viernes, 30 de abril de 2010

Macaya

No quiero más Macayas en vida. No quiero más comentaristas, no más gente hablando de mí desde la platea, proponiendo tácticas y cambios sin conocer las características de los jugadores. Ni quiero ser yo Macaya, y hablar de por qué pierdo los partidos, de lo que no tengo, de lo que me falta… Quiero tenerlo. Y no sólo quiero: necesito tenerlo porque sin eso no se puede vivir sanamente.
No quiero ser Macaya con los demás ni quiero ser mi propio Macaya, comentando hechos recortados de modo que configuren un sentido defendible (defendible en su primera narración, que la repetición del relato y, sobre todo, los hechos, reveladores e impiadosos, acaban exhibiendo la hilacha). Porque hay momentos en que se acaban las palabras, no me las creo, ni me las creen, y la realidad se encarga de demolerlas, de dejarlas vibrando en el aire hasta que se disipen como un pedo maloliente.
No quiero ser Macaya. Ni Apo, haciéndose el poeta, pero incapaz de distinguir un off-side en la repetición. Ni Di Blasi, amenazando con gritar un gol que casi nunca se convierte. Quiero jugar el partido. Poder jugarlo, saber que puedo jugarlo, que me elijan para jugarlo, y devolver un pase, meter un gol, no sentirme un intruso en la cancha.
Porque cuando no da para más ser espectador y entro de prepo a jugar, fracaso.
Desde que tengo 8 años, la vez que un tío abuelo me regaló un equipo completo de fóbal, camiseta de la selección, pantalón, botines, y me llevó a Lugano, donde jugaban sus hijos y los amigos de ellos. A los 10 minutos me mandaron al arco, y a los 20 ya no me acuerdo qué pasó, pero no daba. Recuerdo todo borroneado por la vergüenza y la incomodidad, pero lo claro es que nunca más me llevaron, nunca más se tocó el tema…
Nunca dejé de ser eso, ni en el colegio, cuando se armaban los equipos y me elegían entre los últimos (y a alguno de esos últimos le chupaba un huevo jugar o no, y yo sí quería jugar, saber qué hacer en la cancha, tener una noción), ni a los 11, cuando jugaba solo en el patio de casa con una pelotita de tenis, ni a los 13, cuando jugué por penúltima vez, en el viaje de fin de curso de la primaria, a donde llegué creyendo haber encontrado mi lugar en la cancha a partir de algunos goles en los campeonatos de séptimo. Ni la última vez que jugué al fóbal.
No era Macaya, sino Calvo, García Blanco o Zavatarelli quienes comentaban los partidos que relataba Muñoz, en mi lejana infancia. En esa época no teníamos tele en casa, y como los tipos hablaban de área grande y cuadro grande, y de área chica y cuadro chico, yo pensaba que eran cosas distintas. Y cuando dibujaba una cancha, junto a cada arco, en lugar de hacer dos rectángulos, hacía cuatro.
Tal vez fue en esa época de malentendidos fundacionales cuando se configuró este programa que siempre termina tirando error, tal vez fue por uno de esos malentendidos. Pero hablar de todo aquello es seguir haciendo la gran Macaya.
Shut up, Macaya!

No hay comentarios: