martes, 12 de octubre de 2010

Un pueblo gozoso de sangre israelí

Uno de los portavoces del sionismo más recalcitrante se llama Julián Schvindlerman, quien se presenta como “analista internacional” y cuya opinión fue requerida por ciertos medios en algunas de las últimas ocasiones en que los conflictos que involucran a Israel recrudecieron lo suficiente como para atraer la atención de la prensa.
Tendrá unos 40 años, y posee una facilidad graciosa para las citas incomprobables y una argumentación lógica tan impecable como falsas son las premisas que la componen, características que mantiene desde el tiempo en que lo veíamos en canal Menorah. Con todo, es la gran esperanza del sionismo en su afán de presentar a la opinión pública un relato persuasivo sobre lo malos que son los árabes y los musulmanes (no todos, claro, sino solo los fanáticos, los “islamofascistas”, aclararán) y cómo se merecen lo que les pasa, y que recuerde y explique la eterna condición de víctima de Israel, obligado a defenderse de sus vecinos abominables.
Claro que a veces se come unos vapuleos históricos, como el que le pegó Pedro Brieger en el programa de Majul en 2006 a propósito de la guerra contra Hezbollah. Aquella vez Brieger desarticuló cada uno de sus argumentos fraudulentos y lo llamó racista.
En su última aparición en las grandes ligas mediáticas –un artículo publicado en Clarín en el mes de junio–, justificó el ataque israelí a la Flotilla de la Libertad, la cual trataba de llevar ayuda humanitaria al territorio palestino de Gaza, víctima de un bloqueo internacional desde que Hamas tomó el poder y de un virtual sitio llevado a cabo por Israel y Egipto desde 2007. Con el objetivo declarado de impedir que Hamas se rearmara, Israel permitía el ingreso de apenas un centenar de productos, entre los cuales no se contaban los garbanzos, los crayones ni el papel (nunca pude conseguir la lista de artículos permitidos).
El abordaje se realizó en aguas internacionales y tuvo como consecuencia el asesinato, a manos de los comandos israelíes, de nueve civiles que integraban la misión caritativa. A raíz de la condena generalizada que suscitó el asalto, Israel se vio en la necesidad de aliviar las restricciones, y ahora integran la lista los elementos prohibidos –cerca de un centenar–, mientras que los artículos que no están en ella pueden, teóricamente, ingresar a Gaza.
El artículo de Schvindlerman en Clarín se titula “Israel puede justificar sus acciones militares”, y se reproduce en una docena de páginas web vinculadas con el sionismo y también en dos sitios oficiales: uno, de la cancillería argentina, y otro, de la cancillería brasileña (¡ay, caramba, con las consecuencias del acuerdo Israel-Mercosur!).
Sin embargo, el texto no habla de las justificaciones israelíes, sino que es el propio autor quien justifica el ataque, del mismo modo que él y la canalla sionista son capaces de defender un bombardeo con aviones de guerra sobre población civil en la zona más densamente poblada del mundo, el cual resultó en la demolición, producto de las bombas, de un edificio de departamentos y la muerte de quince personas, entre ellas nueve niños. Todo para matar a una persona sindicada como terrorista por el Estado de Israel.
Por cierto, cualquiera puede justificar las acciones militares israelíes. El gobierno israelí, Marcos Aguinis, el AJC o quien sea pueden. Un psicótico puede. El tema son los argumentos con que se las justifica, y, también, si efectivamente esos argumentos pueden constituir una justificación fuera del micromundo sionista.
Detenerse en las falacias y en el tono ofensivo de Schvindlerman, similares al que emplean los de su laya, ya no es divertido. No para mí. Ante la frase “Israel retiró unilateralmente a la totalidad de sus tropas y colonos poniendo término así a la denominada ocupación”, no me dan ganas de preguntarle, o de preguntar retóricamente, de qué otra manera se podría denominar si no la llamáramos ocupación.
