalera... Y los anuncios de periódico, los letreros luminosos a lo largo del canal. A grandes rasgos la desesperación carece de importancia. Es un incordio de estrellas que de nuevo va a formar un día de menos, es un incordio de días de menos que de nuevo va a formar mi vida.



Copie y pegue, hasta luego.

olga dijo...

Me alegra que te guste leerme. Otra gente me parece que se agarraba la cabeza cuando recibía algunas palabras mías por escrito. (Y eso que yo escribía para que tuvieran la chance de leerlo cuando quisieran, que me parecía menos invasivo que decir “quiero hablar con vos”).

Con un poco de rosca en la cabeza todos podemos sentirnos extremadamente ridiculos.
Además, tus desequilibrios (qué te diagnosticaron?) no te impiden formar parte de la rueda de la producción, ni la ultrasociabilidad de tener 500 contactos.

Ojo si te usan la PC. Mi abogada me dijo que puedo llegar a ser responsable de mi IP aunque no haya usado la máquina. En todo caso, tendría que probar que me hackearon.

Ah, lástima que fumes… :ñ



Mañana o pasado voy a ponerme una remera.

Anónimo dijo...

Astenia!!!! ????

Me tengo k ir pero te keria recomendar 2 libros k estan muy bien x el tema d salud. Son de Daniel Reid "Los tres tesoros de la Salud" y el otro es "El Tao de la salud,el sexo y la larga vida".
Ahhhh, y otro se llama "La enfermedad como camino" de 2 alemanes k ni a palos me acuerdo el nombre y el libro esta prestado(perdido??) x ahora.








Ayer cuando sali del trabajo y cruzaba la avenida me acorde de vos, frente a mi (abrigada xk el edificio donde trabajo bien podria ser Siberia) habia gente en remera.Me sonrei y pense k bien podrias estar siendo acariciado x esos rayos de sol en mayocasijunio.
Lo horrible fue la humedad y las sabanas pringosas a la noche me desvelaron x completo. En fin k todo no se puede no es novedad.
Hasta despues.

V*

Olga dijo...

Estos días estuvo resfriad@, pero me obligué a salir a la calle ayer y hoy.
En remera y pantalón corto.
Y me despedí del verano.
De otro año.