domingo, 31 de enero de 2010

Autoimposición de manos

Reparé en el gesto, en su repetición, en la sensación de mis manos en el pecho –en las leves variantes de la posición que toman–, últimamente. Desde que casi a diario duermo con tapones en los oídos buscando amortiguar los sonidos invasores que provienen de los departamentos cercanos.
Tengo que dormir boca arriba porque si giro y quedo de costado, lo que me resultaría mucho más cómodo, me clavo dolorosamente los tapones. Y duermo como una momia, entonces. (Unas horas, porque, finalmente, el cuerpo necesita relajarse, dejar de lado la tensión de una posición obligada y abandonarse a una mayor inconsciencia, a un poco de descanso profundo. De hecho, a veces me quito los tapones dormido, o me despierto con ellos –al menos, con uno de ellos– en la mano sin recordar cuándo ni cómo me los saqué).
En esa posición que me resulta antinatural, tengo que reacomodar todo el cuerpo, buscar un lugar cómodo para los brazos, una torsión de la columna que evite forzar la espalda hasta el dolor lumbar, un ladeamiento de la cabeza que no agarrote aún más el cuello.
Los brazos suelen quedar a los costados del cuerpo, pero generalmente una mano termina apoyándose sobre el pecho. La palma abierta, a veces toda sobre el esternón; a veces una parte, la del dedo gordo, sobre el hueso y otra sobre el lugar donde el torso se ablanda (que tal vez se llame ángulo de Louis); a veces más a la izquierda, a veces más a la derecha; a veces, la izquierda; a veces, la derecha.
Pensaba alguna vez en que quizá hubiera una intención de aplacar, de calmar el movimiento interno, de evitar que las moléculas de mi pecho, de todo mi interior, se disgreguen, de procurar mantenerlas unidas con el campo magnético de mi mano. O de buscar en una mano abierta cierta calma y serenidad que faciliten el descanso.
Pero no ocurre sólo cuando duermo. A veces, varias veces, por la calle, caminando, me descubro con la mano sobre el pecho. No importa si ando en cueros o si tengo puesta una remera: me toco el pecho, como las embarazadas se tocan la panza, como sujetándolo, y noto que presiono un poco con la parte superior de la palma, casi donde comienzan los dedos.
(Otras veces, pocas, creo que cuando tengo pilas, la mano va más arriba, y algunos dedos se apoyan en el cuello. Si tengo poca energía, en cambio, la parte opuesta a los nudillos casi no hace contacto, y la presión queda en las yemas de los dedos, casi en las uñas; en el borde de la mano –en la continuidad del meñique–, que suele apoyarse en el comienzo de la busarda, y en algún músculo del antebrazo, que se tensa como si me aferrara a mí mismo).
Y entonces, en la calle, donde uno está más descontenido que en su cama, pienso que tal vez lo que busco es recordarme dónde termino, que tengo un límite físico, y que si lo tengo es porque existo.
O capaz que es más simple, que es para no perder del todo la memoria, para acordarme de cómo es una mano tocándome.

1 comentario:

Musidora dijo...

Me gustó mucho este post ... sobre todo la última parte

*yo también suelo tocarme el esternon inconscientemente*