No me dan ganas de leer caracterizaciones peyorativas y unidimensionales de la sociedad palestina, “la que festejó haciendo sonar las bocinas de sus autos, repartiendo caramelos y flameando banderines” cuando hubo “disparos de cohetes y ataques terroristas suicidas (…) tal como en los años noventa cuando Saddam Hussein lanzó misiles Scud contra ciudades israelíes”. Y supongo que no tener ganas de leer eso es mi forma de expresar mi protesta ante esa mierda, como cuando no detengo ni un minuto el zapping en una película que muestra a los árabes como malos y a los estadounidenses como buenos.
Lo central, lo indignante, lo inadmisible es el exabrupto discriminatorio lanzado con la naturalidad del que se sabe impune. Dice Schvindlerman: “Israel no está obligada a proveer asistencia a una entidad ofensora ni a atender las necesidades humanitarias de un pueblo gozoso de sangre israelí”.
Empecemos por el principio: Israel es el Estado ocupante, que, violando las resoluciones de la ONU, ocupa ilegal e impunemente territorios palestinos con los que se hizo en la guerra de 1967. Sigamos desmintiendo a Schvindlerman: Israel, como toda potencia ocupante, tiene que garantizar la integridad y la seguridad de los pobladores de los territorios ocupados, y su acceso a los suministros. No se me ocurrió a mí, lo dice la Convención de Ginebra (1), que no se detiene en consideraciones subjetivas como qué hace gozar a los que viven bajo ocupación.
Releo el artículo, y en particular esta frase, y me sale, de nuevo, detenerme casi en cada unidad de sentido, en cada mentira, en cada tergiversación, en cada trampa discursiva. Pero acá es corta la bocha. Lo central, si es que alguien lo leyó y se le pasó, si no lo notó, si lo vio natural, es eso de “un pueblo gozoso de sangre israelí”. No dice que algunos palestinos gozan con el derramamiento de sangre israelí. Ni siquiera, que Hamas (un grupo de malos malosos malototes) o que determinados grupos u organizaciones armadas palestinas gozan con el derramamiento de sangre israelí. Dice que el pueblo palestino en su conjunto goza con el derramamiento de sangre israelí.
Una generalización de esta índole, que demoniza a la totalidad de un pueblo, me resulta escandalosa, y no debería ser pasada por alto. Sin embargo, que yo sepa, no trajo consecuencias. El diario no pidió perdón ni publicó una palabra que se detuviera en esto, no tengo conocimiento de que se lo haya denunciado en el INADI, dos cancillerías la reproducen, varios otros sitios de internet también lo hacen (incluyendo dos que usan el servicio de Blogger), y en ninguno hay una voz que señale la barrabasada del autor…
Me pregunto qué ocurriría con una frase análoga referida al pueblo judío. ¿Llegaría a ser publicada por un diario de alcance nacional? Y, en caso de publicarse, ¿cuánto tardaría en oírse la voz alarmada de las instituciones israelitas?, ¿cuántas denuncias, judiciales o no, caerían sobre quien dijera que el pueblo judío es un pueblo noséqué?
Por mi parte, no tengo nada para decir sobre el pueblo judío. Apenas voy a hacer una consideración de tipo teológico, a ver si me sale… Quiero señalar lo que veo como una raigambre genocida en la religión judía, que en su libro sagrado relata como fundacional el exterminio de una treintena de pueblos (2). De paso, digo lo mismo del catolicismo, cuyo libro sagrado está integrado por el mismo texto.
Aprovecho para mencionar el repelús que me produce encontrar la misma generalización, la misma voluntad totalizadora, en las palabras de Schvindlerman y en la narración bíblica de los genocidios. Y también para decir que leer “mató a todo viviente (como se lo tenía mandado el Señor Dios de Israel)” me hace recordar las declaraciones del vicecanciller del genocida comatoso Sharon durante la segunda intifada: “Esta es una tierra sagrada para tres religiones, pero dios se la prometió sólo a los judíos”.
¿Puedo hablar de esa continuidad religioso-genocida? ¿Puedo decir todo esto o mejor me callo? Me lo pregunto porque el multimedio hegemónico dio de baja varios blogs al considerar que contenían “expresiones antisemitas y contenidos ofensivos”, lo que generó amplia satisfacción en diversas entidades de la comunidad israelita. Entre ellos se contaba un blog en el que se decía que Héctor Timerman era un sionista militante, lo cual, sea verdadero o falso, no debería ser ofensivo para quienes no ven al sionismo como una forma de racismo…
Es curioso: los términos impuestos por el multimedio prohíben expresamente la publicación de contenidos “que sean ofensivos y/o que fomenten el racismo, la intolerancia, el odio o el daño físico de cualquier índole contra un grupo o personas” en los blogs. Pero el diario en su edición en papel permite decir que todo un pueblo goza con la sangre de otro. ¿Variarán las políticas según el soporte o considerarán que la afirmación de Schvindlerman no se encuadra en esa categoría?
Ya sabemos lo que ocurre con las críticas al Estado de Israel, un Estado de los 200 que hay en el mundo: dejan a quien las enuncia en el borde de ser catalogado como antisemita (y esa es otra manipulación semántica, porque los árabes también son semitas). Cualquier observación que cuestione al Estado carnicero de Israel (sus políticas, sus prácticas, sus leyes, incluso su existencia actual) queda a merced de la mala intención o de la interpretación tendenciosa que la asocia falsamente con el odio a los judíos o con la voluntad de exterminarlos (dejando de lado, por caso, que un 20% de la población de ese Estado no es judía). La forma extrema de esta falacia la pronuncian quienes dicen que el antisionismo es una forma de antisemitismo.
Entonces, para aclararlo, por si es necesario, digo: esto es en contra del colonialismo, de la ocupación, del sojuzgamiento y la humillación de un pueblo, sea que conmueva a las almas sensibles de Occidente o sea que quede naturalizada por el discurso sionista; es en contra del genocidio, de la limpieza étnica y de la voluntad de asolar a un pueblo como se asolaron sus tierras.
La impunidad de Schvindlerman es una manifestación más de la impunidad otorgada por Occidente a los sionistas desde antes de la fundación del Estado, la que se ha mantenido inconmovible durante casi setenta años; una impunidad para la ejecución de sus actos arbitrarios, sustentada en vaya a saberse qué acuerdos y poderes, porque el pragmatismo y la función de gendarme de Occidente en la zona que cumple Israel no alcanzan a explicármela completamente.
Es, en su terreno, la impunidad de los sucesivos gobiernos israelíes, sistemáticos cultores del terrorismo de Estado y violadores de la legalidad internacional; es la de los primeros ministros israelíes que forman gobierno haciendo alianzas con partidos como Moledet, que está a favor de la deportación de los palestinos que viven en Israel; Shas, unos fundamentalistas religiosos cuyo líder acaba de declarar que los palestinos deberían desaparecer de la faz de la Tierra, o el partido del canciller Lieberman, un xenófobo confeso; es la de los soldados israelíes, que pueden fotografiarse con prisioneros maniatados y con los ojos vendados para postear las fotos en su muro de Facebook (3), que pueden aprovechar el toque de queda para bailar una coreografía en las calles desiertas de una ciudad palestina y subir el video a Youtube, que pueden usar a un niño palestino de nueve años como escudo humano y –como Israel investiga los crímenes que cometen sus soldados, y los juzga, y los encuentra culpables– recibir una pena de… tres meses de prisión no efectiva.
Ante la opinión pública, esa impunidad para el ejercicio se legitima sobre un sustrato construido durante décadas de discurso hegemónico; el mismo que cruje con cada nueva masacre, con cada nueva injusticia, con cada nueva iniquidad, y que desesperadamente tratan de sostener con una escalada de las prácticas tradicionales de demonizar y silenciar las voces críticas.
Así procedió últimamente Israel al impedir el ingreso a Cisjordania del intelectual estadounidense Noam Chomsky, quien estaba invitado a dar una conferencia en una universidad palestina y fue rechazado por las autoridades fronterizas israelíes, que controlan el ingreso a los territorios “autónomos”. Así procedió tras el ataque a la flotilla, cuando el vocero del gobierno, Marc Regev, aparecía en todas las grandes redes occidentales de noticias para presentar su versión del abordaje, mientras que los pasajeros de los barcos permanecían detenidos por Israel y no podían suministrar su narración de los acontecimientos.
En esa lógica, ellos construyen su realidad (y lo que es peor, y patológico, se la creen), y no sólo no quieren que otros lo hagan, sino que se ofenden y hasta denuncian a quien ose presentar una mirada que contradiga su construcción.
Un ejemplo de esa hegemonía se encuentra en la misma página de Clarín donde aparece el artículo de Schvindlerman. Junto a él, con una diagramación simétrica que resalta el espacio exactamente igual de que disponen, se publica otro, más moderado, precedido de una volanta que dice: “¿Cómo se ve desde nuestro país el conflicto en escalada permanente entre el Estado de Israel y los habitantes de los territorios palestinos? Unos y otros hablan de dolor y vulneración, pero con interpretaciones radicalmente diferentes”.
De movida nos encontramos con un detalle: entre los habitantes de los territorios palestinos hay colonos israelíes… Lo que sigue no es una sutileza: se habla de cómo unos y otros ven el conflicto desde la Argentina, pero como si en nuestro país no hubiera una voz árabe, ni una voz palestina, ni una voz musulmana, ni una voz neutral, deciden presentar la misma voz con otro tono. Es la voz de un profesor de filosofía, Darío Sztajnszrajber, que participa del mismo discurso falaz que compara a “los habitantes de Gaza hacinados en la pobreza extrema o el ataque a la flotilla” con “los Qassam cayendo en los techos de Israel”. ¡Ey, Sztajnszrajber, los Qassam caen/caían sobre los techos de una ciudad de Israel! De dos, cuando hay puntería. No sobre todo un país, como se desprende de tu retórica tramposa que lo presenta como un país bajo total asedio.
Esa voz moderada y embustera pretende igualar las cosas diciendo: “Duele que a Israel se le exija un comportamiento ejemplar, como si los judíos debiéramos rendir examen de buena conducta para justificar nuestra existencia. Y por eso mismo duele el discurso legitimatorio del gobierno de Israel sobre las acciones de violencia tanto como su negación a avanzar en la construcción de un Estado palestino”.
A ver, Darío: nadie está cuestionando la existencia de los judíos. Nadie. Así que no la traigas a cuento. Y, de nuevo, asociar directa e indisolublemente a Israel con los judíos es negar a ese 20% de población israelí no judía, es participar de la idea de Israel como una etnocracia. En cuanto a los gobiernos israelíes, siempre reivindicaron la violencia y se negaron a la existencia de un Estado palestino: no es de ahora, no es por el ataque a la flotilla. Es algo que viene desde antes de la creación del Estado de Israel: suprimir al otro para quitarle todo y no tener que darle nada (para negar su existencia, como hizo Golda Mierda). O, si son generosos y moderados como vos, para darle un poquito, que aceptarán –espero que no– de la mano de dirigentes palestinos genuflexos y traidores que impulsan una paz injusta, repleta de claudicaciones, que no será paz.
La negación a aceptar un Estado palestino soberano va más allá de cualquier discurso que puedan presentar los sionistas. Porque mientras hablan de negociaciones y de paz, y hasta llegan a acuerdos, siguen adelante con su política de hechos consumados. Por ejemplo, la constante anexión de tierras de Jerusalén Oriental o el incesante crecimiento del número de colonos en Cisjordania, que se ha multiplicado por más de tres desde la firma de los acuerdos de Oslo.
Por lo demás, los palestinos tampoco deberían rendir examen alguno para llegar a tener su Estado. Menos aún si recordamos que el Estado de Israel se construyó, entre otras bases, a partir de la violencia terrorista o que, desde su creación, actúa fuera de la ley internacional. Sin embargo, todo el tiempo la mirada recelosa apunta a los palestinos, que tienen que estar exculpándose y prometiendo portarse bien como nenes, mientras se insiste en que el Estado de Palestina deberá ser un Estado desarmado cuando es Israel el masacrador contumaz.
Tal hegemonía se construye desde los colegios, donde aún hoy se insiste con lecturas acríticas del diario de Ana Frank y donde se procura enseñar el Holocausto, incluso becando a docentes para que viajen a capacitarse a Israel, sin decir nada sobre la Naqba o el genocidio del pueblo bosnio. Se la solidifica con el recurso repetido de desviar el eje de la discusión para traer a colación a los nazis y a Auschwitz, incluso cuando se trata el conflicto del Cercano Oriente (lo que también hace Schvindlerman en su artículo, afirmando que el capitán de uno de los barcos le respondió “regrese a Auschwitz” al operador israelí que le comunicaba por radio que tenía prohibido avanzar, lo cual no era cierto ya que navegaba por aguas internacionales), como si fuese algo que pudiera ocurrir ahora, como si los judíos o Israel fuesen ahora posibles víctimas inermes, y, sobre todo, ¡como si tuviese algo que ver con el tema!
Y se busca asegurarla con las sistemáticas presiones a los medios de comunicación para que presenten la información de modo que se condiga con las posiciones israelíes (el caso más trascendente fue la explícita presión del embajador israelí Eldad para que el periodista Pedro Brieger fuera despedido de canal 7 debido a su cobertura de la guerra contra Hezbollah), para que no dejen de agregar la expresión “financiado por Siria e Irán” cuando se habla de Hezbollah y para que no se les ocurra decir “financiado y sostenido por Estados Unidos y Europa” cuando se refieren a Israel.
En su operatoria, ese discurso machaca con eslóganes como el del ejército más moral del mundo o el de la única democracia de Oriente Medio, y nunca deja de lado la cantinela sobre el “antisemitismo” –ahora bajo la lupa en la web, donde habría 500 blogs “antisemitas” según la AMIA–; la eterna mención a Hitler, asimilado últimamente al presidente iraní, ni la tarea de “esclarecimiento” realizada por implacables halcones como Schvindlerman, Aguinis y Marcelo Birmajer o por compasivas palomas como Sztajnszrajber.
Todo con el fin de sostener narrativamente al estado genocida, tarea inútil por cuanto no hay relato que pueda justificar lo injustificable ni sostener lo insostenible, la existencia de un estado supremacista más y más desenmascarado con cada nueva masacre y cada nuevo atropello.
A esa hegemonía, que se derrite y flaquea, la escupimos y la apedreamos. A esa hegemonía queremos desnudar y socavar.


(1) La cuarta convención de Ginebra regula la protección de las poblaciones civiles en tiempo de guerra y establece obligaciones para la potencia ocupante. Por ejemplo: “En la medida de sus posibilidades, la potencia ocupante tiene el deber de garantizar el abastecimiento de víveres y medicinas para la población. Deberá importar los víveres, el material médico y cualquier artículo necesario si los recursos del territorio (ocupado) son insuficientes” (art. 55, sección III). “Cuando la población de un territorio ocupado o una parte de éste no se encuentra suficientemente abastecida, la potencia ocupante aceptará las acciones de socorro realizadas en favor de la población y las facilitará en la medida de sus posibilidades” (art. 59).

(2) Viendo, pues, Josué y todo Israel con esta seña que la ciudad había sido tomada y cómo iba subiendo el humo de ella, volviendo atrás hicieron cara a los de Hai, y los pasaron a cuchillo (…) Los que perecieron en esta jornada, entre hombres y mujeres, fueron doce mil, vecinos todos de la ciudad de Hai. Josué, empero, no bajó la mano con la que había levantado en alto el broquel hasta que fueron pasados a cuchillo todos los moradores de Hai. (Josué, VIII, 21 y 25-26). Desde aquí dio la vuelta a Dabir. La tomó y desoló, e hizo pasar también a cuchillo a su rey y a todos los lugares circunvecinos: no dejó dentro alma viviente. Lo que había hecho a Hebrón y a Lebna y a sus reyes, eso mismo hizo a Dabir y a su rey. De esta suerte arrasó Josué todo el país montañoso, el meridional y el llano, y también a Asedot, o los lugares más bajos, con sus reyes: no dejó allí cosa con vida, sino que mató a todo viviente (como se lo tenía mandado el Señor Dios de Israel). (Josué, X, 38-40). Cuéntanse treinta y un reyes destruidos por Moisés y Josué. (Josué, XII).

(3) Googlear “Eden Aberyil”.

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